viernes, 30 de diciembre de 2016

Mientras tanto…



            Sumergido me encontraba tanto en la re-lectura del libro que tenemos citado para poder hacer algunos aportes (Inteligencia Emocional), a la vez que iba escribiendo para ir presentando las ideas que consideraba que eran de interés. Todo había transcurrido aparentemente bien hasta llegar el día lunes, día que siempre he tomado de descanso. Había pensado que ese lunes iba a hacer muy fructífero porque me dedicaría a tiempo completo tanto a tomar las notas y presentarlas aquí, y con ello avanzar en mi intento. Pero, apenas hice algunas pequeñas cosas y una sensación de inutilidad me invadió esa mañana, que perdí toda voluntad hasta de querer leer y de hacer nada. Tal vez, el encontrarme solo en la casa, y sin tener que ir a la parroquia me ayudó a ver la inutilidad incluso del libro que estaba escribiendo. Un mundo totalmente negativo me invadió y un pesimismo general era la expresión de mi rostro. Con toda seguridad hasta de mi andar.
            Ese día había amanecido lluvioso y el ambiente era todo de humedad y agua. Todos los recuerdos menos agradables se hicieron presentes. Hubiese parecido que nunca había tenido experiencias bonitas ya que ninguna hacía su aparición por mi mente, sino, sólo los que menos pensaba que estaban en mi memoria: todo era gris y quejumbroso. Sin querer me iba sumergiendo en un estado de una casi total negatividad. Nada parecía bien.
            Me dejé llenar de esa sensación de aniquilamiento, a pesar de que intentaba mandar mensajes de rechazo a esa invasión. Pero, de nada servía que lo intentara. Fue pasando el día y en la tarde todo seguía igual. Tal vez, peor, porque se amontonaban más recuerdos e ideas de cosas desagradables y nefastas. No sé si en algunos en situación parecida les suceda igual, pero a mí me había inundado un desgano por todo, hasta de ese mismo momento. No es igual pensar que la muerte está a muchos kilómetros de distancia a saber que le está pisando a uno los talones. Es mucha la diferencia a nivel emocional el saber y comprender esa verdad. Y eso me estaba martillando más de lo normal al punto de generar una apatía por todo, sobre todo en esa tarde.
            En la tarde recibí una llamada por teléfono. Aproveché para conversar con la persona, que era de bastante confianza, de mi estado de ánimo. Me escuchó. Y era lo que yo necesitaba justo en ese momento. Conversamos cerca de media hora. Me insistió en que no me auto-castigara en esa situación y dio sus razones. Resaltó muchas veces la idea de que hay que evitar estados negativos porque eso era lo que estaba necesitando la enfermedad, sobre todo, que me deprimiera. Que no le diera gusto a la enfermedad del cáncer. Que era necesario levantar el ánimo a como diera lugar. Era fácil decirlo y sonaba como un campaneo sin mucho efecto en el cambio de ánimo, pero era necesario, por lo menos, escucharlo.
            Llegó la noche y todo seguía igual de gris. Esperé que llegara mi hermano y su esposa para conversar un poco ante de ir a dormir.
            Al día siguiente estuve tentado de quedarme en la cama sin levantarme durante todo el día. Sin embargo, me levanté con mucha desgana de todo a mis cotidianidades. Fue transcurriendo el día y a quien podía le comentaba que estaba de un humor muy deprimible como buscando apoyo para que me ayudaran a salir de esa situación. Al contrario, aumentaba más, a pesar de que lo decía. Se suponía que al decirlo se mejoraría un poco; por lo menos, se oye decir que si se expresa lo que se está sintiendo se mejora, pero, no sucedía en mi caso. El estado de ánimo parecía empeñarse en quedarse gris. No dejaba mis actividades de todos los días en mi tarea como párroco. Vinieron a buscarme para ir a atender con la unción de los enfermos a dos personas muy mayores y en estado de salud terminal, en esos mismos días. Los atendí. Me coloqué un tapaboca para evitar cualquier posible contagio de gripe o cualquier virus porque se suponía que estaba en desventaja en cuanto a las defensas de mi cuerpo. A las seis de la tarde celebraba las misas como siempre. Nada había cambiado respecto a mis actividades como párroco.  A este punto, alguien me sugirió que colocara mis estados emocionales mientras celebraba las misas, y no se puede negar que se me atragantaba la garganta en algunos momentos de ella, sobre todo en la lectura del Evangelio, especialmente un día de esos días en donde el Evangelio decía, entre otras cosas, que: “¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro  Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos”. Esa misma persona me preguntó que si no se sentía como una especie de reclamo a Dios que de por qué a mí; y, tengo que decir que nunca sentí esa sensación. Simplemente porque así es la vida. No hay excepción.
