Todo sigue su curso…
El hecho de tener cáncer y estar
sometido a todo el tratamiento que ello requiere, no significa que las cosas
han cambiado. Todo lo contrario. Más bien, todo se confirma en la continuidad
de la vida. No se niega, sin embargo, que se corre la tentación de abandonarlo
todo y dedicarse a no hacer nada. Eso sería catastrófico ya que nos
dedicaríamos al ocio y allí la loca de la casa (es decir, la imaginación) nos
daría un paseo por mundos y situaciones mentales que en nada nos beneficiarían.
Toda una vida en una misma actividad
hace que la persona se identifique con esa misma actividad. En cierta manera,
verse y sentirse fuera de ese ambiente sería experimentar que ya no se es útil.
Sería muy doloroso y en muchos casos llevaría a la muerte más rápido. A toda
costa, hay que evitar esa experiencia de inutilidad, aún con la realidad de
tener cáncer. La vida continúa. Por supuesto, que en algunas cosas tendremos
que bajar un poco la actividad ya que las fuerzas no son las mismas y el
desgaste físico no se puede negar. Inevitable. Pero la vida continúa.
En el caso del párroco, igual. Nada
ha cambiado. Y, mientras haya fuerzas y vitalidad la mejor medicina mental es
seguir en su propia actividad. Cada cual tiene su propio lugar teológico de
santificación, como nos dicen muchos documentos oficiales del Magisterio de la
Iglesia, muy en concreto la Pastore davo
vobis. Pero, no nos vamos a colocar en este momento a ser majestuosos con
citas de documentos, ni nada de esas materias, que no son el objetivo de este
libro.
Todo sigue como antes. Nada cambia
en cuanto al ritmo del tiempo. Cambian las circunstancias de los seres que
viven sometidos al tiempo y eso es la existencia humana y su historia. Cada
cual en lo suyo y con su realidad.
En los días inmediatos correspondían
mis vacaciones. Las tomé porque las necesitaba, pero, sentía la necesidad de
volverme a la parroquia. La idea de no hacer nada y de quedarme inactivo me
inquietaba. Ciertamente, necesitaba descanso físico porque el cuerpo me lo
pedía, pero, el hecho de estar inactivo me producía aburrimiento. Viajar no
podía porque estaba atado a las citas y consultas obligadas al hospital y eso
implicaba quedarme; además, estaban las quimioterapias que correspondían cada
veintiún días, y la cuarta, era para mitad de agosto. No tenía mucha libertad
de acción en cuanto a tiempo disponible, en caso de querer viajar. Manejar, por
lo menos, por distancias largas hubiese sido una imprudencia. Pedir a otros que
manejaran por mí, implicaría que dejaran sus quehaceres y obligaciones, y eso
no me gustaba, y no me gusta. Porque cada cual tiene que cargar con su
realidad. Y se trata de ser lo más independiente posible. O sea, que no tenía
otra salida que quedarme sin inventar mucho. Dedicarme a visitar algunas
familias no me entusiasmaba ya que no quería generar lástima, y, además no
estaba muy conversador como para estar haciendo visitas. Opté desde un comienzo
bajar a la parroquia los sábados a bautizar, y los domingos a celebrar las misas
de la mañana y de la tarde, como asistir todo lo que se presentara en ese día,
desde unas exequias, o atender enfermos, o atender a las personas que viniesen
a conversar con el párroco. Y eso me hacía mucho bien, porque me hacía sentir
útil y ocupado, además de convertirse en una ratificación de mi realidad, que
en nada había cambiado, a pesar de la circunstancia del cáncer. Porque de hecho
nada cambia. Todo sigue igual porque se trata de la misma historia, con una
nota especial. Nota que es y era circunstancial, como ha de serlo todas las
notas añadidas de las peculiaridades y particularidades de cada situación.
Los efectos de la quimioterapia se
estaban sintiendo esta vez un poquito más. Pero, como no se trata de colocar
modelos de los posibles efectos, para mantenernos fieles a los que hemos hecho
ya, sólo digamos que los mareos se habían presentado en más cantidad que las
veces anteriores. Y, era de suponer por la cantidad de químico que había en el
cuerpo. Cantidad acumulada de tres quimioterapias, por supuesto, a pesar de que
hubiese sido ya procesado por el cuerpo. Pero, se sentían los efectos y
consecuencias. Una cosa comenzó a preocuparme en esos días. Había tenido fiebre
ocasionada por una gripe. Y eso preocupaba porque con las defensas y los valores
bajos, cualquier virus podría venir a hacer estragos. Y daba miedo. Justo en
este momento que estoy escribiendo esto mismo que usted está leyendo estoy con
fiebre de la gripe. Y no se sabe qué será mañana. Esperemos que no haya
complicaciones.
Algunas personas habían venido a la
parroquia a buscar el libro Por culpa de la tripa (o gracias a ella)
que ya se había impreso y publicado a nivel de papel, porque ya se había
colocado desde un comienzo en Internet, y algunas personas ya lo habían leído,
e, incluso hasta lo habían impreso. Los comentarios generales eran muy
alentadores. No era una tesis donde se tenía que demostrar algo. Era y es, más
bien, una experiencia compartida. Lo demás no entraba en los planes del libro.
No se buscaba hacer ni filosofía, ni teología, ni psicología, ni nada de eso…
Solamente contar la experiencia que se había tenido, y muchas personas, lo
tomaban como era y como es, sin más, ni menos.
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