No ponerse a inventar…
En
los días en que estaba recibiendo las quimioterapias fui invitado a un taller
de autoayuda. El taller era para pacientes de cáncer y los familiares. Acepté
la invitación. Había que llevar a un familiar. Invité a uno de los míos que
me acompañó para el sábado que había sido
programado. Algo así como Alcohólicos Anónimos, en donde asiste, por un lado,
el paciente, y por otro, la familia, para saber tratar con la enfermedad, y en
donde juega un papel muy importante la fuerza de voluntad por parte del
enfermo, pues, en ese caso particular no hay otra medicina que su propia
voluntad de no tomar. Y la comparación en este caso es válida ya que en ambas
situaciones, la mente y la fuerza de voluntad son elementos que no se pueden
obviar. Aunque en el caso del cáncer todo depende de la quimioterapia en un
gran porcentaje, pero también de la manera en que se enfrente mentalmente.
El taller comenzó a las nueve y
media de la mañana. Éramos como unas veinticinco personas, entre pacientes y
acompañantes. El ponente o animador del taller comenzó su presentación tipo
show o espectáculo de televisión. Se ayudaba con material audiovisual con
música y diapositivas a través de un videobeam y una laptop. Jugaba con las
imágenes y con la música en una sincronización perfecta. Tenía en su mano el
control y regresaba o adelantaba a placer la imagen o la música que ya tenía
programadas para esa mañana. Intencionalmente colocó una música y pidió
disculpas diciendo que esa música no era buena, que era mejor la siguiente, y
la colocó a su antojo programado. Y la música era muy pegajosa y con una letra
que le hacían a uno sudar las medias. El comenzó a aplaudir y animaba a que los
que estábamos en la sala lo hiciéramos junto con él. En la pantalla que todos
teníamos al frente aparecían algunas imágenes y en cada una de ellas iba
apareciendo la letra de la canción por párrafos, de acuerdo como iba sonando la
canción de fondo, tipo karaoke. Eso hacía que el efecto de la canción llegara
hasta lo más profundo al punto de llegar a llorar. Lloré. Saqué mi pañuelo para
limpiarme los ojos que no paraban de llorar, pero parecía como una catarata, no
tenían un stop que los frenara. Seguía como podía la canción y la letra en la
pantalla gigante. Comencé a acompañar con las manos al igual que casi todos
para palmotear al ritmo de la canción, sin perder detalle de la profundidad de
la letra. La canción era como una cumbia, pero no colombiana (porque hay
variedad de cumbias, también la colombiana) con una tendencia a como ranchera.
No recuerdo ahora bien la letra sino trozos separados, por eso no puedo transcribir
aquí ni siquiera un poco, y lo siento, porque pudiese ser de ayuda. El caso es
que a mí me desubicó y me ubicó al mismo tiempo. Me desubicó porque no pensaba
llorar ese día y me sorprendieron en mi mundo de emociones y no tenía otra
salida que llorar. Si aplicamos lo que dijimos en los tres primeros capítulos
de este libro, no sería otra cosa que una reacción instintiva y natural (del
sistema límbico) dirigida a la “amígdala cerebral” que trajo instintivamente
una respuesta acumulada, sin haber llegado a la neocorteza para racionalizarla.
El animador del taller ya había
logrado mucho en apenas dos o tres minutos, lo que dura una canción. No sólo en
mí sino en todos porque todos se estaban secando los ojos con las manos,
incluyendo a los acompañantes. Nos sentamos y nos dispusimos a lo que íbamos,
sin darnos cuenta que ya estábamos, con la sola entrada de la canción con sus
efectos emocionales positivos. El animador empezó su presentación después de
auto-presentarse y nos fue llevando muy sutilmente a su terreno haciendo que
nos fuéramos involucrando en el tema. Nos tenía a su disposición y si alguien
hubiese tenido alguna resistencia, que en esos casos siempre sucede, a medida
que se iba desarrollando la ponencia audiovisual dejaría los prejuicios y se abandonaría
para adentrarse plenamente.
Hubo una idea que a mí me marcó.
Estamos en una habitación, decía el animador, en donde no hay ventanas, no hay
puertas. Todo está sin salida. Ya se verificó y no hay posibilidad de salir por
ningún lado. Ni por arriba, ni por abajo, ni en los lados… Las paredes de la
habitación tienen la propiedad de irse cerrando poco a poco hasta llegar a
juntarse. De manera que quien está dentro queda aplastado por las paredes.
Empezó a cerrarse y a juntarse las paredes. Estoy en medio de la habitación. De
repente miro hacia el piso y veo que hay doy compuertas. En una dice: “dos metros y medio de profundidad, lleno de
excremento humano líquido, y treinta centímetros libres de aire para respirar”.
