viernes, 30 de diciembre de 2016

Cada cosa en su lugar



En el prólogo hice referencia al libro de Daniel Goleman titulado La inteligencia emocional, por qué es más importante que el cociente intelectual, y con esta misma quiero empezar este primer capítulo. Pero esta vez ya no haciendo la referencia, sino tomando las ideas del autor y colocándolas aquí para dar los primeros pasos e intentar entender muchas cosas de nuestras vidas, en cuanto a las emociones y a las reacciones. Por supuesto que el libro que estamos comenzando no va a ser un libro de científicos, procurará ser tan igual de jocoso y chistoso como el libro Por la culpa de la tripa… sin que falte algo de aporte que esa es la idea, para ambas partes.
Para empezar digamos, o mejor copiemos la idea, no al pie de la letra, sino a nuestra manera para entendernos. Así hay que decir que se han hecho muchos estudios fisiológicos (es decir, del comportamiento natural del cuerpo como instinto frente a un estímulo externo) y han descubierto que a cada emoción hay una respuesta del organismo para una situación específica y distinta de una persona a otra. No somos iguales y no podemos esperar las mismas respuestas de todos en las mismas circunstancias. Primer elemento a tener en consideración: es que somos distintos y reaccionamos distinto. Nadie se parece a otro, y no puede reaccionar de la misma manera. Eso se debe a la famosa “amígdala cerebral”, que es donde se registran y guardan todas las emociones. Lo que hace que tengamos registros distintos uno de otros. Se trata de la “amígdala cerebral”, distinta de las amígdalas que tenemos en la garganta.

Primero:


En ese sentido, los científicos han descubierto las siguientes emociones relacionadas con las siguientes características fisiológicas[1]:

1.   Con la ira, la sangre fluye a las manos. Y eso nos predispone a tomar un arma o golpear a un enemigo; se genera un ritmo elevado de la frecuencia cardiaca y eso nos lleva a un alto grado de agresividad.
2.   Con el miedo, la sangre va a los músculos esqueléticos grandes, como los de las piernas, y así resulta más fácil huir. El cuerpo se congela por un momento esperando qué decisión tomar; y el rostro queda pálido debido a que la sangre deja de fluir por él (creando la sensación de la cara fría). Además, el miedo pertenece a sistema defensivo de la naturaleza[2].
3.   Con la felicidad, se genera una inhibición de sentimientos negativos; pero es muy pasajero.
4.   El amor, los sentimientos de ternura y la satisfacción sexual dan lugar a un despertar parasimpático (respuesta de la relajación) de todo el organismo, y genera un estado general de calma y satisfacción, facilitando la cooperación.
5.   El levantar las cejas en expresión de sorpresa permite un mayor alcance visual y también que llegue más luz a la retina, lo que permite tener mayor información de lo que está sucediendo y precisarlo para idear mejor lo que se va a hacer de inmediato.
6.   La expresión de disgusto es universal: algo tiene un sabor o un olor repugnante (o algo no me gusta del entorno) y supone un arrugar los labios y fruncir la nariz como para no permitir que algo dañino entre y me haga daño.
7.   La tristeza ayuda a adaptarse a una pérdida significativa, como la muerte de una persona cercana, o una decepción grande. La tristeza produce una caída de la energía y el entusiasmo por las actividades de la vida, sobre todo por las diversiones y los placeres. Mientras se recupera la energía la mente está preparando una planificación de un nuevo comienzo.

Podría pensarse que influye y determina el nivel de preparación que se pueda tener para superar cada emoción frente a cada reacción fisiológica (instintiva), y del ambiente en donde se encuentre la persona concreta. Pero, no es así.
En el caso de la noticia del cáncer, suceden todas esas cosas juntas. Tal vez, más la última que hemos señalado aquí, la número 7, la de la tristeza. Y no es para menos. Habrá dos reacciones distintas, como es lógico. Y ninguna se parecerá a ninguna otra de cualquier otra persona, porque son historiales distintos y archivos emocionales distintos. Es muy importante saber esto para no comparar a nadie con nadie. Justamente, porque son dos inteligencias las que están interviniendo en la misma mente y en la misma persona: la inteligencia emocional y la inteligencia racional. Es descubrimiento científico. Todos los seres humanos tenemos dos mentes: una mente que piensa; y otra mente que siente. Y cada una por separado tiene vida propia.
La mente que siente es la reacción fisiológica, la instintiva como a la defensiva, por eso es instintiva. Una cosa es lo que uno siente en determinadas circunstancias; y otras las que piensa en esas mismas circunstancias. No quisiera pensar uno todo lo que está pensando, ya que “la imaginación, que es la loca de la casa”, se mete por todos los rincones habidos y por haber, y si no los inventa; y otra, es lo que uno está sintiendo. El problema está en que las dos mentes se den las manos.
Una es la convicción que se tiene en el corazón, y es más profunda; y otra, que pensar eso mismo con la mente racional. El problema radica precisamente en esa división de pensamientos: la del corazón y la de la mente. La división entre lo que se piensa y lo que se siente. Tal vez, no se quiere pensar que se tiene miedo; pero, por el contrario, se siente y se experimenta miedo.
Sin embargo, estas dos mentes están exquisitamente coordinadas; se dan la mano. Así los sentimientos son esenciales para el pensamiento; y el pensamiento es esencial para el sentimiento. Pero cuando aparecen las pasiones, la balanza se inclina: es la mente emocional la que domina y aplasta a la mente racional.
Se trata del doble sistema: el sistema límbico, por un lado; y por el otro, del sistema de la neocorteza o cerebro pensante. Pero el cerebro emocional (instintivo) existió mucho antes que el cerebro pensante. O sea, que básicamente somos animales instintivos y así reaccionamos inmediatamente. Son las fuerzas naturales instintivas de conservación como en el caso de los animales, no habiendo prácticamente diferencia con el ser humano, si no fuera por la neocorteza, que es la que permite la sutileza y complejidad de la vida emocional, como la capacidad de tener sentimientos con respecto a nuestros sentimientos[3]. Primariamente la referencia es al sistema límbico; es decir, instintivo, donde están todos los registros genéticos de comportamiento.
Por otra parte, gracias a la interconexión de circuitos evolucionados, el cerebro emocional juega un papel importante en la arquitectura nerviosa para poder pensar antes de actuar, porque el actuar es instintivo y de conservación (donde juegan un papel muy importante el aprendizaje y la memoria), y la tarea es saber ser conocedores de toda esa realidad para actuar emocionalmente con inteligencia. O dicho de otra forma, actuar con inteligencia sobre la reacción emocional que es instintiva, y que muchas veces se nos puede escapar de las manos.

Segundo:


Apliquemos todo esto frente a la noticia de tener cáncer. ¿Cuál sería la primera reacción (que sería fisiológica)?
La de abrir más los ojos y cerrar los puños o quedarse pasmado en la silla.
La de sorpresa y del no puede ser. O del pueda que se trate de un error de análisis.
Y, ¿cuál sería la emoción?
Dudo que de alegría.
Más bien de desencanto, de caída de brazos, de rabia, de miedo, de llorar, y de angustia. Y por mucho que tengamos mucha inteligencia emocional o racional nos dejamos invadir instintivamente por una reacción de conservación. Nos paralizamos. Se nos nubla el futuro; o mejor dicho, se nos niega el futuro y el día inmediato. No sabemos si llorar, o reír; no sabemos hacia dónde ir; si de regreso a la casa, o si deambular un buen rato por la calle como sin rumbo y destino fijo; o, como de déjenme solo.
Y eso es instintivo, es decir una reacción fisiológica ante una emoción. Y varía de persona a persona. Hay que ser muy respetuoso de esa situación desgarradora y terrible. Aquí no vale estudios o títulos personales, que serían racionales. Al contrario, estamos totalmente vulnerables a la emoción, y esa verdad sí que se nos escapa de nuestro control inmediato.
El control emocional vendrá mucho tiempo después, si es que vendrá.
Pero tiene que venir para poder hacer frente a la nueva realidad; porque si no viene, se puede asomar la catástrofe de manera inmediata, que es el derrumbamiento emocional y mental, y con ello la muerte.
Hay que darle la batalla. Para eso están lo grandes adelantos de la medicina. Por lo menos hay que abandonarse a ella para emprender la lucha. Pero es fácil decirlo. Otra cosa es vivirlo.
No se puede negar que instintivamente es una noticia y una realidad muy fuertes. Lo demás es cuento. Nos domina la emoción, O sea, el instinto. Después intervendrá la razón para hacer y convertir la realidad en una esperanza. Y eso nos ayuda a ubicar cada cosa en su lugar como titulamos este capítulo. Y el lugar de esta situación, así de primeras, es que es desgarradoramente terrible y desesperante. Somos instintivos y no podemos evitarlo. Somos primero animales instintivos, y después pensantes.
Sin embargo, se debe exigir el respeto. Sobre todo, que somos únicos y no merecemos ningún tipo de comparación con nadie. Déjennos sufrir y quedar como taciturnos, y con la mirada perdida, porque estamos en un proceso de recreación mental, fruto de la naturaleza que es realmente muy sabia. Por lo menos por algunos momentos, porque tampoco nos ayudaría la soledad y el abandono. Pero, la naturaleza tiene sus mecanismos, y esa tristeza es el momento para buscar nuevas fuerzas y poder continuar.

