Cada cosa en su lugar
En el prólogo hice referencia al libro de Daniel Goleman titulado La
inteligencia emocional, por qué
es más importante que el cociente intelectual, y con esta misma quiero
empezar este primer capítulo. Pero esta vez ya no haciendo la referencia, sino
tomando las ideas del autor y colocándolas aquí para dar los primeros pasos e
intentar entender muchas cosas de nuestras vidas, en cuanto a las emociones y a
las reacciones. Por supuesto que el libro que estamos comenzando no va a ser un
libro de científicos, procurará ser tan igual de jocoso y chistoso como el
libro Por la culpa de la tripa… sin que falte algo de aporte que esa
es la idea, para ambas partes.
Para empezar digamos, o mejor copiemos la idea, no al pie de la letra,
sino a nuestra manera para entendernos. Así hay que decir que se han hecho
muchos estudios fisiológicos (es decir, del comportamiento natural del cuerpo
como instinto frente a un estímulo externo) y han descubierto que a cada
emoción hay una respuesta del organismo para una situación específica y
distinta de una persona a otra. No somos iguales y no podemos esperar las
mismas respuestas de todos en las mismas circunstancias. Primer elemento a
tener en consideración: es que somos distintos y reaccionamos distinto. Nadie
se parece a otro, y no puede reaccionar de la misma manera. Eso se debe a la
famosa “amígdala cerebral”, que es
donde se registran y guardan todas las emociones. Lo que hace que tengamos
registros distintos uno de otros. Se trata de la “amígdala cerebral”, distinta de las amígdalas que tenemos en la
garganta.
Primero:
En ese sentido, los científicos han descubierto las siguientes emociones
relacionadas con las siguientes características fisiológicas[1]:
1.
Con la ira,
la sangre fluye a las manos. Y eso nos predispone a tomar un arma o golpear a
un enemigo; se genera un ritmo elevado de la frecuencia cardiaca y eso nos
lleva a un alto grado de agresividad.
2.
Con el miedo,
la sangre va a los músculos esqueléticos grandes, como los de las piernas, y
así resulta más fácil huir. El cuerpo se congela por un momento esperando qué
decisión tomar; y el rostro queda pálido debido a que la sangre deja de fluir
por él (creando la sensación de la cara fría). Además, el miedo pertenece a
sistema defensivo de la naturaleza[2].
3.
Con la felicidad,
se genera una inhibición de sentimientos negativos; pero es muy pasajero.
4.
El amor, los
sentimientos de ternura y la satisfacción sexual dan lugar a un despertar
parasimpático (respuesta de la relajación) de todo el organismo, y genera un
estado general de calma y satisfacción, facilitando la cooperación.
5.
El levantar las cejas en expresión de sorpresa permite un mayor alcance visual
y también que llegue más luz a la retina, lo que permite tener mayor
información de lo que está sucediendo y precisarlo para idear mejor lo que se
va a hacer de inmediato.
6.
La expresión de disgusto es universal: algo tiene un
sabor o un olor repugnante (o algo no me gusta del entorno) y supone un arrugar
los labios y fruncir la nariz como para no permitir que algo dañino entre y me
haga daño.
7.
La tristeza
ayuda a adaptarse a una pérdida significativa, como la muerte de una persona
cercana, o una decepción grande. La tristeza produce una caída de la energía y
el entusiasmo por las actividades de la vida, sobre todo por las diversiones y
los placeres. Mientras se recupera la energía la mente está preparando una planificación
de un nuevo comienzo.
Podría pensarse que influye y determina el nivel de preparación que se
pueda tener para superar cada emoción frente a cada reacción fisiológica
(instintiva), y del ambiente en donde se encuentre la persona concreta. Pero,
no es así.
En el caso de la noticia del cáncer, suceden todas esas cosas juntas.
Tal vez, más la última que hemos señalado aquí, la número 7, la de la tristeza.
Y no es para menos. Habrá dos reacciones distintas, como es lógico. Y ninguna
se parecerá a ninguna otra de cualquier otra persona, porque son historiales
distintos y archivos emocionales distintos. Es muy importante saber esto para
no comparar a nadie con nadie. Justamente, porque son dos inteligencias las que
están interviniendo en la misma mente y en la misma persona: la inteligencia
emocional y la inteligencia racional. Es descubrimiento científico. Todos los seres
humanos tenemos dos mentes: una mente que piensa; y otra mente que siente. Y
cada una por separado tiene vida propia.
La mente que siente es la reacción fisiológica, la instintiva como a la
defensiva, por eso es instintiva. Una cosa es lo que uno siente en determinadas
circunstancias; y otras las que piensa en esas mismas circunstancias. No
quisiera pensar uno todo lo que está pensando, ya que “la imaginación, que es la loca de la casa”, se mete por todos los
rincones habidos y por haber, y si no los inventa; y otra, es lo que uno está
sintiendo. El problema está en que las dos mentes se den las manos.