En la otra dice: “metro y medio de
profundidad, lleno de excremento humano líquido, y treinta centímetros libres
de aire para respirar”. Las paredes siguen cerrándose. ¿Qué hago?... Abro
la compuerta que dice: “metro y medio…”
y me meto. Las paredes siguieron cerrándose hasta quedar todo compactado sin
ningún espacio entre ellas. Y yo en el hueco de metro y medio con los treinta
centímetros para respirar. Estoy respirando aunque todo lleno de excremento
humano líquido…No tenía otra salida. No había opción, tan solo que hubiese
escogido la otra compuerta, pero era de dos metros y medio…
Lo importante es que estoy vivo -
insistió el moderador- Eso es lo importante.
Ahora bien. Puedo comenzar a
quejarme del olor del excremento líquido, del asco que da, de lo repugnante de
esto, de aquello, de lo incómodo del espacio donde estoy, y todo un mundo de
mis situaciones…. ¿Me voy a quejar si lo importante es que estoy vivo? No tenía
opción…
Y en esta parte nos sorprendió el
moderador. Yo también soy paciente de cáncer – dijo. A mi me diagnosticaron
leucemia hace dos años… Y nos quedamos como identificados y el hombre comenzó a
contar su historia… Impresionante, como la de cualquier historia similar, como
la suya, como la del vecino, como la mía, como la de cualquiera… Impresionante…
En su historia, el médico le dijo,
después de comenzar a comprobar la sospecha del cáncer: “fulano… no invente… no se ponga a inventar”… No contento se hizo
repetir los exámenes y le dijeron lo mismo. No satisfecho le dio todos los
resultados a su hermano que era médico y éste después de hacer algunas
consultas con sus colegas, lo llamó por teléfono para decirle lo mismo: “fulano… no invente”.
¿Y qué quería decirnos con no invente?
Él mismo se respondió. Nada de ir
donde el brujo, nada de colocarse una cola de conejo en el pecho, nada del
guarapito de esto o aquello… Nada de eso… Simplemente enfrentar la realidad y
someterse a la medicina, es decir, a la quimioterapia. No hay opción…con todo
lo que eso implique… No hacer caso de cuentos de que allá o más acá curan el cáncer
con un rezo o con una hierba… Nada de eso… No inventen…
Siguió su ponencia. Su trabajo
estaba haciendo los efectos de toma de conciencia sobre muchos puntos
interesantes.
Continuó. Después utilizó la imagen
de un hombre cruzando de un edificio a otro a través de una cuerda, como tipo
cuerda trapecio de circo. El hombre que lo cruzaba llevaba en esa primera
imagen un portafolio en una mano y en la otra un paraguas para lograr mantener
el equilibrio en la cuerda. En la siguiente imagen el hombre ya no tenía ni el
portafolio ni el paraguas, y seguía en la cuerda. Iba sin nada y se mantenía en
la cuerda avanzando hacia el edificio de destino. En la siguiente imagen
aparecía el mismo hombre agarrado de dos ganchos tipo grúa, para poder mantener
el equilibrio. En la siguiente aparecía el mismo hombre y por los lados muchos ganchos tipo grúas… Y
comenzó la moraleja… Los ganchos son necesarios de vez en cuando, pero no
siempre, ya que los ganchos están fijos y no me permiten avanzar, tan solo que
me suelte de ellos. Los ganchos no se mueven conmigo, sino que sirven para
sostenerme en ese justo lugar en caso de que pierda el equilibrio… La meta es
el otro edificio… Si me aferro a los ganchos no avanzo porque los ganchos están
estáticos…
Ya eran la once y cuarenta y cinco
de la mañana de ese sábado. Le hice señas al moderador que yo y mi acompañante
nos teníamos que ir (y no me vengan que primero el burro y después la carga) y
le hice señas a mi reloj como para justificar que tenía más cosas qué hacer.
Tenía bautizos en la parroquia y tenía que llevar primero al acompañante a su
casa, después ir yo a almorzar y después bajar a la parroquia, cosa que
requería su tiempecito, como de hecho requirió. El moderador asintió con la
cabeza y nos sentimos como autorizados para retirarnos.Ya en la puerta nos
volteamos y nos despedimos con movimientos recíprocos de manos. Y nos fuimos… Y
no supe del resto del taller, cosa que lamenté, pero la realidad es la realidad
y yo tenía que volver a la mía, porque nada cambia y todo sigue su curso en la
historia. Nada cambia…
Así que cómo no supe cómo fue lo que
continuaba del taller no puedo contar más de lo que ya conté. Y queda dicho
todo lo que ya está dicho con la enseñanza que llevamos en este libro (véase
los decálogos), expresada de manera sorprendente en un taller de auto-ayuda.
Comenté a algunas personas el
contenido del taller y les referí lo que acabo de colocar más arriba. Todos a
los que le conté les impresionó y decían que era fuerte. Que era terriblemente
fuerte.
Y está dicho todo al respecto.
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