viernes, 30 de diciembre de 2016

No ponerse a inventar…



            En los días en que estaba recibiendo las quimioterapias fui invitado a un taller de autoayuda. El taller era para pacientes de cáncer y los familiares. Acepté la invitación. Había que llevar a un familiar. Invité a uno de los míos que me  acompañó para el sábado que había sido programado. Algo así como Alcohólicos Anónimos, en donde asiste, por un lado, el paciente, y por otro, la familia, para saber tratar con la enfermedad, y en donde juega un papel muy importante la fuerza de voluntad por parte del enfermo, pues, en ese caso particular no hay otra medicina que su propia voluntad de no tomar. Y la comparación en este caso es válida ya que en ambas situaciones, la mente y la fuerza de voluntad son elementos que no se pueden obviar. Aunque en el caso del cáncer todo depende de la quimioterapia en un gran porcentaje, pero también de la manera en que se enfrente mentalmente.
            El taller comenzó a las nueve y media de la mañana. Éramos como unas veinticinco personas, entre pacientes y acompañantes. El ponente o animador del taller comenzó su presentación tipo show o espectáculo de televisión. Se ayudaba con material audiovisual con música y diapositivas a través de un videobeam y una laptop. Jugaba con las imágenes y con la música en una sincronización perfecta. Tenía en su mano el control y regresaba o adelantaba a placer la imagen o la música que ya tenía programadas para esa mañana. Intencionalmente colocó una música y pidió disculpas diciendo que esa música no era buena, que era mejor la siguiente, y la colocó a su antojo programado. Y la música era muy pegajosa y con una letra que le hacían a uno sudar las medias. El comenzó a aplaudir y animaba a que los que estábamos en la sala lo hiciéramos junto con él. En la pantalla que todos teníamos al frente aparecían algunas imágenes y en cada una de ellas iba apareciendo la letra de la canción por párrafos, de acuerdo como iba sonando la canción de fondo, tipo karaoke. Eso hacía que el efecto de la canción llegara hasta lo más profundo al punto de llegar a llorar. Lloré. Saqué mi pañuelo para limpiarme los ojos que no paraban de llorar, pero parecía como una catarata, no tenían un stop que los frenara. Seguía como podía la canción y la letra en la pantalla gigante. Comencé a acompañar con las manos al igual que casi todos para palmotear al ritmo de la canción, sin perder detalle de la profundidad de la letra. La canción era como una cumbia, pero no colombiana (porque hay variedad de cumbias, también la colombiana) con una tendencia a como ranchera. No recuerdo ahora bien la letra sino trozos separados, por eso no puedo transcribir aquí ni siquiera un poco, y lo siento, porque pudiese ser de ayuda. El caso es que a mí me desubicó y me ubicó al mismo tiempo. Me desubicó porque no pensaba llorar ese día y me sorprendieron en mi mundo de emociones y no tenía otra salida que llorar. Si aplicamos lo que dijimos en los tres primeros capítulos de este libro, no sería otra cosa que una reacción instintiva y natural (del sistema límbico) dirigida a la “amígdala cerebral” que trajo instintivamente una respuesta acumulada, sin haber llegado a la neocorteza para racionalizarla.
            El animador del taller ya había logrado mucho en apenas dos o tres minutos, lo que dura una canción. No sólo en mí sino en todos porque todos se estaban secando los ojos con las manos, incluyendo a los acompañantes. Nos sentamos y nos dispusimos a lo que íbamos, sin darnos cuenta que ya estábamos, con la sola entrada de la canción con sus efectos emocionales positivos. El animador empezó su presentación después de auto-presentarse y nos fue llevando muy sutilmente a su terreno haciendo que nos fuéramos involucrando en el tema. Nos tenía a su disposición y si alguien hubiese tenido alguna resistencia, que en esos casos siempre sucede, a medida que se iba desarrollando la ponencia audiovisual dejaría los prejuicios y se abandonaría para adentrarse plenamente.
            Hubo una idea que a mí me marcó. Estamos en una habitación, decía el animador, en donde no hay ventanas, no hay puertas. Todo está sin salida. Ya se verificó y no hay posibilidad de salir por ningún lado. Ni por arriba, ni por abajo, ni en los lados… Las paredes de la habitación tienen la propiedad de irse cerrando poco a poco hasta llegar a juntarse. De manera que quien está dentro queda aplastado por las paredes. Empezó a cerrarse y a juntarse las paredes. Estoy en medio de la habitación. De repente miro hacia el piso y veo que hay doy compuertas. En una dice: “dos metros y medio de profundidad, lleno de excremento humano líquido, y treinta centímetros libres de aire para respirar”. En la otra dice: “metro y medio de profundidad, lleno de excremento humano líquido, y treinta centímetros libres de aire para respirar”. Las paredes siguen cerrándose. ¿Qué hago?... Abro la compuerta que dice: “metro y medio…” y me meto. Las paredes siguieron cerrándose hasta quedar todo compactado sin ningún espacio entre ellas. Y yo en el hueco de metro y medio con los treinta centímetros para respirar. Estoy respirando aunque todo lleno de excremento humano líquido…No tenía otra salida. No había opción, tan solo que hubiese escogido la otra compuerta, pero era de dos metros y medio…