            Ya habían aplicado la segunda sesión de la quimioterapia, y, en parte, eso me tenía un poco alterado. Algunos efectos físicos de la quimioterapia se evidenciaban en mi cuerpo. El dolor en la espalda se me despertó con la segunda terapia. Tal vez, eso me tenía como me tenía; es decir, el hecho de experimentar el dolor, que había desaparecido con la primera quimioterapia, y, que ahora, con la segunda, se había despertado, tal vez, eso era lo que me tenía preocupado. Ahora que lo estoy escribiendo es que me percato que esa podría ser la razón de mi estado de depresión. Pero en esos momentos no me daba cuenta sino del dolor de espalda, y es, ahora, cuando tomo conciencia de los temores que pudo haber desencadenado ese hecho. Ante la realidad del dolor se generaba una reacción inconsciente que se me escapaba de las manos.
            No se es dueño de los propios temores, sino su víctima. Creo que eso me estaba sucediendo. Y no se tiene control. No vale saberlo y a pesar de que estaba estudiando y escribiendo sobre esas reacciones (inconscientes) para intentar hacer algún aporte, comenzando para mí mismo, no tenía ningún tipo de dominio sobre esas esferas de la mente. Las estaba estudiando con la ayuda de los aportes de la psicología más no era un experto en manejar esas emociones. Y, ¿quién va a serlo en situaciones tan complicadas como esas? Lo mucho que se haya leído o estudiado o se sepa no nos hace ser dueños de esas verdades.
            Podría decírseme que me aplicara lo que estaba leyendo y que ya sabía. O sea, “médico cúrate a ti mismo”, en caso de que yo fuese mi propio médico, y lo era, en ese caso. Ciertamente, sabía que en esa situación el único que tenía la solución era yo mismo. Pero, una cosa es que se sepa, y otra, el que se aplique y dé resultados. No se niega que hay gente que no lo sepa en verdad y lo aplique mejor que quien lo sabe como teoría. Era evidente que yo tenía la teoría. Pero, en todo caso no dependía de mí, sino de mi inconsciente, o del mundo de cosas acumulados en la amígdala que me tenían como me tenían.
            Ahora que estoy escribiendo me pregunto, ¿si no es una excusa para justificar mis estados de demencia en situación normal, disfrazados de depresión por la noticia del cáncer? Y ¿no sea, más bien, sino situación más compleja todavía que esté indicando que hay un problema de debilidad emocional de por sí que requiriese asistencia profesional? La idea de ir a buscar asesoría profesional no se descarta para ninguna persona: todos en algún momento necesitamos de alguien que nos escuche y nos preste atención. A veces el trajín de la vida nos quita ese regalo de encontrar personas que sepan escuchar, o, a veces, nosotros mismos no tenemos suficiente tiempo para dedicarnos a escuchar. En todo caso, no se descarta la posibilidad de esta asesoría.
            Fue pasando la semana y fue hacia el jueves en que sentía que encontraba el cauce. Todo estaba volviendo a la normalidad. Algunas personas vinieron a visitarme en esos días, de entre ellos, tres sacerdotes y se estuvieron lo suficiente como para ayudar a encontrar el rumbo perdido. No paraba de hablar. Ese jueves se improvisó una tertulia en mi oficina antes de la misa con un grupito. Se conversó de todo un poco y eso ayudó bastante. Definitivamente, no se puede uno aislar en esas circunstancias: hay que buscar los medios de expandirse o conversar para evitar entramparse mentalmente.
            Es de admirar a los que no se enredan tanto en sus mundos mentales como lo estaba yo en esos días. Tomarse la vida como viene es la mejor solución. El problema está en que tengamos ese don de vivir con simplicidad como de hecho mucha gente la tiene.

            A los tres días siguientes teníamos las confirmaciones en la Parroquia y venía el Obispo de la Diócesis a administrar el sacramento, a las nueve y media de la mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario