viernes, 30 de diciembre de 2016

Las quimioterapias



            Una vez que se supo la noticia del cáncer se hicieron todos los preparativos para comenzar la quimioterapia. Se contactó la cita con la Dra. del Hospital Razetti de Barcelona y ella dio todos los récipes y órdenes correspondientes para comenzar ya el tratamiento. Y a la semana siguiente ya estábamos recibiendo la primera sesión.
            Es importante decir, como información, que “el tigre no es como lo pintan”, como dice nuestro refranero popular. Porque, es un mundo de mundo lo que se puede uno imaginar de las cosas que no conoce e inventar de ellas cosas que en verdad en nada se acercan a la verdad, ni siquiera se asoman un poquito. Nada sabía yo en qué consistían las quimioterapias, pero no dejaba de pensar muchas cosas, que ahora ni me acuerdo, de lo qué y cómo podría ser. Llegado el lunes asignado para iniciar el tratamiento un susto inexplicable rondaba en mis emociones. Y conmigo los que me circundaban: familia y cercanos de la parroquia. Todos estábamos a la expectativa de cómo sería. Tal vez, no lo niego, ya me lo habían dicho cómo era, pero, no recuerdo que me hubieran dicho que era realmente muy sencillo. No era tan, ni siquiera un tantico.
            Llegada la hora y con ella la Dra. y la enfermera de turno, me hicieron pasar a una sala con dos sillas tipo sillón reclinable hasta con apoya pie. Muy cómodo. En una de ellas ya estaba instalado un señor, y por la manera de desenvolverse, era ya un experto en esos menesteres de quimio. La enfermera conversaba muy amenamente con él mientras manipulaba algunos instrumentos de enfermería como las inyectadotas y unas bandejas de acero inoxidable. Oí que lo llamaba “señor Pedro” en su conversación cada vez que decía o comentaba cualquier cosa en su intercambio enfermera-paciente. Me senté en la silla que estaba vacía al lado del señor Pedro y creo que comenzaba a estar más que cómodo. Saludé a la enfermera y también al señor Pedro, a quien, también lo llamé como lo llamaba la enfermera. O sea, que ya había entrado en confianza.
            El señor Pedro tenía un peluquín para disimular su cabeza rapada. Al principio daba como risa aquel peluquín, pero, una vez entrado en conversación con el señor Pedro, se sentía que el peluquín era parte de su personalidad y le sentaba muy bien. Le daba una cierta elegancia y un cierto porte de seguridad. Le sentaba el peluquín, sin duda.
            La enfermera trajo dos parales para colocar el tratamiento, uno para el señor Pedro, y, otro para mí. Los ubicó junto a cada sillón-poltrona de color morado. El del señor Pedro estaba a su derecha, y el mío, a mi izquierda. O sea, que estaban haciendo pareja los dos parales. La enfermera fue por una de las bandejas plateadas toda repleta de inyectadotas y algunas cosas más de su oficio. Sonaba la bandeja al movimiento de la enfermera. Colocó la bandeja en el apoya brazos derecho del sillón del señor Pedro y trajo hacia ella una silla tipo taburete para sentarse justo hacia el lado derecho del señor Pedro. O sea, casi de espaldas hacia mí, que no me perdía detalles de lo que estaba haciendo la enfermera porque, con toda seguridad eso mismo haría conmigo cuando me tocara el turno. Sacó una liga de color marrón y con ella apretó el brazo derecho del señor Pedro, a la altura del músculo, por encima del codo, dándole una vuelta a la liga. Frotó varias veces el brazo del señor Pedro y dio algunos golpecitos como para cerciorarse de las venas y decidir cuál escoger, mientras iba conversando con el señor Pedro, quien a su vez, intercambiaba en su diálogo, a la vez que comenzaba a apretar las quijadas, al punto de verse que apretaba los dientes, preparándose para el dolor del pinchazo de la inyectadora.
