Mientras tanto…
Sumergido me encontraba tanto en la
re-lectura del libro que tenemos citado para poder hacer algunos aportes (Inteligencia
Emocional), a la vez que iba escribiendo para ir presentando las ideas
que consideraba que eran de interés. Todo había transcurrido aparentemente bien
hasta llegar el día lunes, día que siempre he tomado de descanso. Había pensado
que ese lunes iba a hacer muy fructífero porque me dedicaría a tiempo completo
tanto a tomar las notas y presentarlas aquí, y con ello avanzar en mi intento.
Pero, apenas hice algunas pequeñas cosas y una sensación de inutilidad me
invadió esa mañana, que perdí toda voluntad hasta de querer leer y de hacer
nada. Tal vez, el encontrarme solo en la casa, y sin tener que ir a la
parroquia me ayudó a ver la inutilidad incluso del libro que estaba
escribiendo. Un mundo totalmente negativo me invadió y un pesimismo general era
la expresión de mi rostro. Con toda seguridad hasta de mi andar.
Ese día había amanecido lluvioso y
el ambiente era todo de humedad y agua. Todos los recuerdos menos agradables se
hicieron presentes. Hubiese parecido que nunca había tenido experiencias
bonitas ya que ninguna hacía su aparición por mi mente, sino, sólo los que
menos pensaba que estaban en mi memoria: todo era gris y quejumbroso. Sin
querer me iba sumergiendo en un estado de una casi total negatividad. Nada
parecía bien.
Me dejé llenar de esa sensación de
aniquilamiento, a pesar de que intentaba mandar mensajes de rechazo a esa
invasión. Pero, de nada servía que lo intentara. Fue pasando el día y en la
tarde todo seguía igual. Tal vez, peor, porque se amontonaban más recuerdos e
ideas de cosas desagradables y nefastas. No sé si en algunos en situación
parecida les suceda igual, pero a mí me había inundado un desgano por todo,
hasta de ese mismo momento. No es igual pensar que la muerte está a muchos
kilómetros de distancia a saber que le está pisando a uno los talones. Es mucha
la diferencia a nivel emocional el saber y comprender esa verdad. Y eso me
estaba martillando más de lo normal al punto de generar una apatía por todo,
sobre todo en esa tarde.
En la tarde recibí una llamada por
teléfono. Aproveché para conversar con la persona, que era de bastante
confianza, de mi estado de ánimo. Me escuchó. Y era lo que yo necesitaba justo
en ese momento. Conversamos cerca de media hora. Me insistió en que no me
auto-castigara en esa situación y dio sus razones. Resaltó muchas veces la idea
de que hay que evitar estados negativos porque eso era lo que estaba
necesitando la enfermedad, sobre todo, que me deprimiera. Que no le diera gusto
a la enfermedad del cáncer. Que era necesario levantar el ánimo a como diera
lugar. Era fácil decirlo y sonaba como un campaneo sin mucho efecto en el
cambio de ánimo, pero era necesario, por lo menos, escucharlo.
Llegó la noche y todo seguía igual
de gris. Esperé que llegara mi hermano y su esposa para conversar un poco ante
de ir a dormir.
Al día siguiente estuve tentado de
quedarme en la cama sin levantarme durante todo el día. Sin embargo, me levanté
con mucha desgana de todo a mis cotidianidades. Fue transcurriendo el día y a
quien podía le comentaba que estaba de un humor muy deprimible como buscando
apoyo para que me ayudaran a salir de esa situación. Al contrario, aumentaba
más, a pesar de que lo decía. Se suponía que al decirlo se mejoraría un poco;
por lo menos, se oye decir que si se expresa lo que se está sintiendo se
mejora, pero, no sucedía en mi caso. El estado de ánimo parecía empeñarse en
quedarse gris. No dejaba mis actividades de todos los días en mi tarea como
párroco. Vinieron a buscarme para ir a atender con la unción de los enfermos a
dos personas muy mayores y en estado de salud terminal, en esos mismos días.
Los atendí. Me coloqué un tapaboca para evitar cualquier posible contagio de
gripe o cualquier virus porque se suponía que estaba en desventaja en cuanto a
las defensas de mi cuerpo. A las seis de la tarde celebraba las misas como
siempre. Nada había cambiado respecto a mis actividades como párroco. A este punto, alguien me sugirió que colocara
mis estados emocionales mientras celebraba las misas, y no se puede negar que
se me atragantaba la garganta en algunos momentos de ella, sobre todo en la
lectura del Evangelio, especialmente un día de esos días en donde el Evangelio
decía, entre otras cosas, que: “¿No se
venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin
el consentimiento de vuestro Padre. En
cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.
