viernes, 30 de diciembre de 2016


Chévere, cambur pintón
después del libro Por la culpa de la tripa (o gracias a ella)

  
Daniel Albarrán

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Título original:
Chévere, cambur pintón

Depósito legal: lf-08120088005106

ISBN: 978-980-12-3546-0
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Escrita en Barcelona, Venezuela,
 desde julio hasta noviembre de 2008
(durante el tratamiento contra el cáncer)

Primera edición/impresión: 1000 ejemplares
Impreso en los talleres:
Litho, CF C. A.
Rif.: J-29577208-4
Puerto la Cruz
Anzoátegui – Venezuela
Telf.: 0281-269.45.47
(diciembre, 2008)


Segunda edición/impresión: 2011




PRÓLOGO DEL AUTOR




Después de la crisis emocional que supuso la noticia del cáncer, las cosas no fueron nada fácil, como es de suponer en casos semejantes. Se queda como sin rumbo, y las emociones son muchas y opuestas, y en cadenas sin fin. Apenas llega un pensamiento y un sentimiento, porque no se dan por separados sino en conjunto, y la imaginación se encarga de hacer sus recorridos por mundos realmente impresionantes. Bien dicen “que la imaginación es la loca de casa”. Y miren que lo es, porque se mete por todos los rincones habidos y hasta ignorados de nuestra propia casa y hace estragos, porque comienza a sacar cosas que uno en sano juicio emocional no sería capaz de pensar. No significa que uno está loco, pero casi de estarlo en situación parecida, sino que no se puede negar que se queda perturbado emocionalmente y eso da pie para sostener que no se está en pleno juicio emocional. Son las emociones encontradas las que revolotean alborotadamente en la cabeza y no se pueden evitar ni siquiera frenar.
De nada valen las palabras de estímulo como “tranquilo”, o “paciencia”; mucho menos las comparaciones con casos conocidos por las personas que vienen a alentarlo a uno. Muchísimo menos las posturas típicas de que es la “voluntad de Dios” u otras expresiones como para justificar la situación que se está viviendo en carne propia y en sufrimiento desgarrador que te hacen llorar en el alma, aun cuando se aparente un silencio externo. Pero, “la procesión va por dentro”.
Supiera la gente valorar y respetar esos momentos de soledad existencial y no dijera tantas cosas que agrandan más la perturbación que ya se tiene. El silencio y la presencia serían suficientes, y la solidaridad solidaria; es decir, estar allí sin pretender saberlo todo y de todo, mucho menos de los cánceres; sino en saber ser solidario respetando y sin echar más leña al fuego a la hoguera que ya se tiene en la mente.
En esa situación propia y única y sin comparación me hallaba yo después de la noticia del cáncer. Sin comparación porque es de imaginar el mundo de mundos que pasa por cada persona que se enfrenta a esa realidad. Yo me hallaba en la que me hallaba.
Así, el primer día lo tomé como muy deportivo. Daba la noticia como si nada y muchos se sorprendían de que lo dijera así como así. Era las reacciones de muchos que iban haciendo que yo me la fuera tomando en serio. A algunos se les desdibujaba el rostro y eso lo recibía mi sensor óptico y emocional y lo procesaba, a veces bien; y otras, me hacía un nudo en la garganta al punto de escapárseme un “así es la vida”, acompañado con un gesto involuntario de hombros, indicando con ello que ya estaba entrando en el juego del conformismo y de la aceptación, juego doblemente mortal para mi situación, porque el siguiente paso podría ser el del “derrotismo” y del “no se puede hacer nada”.
Escribir la continuación del libro Por culpa de la tripa (o gracias a ella) no me emocionaba mucho aunque no lo descartaba. Pero en esos días por más que encendía la computadora para sentarme a escribir sobre esas mis emociones de esos días nada salía y los dedos no obedecían para teclear las letras adecuadas. Sin duda que mi mente estaba bloqueada y todavía no había encontrado la respuesta adecuada a la situación (cfr. Daniel Goleman).Le había comentado a la Dra., la hematólogo del hospital que había escrito el libro de la tripa y ella me animó a que escribiera sobre la experiencia del cáncer, que eso podía hacer mucho bien a mucha gente, sobre todo a los pacientes de cáncer. Le respondí que tal vez, pero, era más una negativa que una esperanza. A la semana cuando me tocó la primera sesión de la quimioterapia ella fue a visitarme como paciente y después de los saludos de rutina y de algunos chequeos previos, me preguntó que si ya había empezado el libro. Yo toqué con mi mano derecha como reacción disimulada el apoya brazos del sillón morado en el que me hallaba sentado a punto del tratamiento y ella entendió que todavía no estaba preparado, y creo que se me humedecieron las mejillas con un par de lágrimas disimuladas pero con un apretón de labios que indicaban a claras que estaba a punto de llorar. No dijo nada y se despidió respetando mi momento justo en ese momento.
Se aplicó la primera sesión de la quimioterapia con sus reacciones y efectos respectivos y que serán parte del contenido de este nuevo libro (más adelante). Emocionalmente estaba muy como a la si nada estaba pasando. Físicamente, bastante bien y sin ningún efecto aparente. Las llamadas de teléfono de muchas personas se hicieron manifiestas mostrando su acompañamiento. Las visitas a la casa parroquial no se hicieron esperar y aquello eran unas tertulias muy amenas. Algunos llevaban detallitos como que si galletas o jugos de esto o de aquello, y todo lo compartíamos entre todos los que cabían en la pequeña oficina y se hacía el ratico al que iban en ratotes muy agradables para todos, tanto para mí como para ellos.
No descartaba la necesidad de escribir el libro. En esas conversaciones surgían temas muy interesantes que valían la pena escribir y a veces manifestaba que era necesario. La mente se estaba ya cuadrando para dar la respuesta precisa y justa. “Hay que darle tiempo al tiempo”, dice nuestra gente en su enseñanza más que sabia. Y mi mente se estaba tomando el suyo porque estaba colocando las emociones en sus lugares precisos para poder dar la respuesta adecuada. Porque hay que tener en cuenta lo que dice Freud que el artista en sus múltiples manifestaciones tiene que realizar lo que sabe hacer porque en eso consiste su sanación del inconsciente. Además, se trata de salud mental. Así que independientemente que sea bueno o malo lo que produzco, depende del ojo de quien lo vea (porque es subjetivo) se trata de mi salud mental que es lo que importa, y con algún que otro aporte para quien lo lea, porque si lee, ya sea éste libro u otro, es porque también se halla en búsqueda de salud mental, y eso lo convierte ya en un artista.
Así que a lo que vamos. El título del libro lo inspiró una conversación por teléfono con una persona que me llamó para saber de mi salud. Después de los saludos y de los detalles de aquí y de allá al despedirnos, la persona me contestó que esperaba que yo estuviera “chévere, cambur pintón”, así como yo mismo lo decía en mis primeros cuatro años de sacerdocio cuando la gente me preguntaba que cómo estaba. Mi respuesta era “chévere, cambur pintón” y esa respuesta me tipificaba y soltaban la carcajada. Esta persona me lo refrescó y se me iluminó la idea, que podría estar oscura y confusa.
Y al día siguiente de la segunda sesión de la quimioterapia empecé lo que usted está empezando a leer y que juntos haremos realidad. Independientemente, de los resultados finales. Y aquí hago una nota metodológica: normalmente el prólogo de un libro se hace al final, después que se ha escrito el libro para recoger sobre su contenido y presentarlo de manera sucinta. Esta vez hago el prólogo de primero, porque no se sabrán los resultados; además porque iré escribiendo como vayan sucediendo las cosas, sobre todo a nivel emocional.

Así que, por ahora: ¿Cómo estás?:

 “Chévere, cambur pintón

Cada cosa en su lugar



En el prólogo hice referencia al libro de Daniel Goleman titulado La inteligencia emocional, por qué es más importante que el cociente intelectual, y con esta misma quiero empezar este primer capítulo. Pero esta vez ya no haciendo la referencia, sino tomando las ideas del autor y colocándolas aquí para dar los primeros pasos e intentar entender muchas cosas de nuestras vidas, en cuanto a las emociones y a las reacciones. Por supuesto que el libro que estamos comenzando no va a ser un libro de científicos, procurará ser tan igual de jocoso y chistoso como el libro Por la culpa de la tripa… sin que falte algo de aporte que esa es la idea, para ambas partes.
Para empezar digamos, o mejor copiemos la idea, no al pie de la letra, sino a nuestra manera para entendernos. Así hay que decir que se han hecho muchos estudios fisiológicos (es decir, del comportamiento natural del cuerpo como instinto frente a un estímulo externo) y han descubierto que a cada emoción hay una respuesta del organismo para una situación específica y distinta de una persona a otra. No somos iguales y no podemos esperar las mismas respuestas de todos en las mismas circunstancias. Primer elemento a tener en consideración: es que somos distintos y reaccionamos distinto. Nadie se parece a otro, y no puede reaccionar de la misma manera. Eso se debe a la famosa “amígdala cerebral”, que es donde se registran y guardan todas las emociones. Lo que hace que tengamos registros distintos uno de otros. Se trata de la “amígdala cerebral”, distinta de las amígdalas que tenemos en la garganta.