            Lo importante es que estoy vivo - insistió el moderador- Eso es lo importante.
            Ahora bien. Puedo comenzar a quejarme del olor del excremento líquido, del asco que da, de lo repugnante de esto, de aquello, de lo incómodo del espacio donde estoy, y todo un mundo de mis situaciones…. ¿Me voy a quejar si lo importante es que estoy vivo? No tenía opción…
            Y en esta parte nos sorprendió el moderador. Yo también soy paciente de cáncer – dijo. A mi me diagnosticaron leucemia hace dos años… Y nos quedamos como identificados y el hombre comenzó a contar su historia… Impresionante, como la de cualquier historia similar, como la suya, como la del vecino, como la mía, como la de cualquiera… Impresionante…
            En su historia, el médico le dijo, después de comenzar a comprobar la sospecha del cáncer: “fulano… no invente… no se ponga a inventar”… No contento se hizo repetir los exámenes y le dijeron lo mismo. No satisfecho le dio todos los resultados a su hermano que era médico y éste después de hacer algunas consultas con sus colegas, lo llamó por teléfono para decirle lo mismo: “fulano… no invente”.
            ¿Y qué quería decirnos con no invente?
            Él mismo se respondió. Nada de ir donde el brujo, nada de colocarse una cola de conejo en el pecho, nada del guarapito de esto o aquello… Nada de eso… Simplemente enfrentar la realidad y someterse a la medicina, es decir, a la quimioterapia. No hay opción…con todo lo que eso implique… No hacer caso de cuentos de que allá o más acá curan el cáncer con un rezo o con una hierba… Nada de eso… No inventen…
            Siguió su ponencia. Su trabajo estaba haciendo los efectos de toma de conciencia sobre muchos puntos interesantes.
            Continuó. Después utilizó la imagen de un hombre cruzando de un edificio a otro a través de una cuerda, como tipo cuerda trapecio de circo. El hombre que lo cruzaba llevaba en esa primera imagen un portafolio en una mano y en la otra un paraguas para lograr mantener el equilibrio en la cuerda. En la siguiente imagen el hombre ya no tenía ni el portafolio ni el paraguas, y seguía en la cuerda. Iba sin nada y se mantenía en la cuerda avanzando hacia el edificio de destino. En la siguiente imagen aparecía el mismo hombre agarrado de dos ganchos tipo grúa, para poder mantener el equilibrio. En la siguiente aparecía el mismo hombre y  por los lados muchos ganchos tipo grúas… Y comenzó la moraleja… Los ganchos son necesarios de vez en cuando, pero no siempre, ya que los ganchos están fijos y no me permiten avanzar, tan solo que me suelte de ellos. Los ganchos no se mueven conmigo, sino que sirven para sostenerme en ese justo lugar en caso de que pierda el equilibrio… La meta es el otro edificio… Si me aferro a los ganchos no avanzo porque los ganchos están estáticos…
            Ya eran la once y cuarenta y cinco de la mañana de ese sábado. Le hice señas al moderador que yo y mi acompañante nos teníamos que ir (y no me vengan que primero el burro y después la carga) y le hice señas a mi reloj como para justificar que tenía más cosas qué hacer. Tenía bautizos en la parroquia y tenía que llevar primero al acompañante a su casa, después ir yo a almorzar y después bajar a la parroquia, cosa que requería su tiempecito, como de hecho requirió. El moderador asintió con la cabeza y nos sentimos como autorizados para retirarnos.Ya en la puerta nos volteamos y nos despedimos con movimientos recíprocos de manos. Y nos fuimos… Y no supe del resto del taller, cosa que lamenté, pero la realidad es la realidad y yo tenía que volver a la mía, porque nada cambia y todo sigue su curso en la historia. Nada cambia…
            Así que cómo no supe cómo fue lo que continuaba del taller no puedo contar más de lo que ya conté. Y queda dicho todo lo que ya está dicho con la enseñanza que llevamos en este libro (véase los decálogos), expresada de manera sorprendente en un taller de auto-ayuda.
            Comenté a algunas personas el contenido del taller y les referí lo que acabo de colocar más arriba. Todos a los que le conté les impresionó y decían que era fuerte. Que era terriblemente fuerte.

            Y está dicho todo al respecto.

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