viernes, 30 de diciembre de 2016

Todo sigue su curso…



            El hecho de tener cáncer y estar sometido a todo el tratamiento que ello requiere, no significa que las cosas han cambiado. Todo lo contrario. Más bien, todo se confirma en la continuidad de la vida. No se niega, sin embargo, que se corre la tentación de abandonarlo todo y dedicarse a no hacer nada. Eso sería catastrófico ya que nos dedicaríamos al ocio y allí la loca de la casa (es decir, la imaginación) nos daría un paseo por mundos y situaciones mentales que en nada nos beneficiarían.
            Toda una vida en una misma actividad hace que la persona se identifique con esa misma actividad. En cierta manera, verse y sentirse fuera de ese ambiente sería experimentar que ya no se es útil. Sería muy doloroso y en muchos casos llevaría a la muerte más rápido. A toda costa, hay que evitar esa experiencia de inutilidad, aún con la realidad de tener cáncer. La vida continúa. Por supuesto, que en algunas cosas tendremos que bajar un poco la actividad ya que las fuerzas no son las mismas y el desgaste físico no se puede negar. Inevitable. Pero la vida continúa.
            En el caso del párroco, igual. Nada ha cambiado. Y, mientras haya fuerzas y vitalidad la mejor medicina mental es seguir en su propia actividad. Cada cual tiene su propio lugar teológico de santificación, como nos dicen muchos documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia, muy en concreto la Pastore davo vobis. Pero, no nos vamos a colocar en este momento a ser majestuosos con citas de documentos, ni nada de esas materias, que no son el objetivo de este libro.
            Todo sigue como antes. Nada cambia en cuanto al ritmo del tiempo. Cambian las circunstancias de los seres que viven sometidos al tiempo y eso es la existencia humana y su historia. Cada cual en lo suyo y con su realidad.
            En los días inmediatos correspondían mis vacaciones. Las tomé porque las necesitaba, pero, sentía la necesidad de volverme a la parroquia. La idea de no hacer nada y de quedarme inactivo me inquietaba. Ciertamente, necesitaba descanso físico porque el cuerpo me lo pedía, pero, el hecho de estar inactivo me producía aburrimiento. Viajar no podía porque estaba atado a las citas y consultas obligadas al hospital y eso implicaba quedarme; además, estaban las quimioterapias que correspondían cada veintiún días, y la cuarta, era para mitad de agosto. No tenía mucha libertad de acción en cuanto a tiempo disponible, en caso de querer viajar. Manejar, por lo menos, por distancias largas hubiese sido una imprudencia. Pedir a otros que manejaran por mí, implicaría que dejaran sus quehaceres y obligaciones, y eso no me gustaba, y no me gusta. Porque cada cual tiene que cargar con su realidad. Y se trata de ser lo más independiente posible. O sea, que no tenía otra salida que quedarme sin inventar mucho. Dedicarme a visitar algunas familias no me entusiasmaba ya que no quería generar lástima, y, además no estaba muy conversador como para estar haciendo visitas. Opté desde un comienzo bajar a la parroquia los sábados a bautizar, y los domingos a celebrar las misas de la mañana y de la tarde, como asistir todo lo que se presentara en ese día, desde unas exequias, o atender enfermos, o atender a las personas que viniesen a conversar con el párroco. Y eso me hacía mucho bien, porque me hacía sentir útil y ocupado, además de convertirse en una ratificación de mi realidad, que en nada había cambiado, a pesar de la circunstancia del cáncer. Porque de hecho nada cambia. Todo sigue igual porque se trata de la misma historia, con una nota especial. Nota que es y era circunstancial, como ha de serlo todas las notas añadidas de las peculiaridades y particularidades de cada situación.
            Los efectos de la quimioterapia se estaban sintiendo esta vez un poquito más. Pero, como no se trata de colocar modelos de los posibles efectos, para mantenernos fieles a los que hemos hecho ya, sólo digamos que los mareos se habían presentado en más cantidad que las veces anteriores. Y, era de suponer por la cantidad de químico que había en el cuerpo. Cantidad acumulada de tres quimioterapias, por supuesto, a pesar de que hubiese sido ya procesado por el cuerpo. Pero, se sentían los efectos y consecuencias. Una cosa comenzó a preocuparme en esos días. Había tenido fiebre ocasionada por una gripe. Y eso preocupaba porque con las defensas y los valores bajos, cualquier virus podría venir a hacer estragos. Y daba miedo. Justo en este momento que estoy escribiendo esto mismo que usted está leyendo estoy con fiebre de la gripe. Y no se sabe qué será mañana. Esperemos que no haya complicaciones.

            Algunas personas habían venido a la parroquia a buscar el libro Por culpa de la tripa (o gracias a ella) que ya se había impreso y publicado a nivel de papel, porque ya se había colocado desde un comienzo en Internet, y algunas personas ya lo habían leído, e, incluso hasta lo habían impreso. Los comentarios generales eran muy alentadores. No era una tesis donde se tenía que demostrar algo. Era y es, más bien, una experiencia compartida. Lo demás no entraba en los planes del libro. No se buscaba hacer ni filosofía, ni teología, ni psicología, ni nada de eso… Solamente contar la experiencia que se había tenido, y muchas personas, lo tomaban como era y como es, sin más, ni menos. 

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