No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos”. Esa misma
persona me preguntó que si no se sentía como una especie de reclamo a Dios que
de por qué a mí; y, tengo que decir que nunca sentí esa sensación. Simplemente
porque así es la vida. No hay excepción.
Ya habían aplicado la segunda sesión
de la quimioterapia, y, en parte, eso me tenía un poco alterado. Algunos
efectos físicos de la quimioterapia se evidenciaban en mi cuerpo. El dolor en
la espalda se me despertó con la segunda terapia. Tal vez, eso me tenía como me
tenía; es decir, el hecho de experimentar el dolor, que había desaparecido con
la primera quimioterapia, y, que ahora, con la segunda, se había despertado,
tal vez, eso era lo que me tenía preocupado. Ahora que lo estoy escribiendo es
que me percato que esa podría ser la razón de mi estado de depresión. Pero en
esos momentos no me daba cuenta sino del dolor de espalda, y es, ahora, cuando
tomo conciencia de los temores que pudo haber desencadenado ese hecho. Ante la
realidad del dolor se generaba una reacción inconsciente que se me escapaba de
las manos.
No se es dueño de los propios
temores, sino su víctima. Creo que eso me estaba sucediendo. Y no se tiene
control. No vale saberlo y a pesar de que estaba estudiando y escribiendo sobre
esas reacciones (inconscientes) para intentar hacer algún aporte, comenzando
para mí mismo, no tenía ningún tipo de dominio sobre esas esferas de la mente.
Las estaba estudiando con la ayuda de los aportes de la psicología más no era
un experto en manejar esas emociones. Y, ¿quién va a serlo en situaciones tan
complicadas como esas? Lo mucho que se haya leído o estudiado o se sepa no nos
hace ser dueños de esas verdades.
Podría decírseme que me aplicara lo
que estaba leyendo y que ya sabía. O sea, “médico cúrate a ti mismo”, en caso
de que yo fuese mi propio médico, y lo era, en ese caso. Ciertamente, sabía que
en esa situación el único que tenía la solución era yo mismo. Pero, una cosa es
que se sepa, y otra, el que se aplique y dé resultados. No se niega que hay
gente que no lo sepa en verdad y lo aplique mejor que quien lo sabe como
teoría. Era evidente que yo tenía la teoría. Pero, en todo caso no dependía de
mí, sino de mi inconsciente, o del mundo de cosas acumulados en la amígdala que
me tenían como me tenían.
Ahora que estoy escribiendo me
pregunto, ¿si no es una excusa para justificar mis estados de demencia en
situación normal, disfrazados de depresión por la noticia del cáncer? Y ¿no
sea, más bien, sino situación más compleja todavía que esté indicando que hay
un problema de debilidad emocional de por sí que requiriese asistencia
profesional? La idea de ir a buscar asesoría profesional no se descarta para
ninguna persona: todos en algún momento necesitamos de alguien que nos escuche
y nos preste atención. A veces el trajín de la vida nos quita ese regalo de
encontrar personas que sepan escuchar, o, a veces, nosotros mismos no tenemos
suficiente tiempo para dedicarnos a escuchar. En todo caso, no se descarta la
posibilidad de esta asesoría.
Fue pasando la semana y fue hacia el
jueves en que sentía que encontraba el cauce. Todo estaba volviendo a la
normalidad. Algunas personas vinieron a visitarme en esos días, de entre ellos,
tres sacerdotes y se estuvieron lo suficiente como para ayudar a encontrar el
rumbo perdido. No paraba de hablar. Ese jueves se improvisó una tertulia en mi
oficina antes de la misa con un grupito. Se conversó de todo un poco y eso
ayudó bastante. Definitivamente, no se puede uno aislar en esas circunstancias:
hay que buscar los medios de expandirse o conversar para evitar entramparse
mentalmente.
Es de admirar a los que no se
enredan tanto en sus mundos mentales como lo estaba yo en esos días. Tomarse la
vida como viene es la mejor solución. El problema está en que tengamos ese don
de vivir con simplicidad como de hecho mucha gente la tiene.
A los tres días siguientes teníamos
las confirmaciones en la Parroquia y venía el Obispo de la Diócesis a
administrar el sacramento, a las nueve y media de la mañana.
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