¡Y la tristeza hará también su trabajo! En todas las dimensiones del radio de acción: primero, en el que tiene el cáncer; después en la familia, porque también les espanta la realidad nueva; y, así, en todo el círculo en menor o mayor grado según sea la conexión con el centro o sujeto que padece. Pero en dimensiones muy relativas y sin ninguna comparación, por supuesto. Y ese es el primer puesto de las cosas en su lugar. Lo demás se le deja al tiempo y a la naturaleza que es por de más de sabia y tiene sus propios mecanismos de defensa, ya físicos ya mentales y/o cerebrales.

Tercero:


            ¿Por qué no todos actuamos de igual manera ante los mismos estímulos? ¿Por qué reaccionamos distinto, unos de otros, si las circunstancias, aparentemente, son iguales?
            La respuesta la encontramos en lo que los científicos (neurólogos) han llamado “la amígdala cerebral”, que es un racimo en forma de almendra de estructuras interconectadas que se asientan sobre el tronco cerebral, cerca de la base del anillo límbico. Existen dos amígdalas, una a cada costado del cerebro, apoyada hacia el costado de la cabeza. Su función es ser la especialista en asuntos emocionales. Si la amígdala queda separada del resto del cerebro nos llevaría a una “ceguera afectiva”, porque perderíamos toda capacidad de emociones frente a los acontecimientos. Y si eso sucede se pierde todo interés por la vida, porque nos llevaría a perder toda capacidad de reconocer los sentimientos, así como todo sentimiento por los sentimientos. La amígdala actúa como depósito de la memoria emocional y tiene mucha importancia por sí misma; la vida sin amígdala es una vida sin significados personales. Sería una total apatía e indiferencia.
            Sin la amígdala nos quedaríamos impasibles y sin respuestas al afecto, como a las mismas pasiones, como el miedo y la furia (como en el caso de los animales a los que por experimento se les ha extirpado o cortado la amígdala cerebral). Hasta se perdería la capacidad de derramar una lágrima, porque habría ausencia de emociones, y ni un abrazo tendría sentido y valor. La amígdala está en el centro de la acción de la emociones, incluso mucho antes que el cerebro pensante (la neocorteza) esté intentando tomar una decisión.
            En otras palabras, el sentimiento impulsivo supera lo racional. Es cuando se vuelve fundamental y de mucho interés para nuestro conocimiento de nuestros comportamientos aparentemente irracionales e ilógicos. Lo sentidos, empezando por el del olfato[4], mandan las señales a la amígdala en un lugar destacado en la vida mental, algo así como un guardia de entrada o vigía que se enfrenta a cada situación, cada cosa que percibe o recibe de los sentidos, y ante todas tiene una sola pregunta: ¿Esto me hace daño, le tengo miedo, lo detesto? Y si se responde que sí le hace daño, o lo detesta, o le tiene miedo, o cualquier prevención negativa, la amígdala reacciona instantáneamente, mandando un mensaje de peligro y de crisis a todas las partes del cerebro, despertando con ello inmediatamente un sistema de alarmas indicando que hay problemas. Y esas alarmas provocan la secreción de las hormonas que facilitan la reacción de ataque o de fuga, moviliza los centros del movimiento y activa el sistema cardiovascular, los músculos y los intestinos. El tronco cerebral recibe como consecuencia la predisposición de actuar, como el temor, el miedo u otras manifestaciones para reaccionar inmediatamente, según la emergencia del momento, haciendo así que los pensamientos queden en un segundo plano, por lo menos en esos momentos tan cruciales instintivos, en donde la mente racional queda sometida a la emergencia emocional que es exclusividad de la amígdala. O sea, que estamos sometidos a los instintos involuntarios como sistema de defensa y de auto-conservación. Después es que procede la razón o la mente pensante, pero después de la emergencia que despertó la alarma que se recibieron de los sentidos. En otras palabras, después es que vienen los arrepentimientos o los reclamos de conciencia de lo que hicimos de manera instintiva. Pero, se nos escapa de las manos. Ni que fuéramos sólo mente pensante. Somos, primariamente, emocionales y reaccionamos como tales.
El sistema emocional puede actuar con independencia de la neocorteza o cerebro pensante. La amígdala puede guardar recuerdos y muchas respuestas que efectuamos sin saber exactamente por qué lo hacemos, precisamente porque la especie de alcabala que existe entre el tálamo y la amígdala evita completamente la neocorteza. He ahí que la amígdala se convierta en un depósito de impresiones y recuerdos emocionales de los que nunca fuimos plenamente conscientes. Lo que quiere decir que nuestras emociones tienen mente propia, y que es independiente de nuestra mente racional. Eso explica todas nuestras impulsividades, muchas veces mal entendidas y no comprendidas.