Una es la convicción que se tiene en el corazón, y es más profunda; y
otra, que pensar eso mismo con la mente racional. El problema radica
precisamente en esa división de pensamientos: la del corazón y la de la mente. La
división entre lo que se piensa y lo que se siente. Tal vez, no se quiere
pensar que se tiene miedo; pero, por el contrario, se siente y se experimenta
miedo.
Sin embargo, estas dos mentes están exquisitamente coordinadas; se dan
la mano. Así los sentimientos son esenciales para el pensamiento; y el
pensamiento es esencial para el sentimiento. Pero cuando aparecen las pasiones,
la balanza se inclina: es la mente emocional la que domina y aplasta a la mente
racional.
Se trata del doble sistema: el sistema límbico, por un lado; y por el
otro, del sistema de la neocorteza o cerebro pensante. Pero el cerebro
emocional (instintivo) existió mucho antes que el cerebro pensante. O sea, que
básicamente somos animales instintivos y así reaccionamos inmediatamente. Son
las fuerzas naturales instintivas de conservación como en el caso de los
animales, no habiendo prácticamente diferencia con el ser humano, si no fuera
por la neocorteza, que es la que permite la sutileza y complejidad de la vida
emocional, como la capacidad de tener sentimientos con respecto a nuestros
sentimientos[3]. Primariamente
la referencia es al sistema límbico; es decir, instintivo, donde están todos
los registros genéticos de comportamiento.
Por otra parte, gracias a la interconexión de circuitos evolucionados, el
cerebro emocional juega un papel importante en la arquitectura nerviosa para
poder pensar antes de actuar, porque el actuar es instintivo y de conservación
(donde juegan un papel muy importante el aprendizaje y la memoria), y la tarea
es saber ser conocedores de toda esa realidad para actuar emocionalmente con
inteligencia. O dicho de otra forma, actuar con inteligencia sobre la reacción
emocional que es instintiva, y que muchas veces se nos puede escapar de las
manos.
Segundo:
Apliquemos todo esto frente a la noticia de tener cáncer. ¿Cuál sería la
primera reacción (que sería fisiológica)?
La de abrir más los ojos y cerrar los puños o quedarse pasmado en la
silla.
La de sorpresa y del no puede ser. O del pueda que se trate de un error
de análisis.
Y, ¿cuál sería la emoción?
Dudo que de alegría.
Más bien de desencanto, de caída de brazos, de rabia, de miedo, de
llorar, y de angustia. Y por mucho que tengamos mucha inteligencia emocional o
racional nos dejamos invadir instintivamente por una reacción de conservación.
Nos paralizamos. Se nos nubla el futuro; o mejor dicho, se nos niega el futuro
y el día inmediato. No sabemos si llorar, o reír; no sabemos hacia dónde ir; si
de regreso a la casa, o si deambular un buen rato por la calle como sin rumbo y
destino fijo; o, como de déjenme solo.
Y eso es instintivo, es decir una reacción fisiológica ante una emoción.
Y varía de persona a persona. Hay que ser muy respetuoso de esa situación
desgarradora y terrible. Aquí no vale estudios o títulos personales, que serían
racionales. Al contrario, estamos totalmente vulnerables a la emoción, y esa verdad
sí que se nos escapa de nuestro control inmediato.
El control emocional vendrá mucho tiempo después, si es que vendrá.
Pero tiene que venir para poder hacer frente a la nueva realidad; porque
si no viene, se puede asomar la catástrofe de manera inmediata, que es el
derrumbamiento emocional y mental, y con ello la muerte.
Hay que darle la batalla. Para eso están lo grandes adelantos de la
medicina. Por lo menos hay que abandonarse a ella para emprender la lucha. Pero
es fácil decirlo. Otra cosa es vivirlo.
No se puede negar que instintivamente es una noticia y una realidad muy
fuertes. Lo demás es cuento. Nos domina la emoción, O sea, el instinto. Después
intervendrá la razón para hacer y convertir la realidad en una esperanza. Y eso
nos ayuda a ubicar cada cosa en su lugar como titulamos este capítulo. Y el
lugar de esta situación, así de primeras, es que es desgarradoramente terrible
y desesperante. Somos instintivos y no podemos evitarlo. Somos primero animales
instintivos, y después pensantes.
Sin embargo, se debe exigir el respeto. Sobre todo, que somos únicos y
no merecemos ningún tipo de comparación con nadie. Déjennos sufrir y quedar
como taciturnos, y con la mirada perdida, porque estamos en un proceso de recreación
mental, fruto de la naturaleza que es realmente muy sabia. Por lo menos por
algunos momentos, porque tampoco nos ayudaría la soledad y el abandono. Pero,
la naturaleza tiene sus mecanismos, y esa tristeza es el momento para buscar
nuevas fuerzas y poder continuar.