Por el gesto de la cara ya se suponía que la aguja de la inyectadora estaba entrando en el brazo del señor Pedro. Cerró los ojos y arrugó un poquito la cara. En eso se oyó un clack producido por el afloje de la liga del brazo. -Ya está- dijo la enfermera y se sintió que la cara del señor Pedro volvía a tener su expresión de antes. Ya había tomado la vía para colocar el tratamiento. Y enseguida le conectó a la manguera de paral el inicio de la hidratación, para en poco tiempo después, comenzar a colocar los medicamentos preventivos, como para evitar cualquier alergia y el protector gástrico. La enfermera previno al señor Pedro que ante cualquier cosa que sintiera que dijera inmediatamente, y se levantó de su taburete, porque ya estaba hecha una parte. Yo no me perdía detalles. Tal vez, sin saberlo, estaría aplicando y gesticulando fisiológicamente lo que decíamos en el número cinco del primer capítulo, cuando decíamos, que: El levantar las cejas en expresión de sorpresa permite un mayor alcance visual y también que llegue más luz a la retina, lo que permite tener mayor información de lo que está sucediendo y precisarlo para idear mejor lo que se va a hacer de inmediato (véase página 12 y siguientes). Aunque yo no tenía más que esperar cuando me tocara. Y, por lo que había visto, por lo menos esa parte era muy sencilla, o ya la conocía cuando lo de la hospitalización y toda aquella historia de la operación.
No fue de manera inmediata que me tocó el turno. Eso nos dio algún tiempecito para conversar entre el señor Pedro y yo. Sobre todo para cerciorarme que no era tan complicada la cosa. Como a los diez minutos apareció la enfermera y arrimó hacia el lado mío el taburete al igual que colocaba la respectiva bandeja de aluminio sobre el apoya brazo izquierdo del sillón. Conversamos como si fuésemos muy viejos conocidos. Tal vez, ella lo hacía como estrategia para que yo me la tomara con calma y no estuviera nervioso, y que a decir verdad, creo que no lo estaba. Ella tomó su liga y buscó mi brazo izquierdo, porque el derecho daba hacia la pared, y por ahí hubiera sido casi imposible. Le dio una vuelta con la liga al brazo, más abajo del codo, y apretó. Dio unos golpecitos al brazo y con un algodón untado de alcohol frotó la piel buscando la vena que más seguridad le diera. Y lo demás ya se sabe: el pinchazo, el arrugar la cara, como de rutina, y el respirar un poquito más fuerte, como para que no duela, pero, igual duele, hasta que la vía ya esté tomada para el tratamiento. Todo listo. Después la enfermera hizo todo el procedimiento de rutina para ella y se retiró unos diez o quince minutos, para dejar que el cuerpo se hidratara con la solución que colocan antes, y regresó a colocar los medicamentos preventivos para evitar cualquier reacción. Ella iba explicando con mucha paciencia qué cosa era esto y qué aquello, y, yo, tal vez, con los ojos más abiertos de lo normal iba asintiendo con la cabeza como dándome por enterado del procedimiento médico. Dentro de otro tiempo vino propiamente el tratamiento de la quimioterapia. La enfermera me informó que se comenzaba con los medicamentos propiamente dichos y que ante cualquier reacción que lo dijera de inmediato para actuar, en caso de haberlo. Pero, todo iba muy bien.
            Todo siguió su rumbo. No hubo novedades, ni para el señor Pedro ni para mí. Así estuvimos hasta cerca de las doce del mediodía cuando terminamos la primera sesión. Después de hacer los cambios de envases con sus respectivos medicamentos, la enfermera estaba pendiente de todo y venía con frecuencia a verificar y comprobar que todo iba bien, como iba, de hecho. En esa primera sesión, comenzando, fue que vino la Dra. a saludar y a conversar un ratico conmigo y fue cuando me preguntó si ya había comenzado a escribir el libro…
            Todo salió muy bien. Nada de especial.

            Nos fuimos a la casa. Al día siguiente correspondía el segundo día de la quimio, pero en el Oncológico del Hospital. Todos estaban como asustados de las posibles reacciones, pero no sucedía nada, menos mal. Todo iba como si nada. Fuimos al día siguiente al Oncológico para la segunda parte de la primera sesión. Muy parecida a la anterior. Nada de especial. Sólo cambiaba el lugar y algunos detalles de logística, no más. Igual que la anterior, salimos casi al mediodía. Como si nada. Nada de especial. Bueno, sí; el dolor de espaldas había ya desaparecido desde el mismo lunes en la tarde, y eso ya era mucho que decir.

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