[1]  Cfr. Daniel Goleman, Inteligencia Emocional, pp. 24-31.
[2] Cfr. José Antonio Marina, Anatomía del miedo, Un tratado sobre la valentina, Círculo de lectores,  España, 2006.
[3] Es el último cerebro, su nombre proviene de corteza nueva, siendo el cerebro más joven y de mayor evolución el cual permitió el desarrollo del Homo Sapiens, y está dividido en dos (02) hemisferios (izquierdo y derecho) y es el que nos permite pensar, hablar, percibir, imaginar, analizar y comportarnos como seres civilizados, se encuentra ubicado sobre el sistema límbico y según Mac Lean en él se desarrollan una serie de células nerviosas dedicadas a la producción del lenguaje simbólico, a la función asociada a la lectura, escritura y aritmética. De igual manera proporciona la procreación y preservación de las ideas que allí surgen, recibe las primeras señales de los ojos, oídos y piel ya que las del gusto y el olfato provienen del límbico.

[4] El sistema límbico está compuesto de una serie de estructuras cerebrales que rodean al complejo R, y lo compartimos con los demás mamíferos y en parte con los reptiles. Su evolución se ha situado en hace cerca de 150 millones de años Se ha podido establecer que el sistema límbico es el área del cerebro mas relacionada con las emociones como el miedo, sentimentalismo, ansiedad, y altruismo. Se le asocia también directamente con las funciones de formación de memoria, aprendizaje, y experiencias.
   Una parte importante del sistema límbico viejo es la corteza olfatoria, otra parte está dedicada a las funciones gustativas y orales, y otra a funciones sexuales. Aunque se ha observado que en la función sexual intervienen simultáneamente los tres componentes cerebrales. Otras estructuras importantes del sistema límbico son: el Tálamo, el Hipotálamo, la Amígdala, la Pituitaria, y el Hipocampo. El sistema límbico juega un papel primordial en la consolidación de la memoria declarativa o intencional, por medio de la cual recordamos hechos pasados, pedimos nombres, sabemos datos y fechas, etc.

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