¡Y la tristeza hará también su trabajo! En todas las dimensiones del
radio de acción: primero, en el que tiene el cáncer; después en la familia,
porque también les espanta la realidad nueva; y, así, en todo el círculo en
menor o mayor grado según sea la conexión con el centro o sujeto que padece.
Pero en dimensiones muy relativas y sin ninguna comparación, por supuesto. Y
ese es el primer puesto de las cosas en su lugar. Lo demás se le deja al tiempo
y a la naturaleza que es por de más de sabia y tiene sus propios mecanismos de
defensa, ya físicos ya mentales y/o cerebrales.
Tercero:
¿Por
qué no todos actuamos de igual manera ante los mismos estímulos? ¿Por qué
reaccionamos distinto, unos de otros, si las circunstancias, aparentemente, son
iguales?
La respuesta la encontramos en lo
que los científicos (neurólogos) han llamado “la amígdala cerebral”, que es un racimo en forma de almendra de
estructuras interconectadas que se asientan sobre el tronco cerebral, cerca de
la base del anillo límbico. Existen dos amígdalas, una a cada costado del
cerebro, apoyada hacia el costado de la cabeza. Su función es ser la
especialista en asuntos emocionales. Si la amígdala queda separada del resto
del cerebro nos llevaría a una “ceguera afectiva”, porque perderíamos toda
capacidad de emociones frente a los acontecimientos. Y si eso sucede se pierde
todo interés por la vida, porque nos llevaría a perder toda capacidad de
reconocer los sentimientos, así como todo sentimiento por los sentimientos. La
amígdala actúa como depósito de la memoria emocional y tiene mucha importancia
por sí misma; la vida sin amígdala es una vida sin significados personales.
Sería una total apatía e indiferencia.
Sin la amígdala nos quedaríamos
impasibles y sin respuestas al afecto, como a las mismas pasiones, como el
miedo y la furia (como en el caso de los animales a los que por experimento se
les ha extirpado o cortado la amígdala cerebral). Hasta se perdería la
capacidad de derramar una lágrima, porque habría ausencia de emociones, y ni un
abrazo tendría sentido y valor. La amígdala está en el centro de la acción de
la emociones, incluso mucho antes que el cerebro pensante (la neocorteza) esté
intentando tomar una decisión.
En otras palabras, el sentimiento
impulsivo supera lo racional. Es cuando se vuelve fundamental y de mucho
interés para nuestro conocimiento de nuestros comportamientos aparentemente
irracionales e ilógicos. Lo sentidos, empezando por el del olfato[4],
mandan las señales a la amígdala en un lugar destacado en la vida mental, algo
así como un guardia de entrada o vigía que se enfrenta a cada situación, cada
cosa que percibe o recibe de los sentidos, y ante todas tiene una sola
pregunta: ¿Esto me hace daño, le tengo miedo, lo detesto? Y si se responde que
sí le hace daño, o lo detesta, o le tiene miedo, o cualquier prevención
negativa, la amígdala reacciona instantáneamente, mandando un mensaje de
peligro y de crisis a todas las partes del cerebro, despertando con ello
inmediatamente un sistema de alarmas indicando que hay problemas. Y esas
alarmas provocan la secreción de las hormonas que facilitan la reacción de
ataque o de fuga, moviliza los centros del movimiento y activa el sistema
cardiovascular, los músculos y los intestinos. El tronco cerebral recibe como consecuencia
la predisposición de actuar, como el temor, el miedo u otras manifestaciones
para reaccionar inmediatamente, según la emergencia del momento, haciendo así
que los pensamientos queden en un segundo plano, por lo menos en esos momentos
tan cruciales instintivos, en donde la mente racional queda sometida a la
emergencia emocional que es exclusividad de la amígdala. O sea, que estamos
sometidos a los instintos involuntarios como sistema de defensa y de
auto-conservación. Después es que procede la razón o la mente pensante, pero
después de la emergencia que despertó la alarma que se recibieron de los
sentidos. En otras palabras, después es que vienen los arrepentimientos o los
reclamos de conciencia de lo que hicimos de manera instintiva. Pero, se nos escapa
de las manos. Ni que fuéramos sólo mente pensante. Somos, primariamente,
emocionales y reaccionamos como tales.
El sistema emocional puede actuar con independencia de la neocorteza o
cerebro pensante. La amígdala puede guardar recuerdos y muchas respuestas que
efectuamos sin saber exactamente por qué lo hacemos, precisamente porque la
especie de alcabala que existe entre el tálamo y la amígdala evita
completamente la neocorteza. He ahí que la amígdala se convierta en un depósito
de impresiones y recuerdos emocionales de los que nunca fuimos plenamente
conscientes. Lo que quiere decir que nuestras emociones tienen mente propia, y
que es independiente de nuestra mente racional. Eso explica todas nuestras
impulsividades, muchas veces mal entendidas y no comprendidas.
[2] Cfr. José Antonio Marina, Anatomía del miedo, Un tratado
sobre la valentina, Círculo de lectores, España, 2006.
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