Primero:


En ese sentido, los científicos han descubierto las siguientes emociones relacionadas con las siguientes características fisiológicas[1]:

1.   Con la ira, la sangre fluye a las manos. Y eso nos predispone a tomar un arma o golpear a un enemigo; se genera un ritmo elevado de la frecuencia cardiaca y eso nos lleva a un alto grado de agresividad.
2.   Con el miedo, la sangre va a los músculos esqueléticos grandes, como los de las piernas, y así resulta más fácil huir. El cuerpo se congela por un momento esperando qué decisión tomar; y el rostro queda pálido debido a que la sangre deja de fluir por él (creando la sensación de la cara fría). Además, el miedo pertenece a sistema defensivo de la naturaleza[2].
3.   Con la felicidad, se genera una inhibición de sentimientos negativos; pero es muy pasajero.
4.   El amor, los sentimientos de ternura y la satisfacción sexual dan lugar a un despertar parasimpático (respuesta de la relajación) de todo el organismo, y genera un estado general de calma y satisfacción, facilitando la cooperación.
5.   El levantar las cejas en expresión de sorpresa permite un mayor alcance visual y también que llegue más luz a la retina, lo que permite tener mayor información de lo que está sucediendo y precisarlo para idear mejor lo que se va a hacer de inmediato.
6.   La expresión de disgusto es universal: algo tiene un sabor o un olor repugnante (o algo no me gusta del entorno) y supone un arrugar los labios y fruncir la nariz como para no permitir que algo dañino entre y me haga daño.
7.   La tristeza ayuda a adaptarse a una pérdida significativa, como la muerte de una persona cercana, o una decepción grande. La tristeza produce una caída de la energía y el entusiasmo por las actividades de la vida, sobre todo por las diversiones y los placeres. Mientras se recupera la energía la mente está preparando una planificación de un nuevo comienzo.

Podría pensarse que influye y determina el nivel de preparación que se pueda tener para superar cada emoción frente a cada reacción fisiológica (instintiva), y del ambiente en donde se encuentre la persona concreta. Pero, no es así.
En el caso de la noticia del cáncer, suceden todas esas cosas juntas. Tal vez, más la última que hemos señalado aquí, la número 7, la de la tristeza. Y no es para menos. Habrá dos reacciones distintas, como es lógico. Y ninguna se parecerá a ninguna otra de cualquier otra persona, porque son historiales distintos y archivos emocionales distintos. Es muy importante saber esto para no comparar a nadie con nadie. Justamente, porque son dos inteligencias las que están interviniendo en la misma mente y en la misma persona: la inteligencia emocional y la inteligencia racional. Es descubrimiento científico. Todos los seres humanos tenemos dos mentes: una mente que piensa; y otra mente que siente. Y cada una por separado tiene vida propia.
La mente que siente es la reacción fisiológica, la instintiva como a la defensiva, por eso es instintiva. Una cosa es lo que uno siente en determinadas circunstancias; y otras las que piensa en esas mismas circunstancias. No quisiera pensar uno todo lo que está pensando, ya que “la imaginación, que es la loca de la casa”, se mete por todos los rincones habidos y por haber, y si no los inventa; y otra, es lo que uno está sintiendo. El problema está en que las dos mentes se den las manos.
Una es la convicción que se tiene en el corazón, y es más profunda; y otra, que pensar eso mismo con la mente racional. El problema radica precisamente en esa división de pensamientos: la del corazón y la de la mente. La división entre lo que se piensa y lo que se siente. Tal vez, no se quiere pensar que se tiene miedo; pero, por el contrario, se siente y se experimenta miedo.
Sin embargo, estas dos mentes están exquisitamente coordinadas; se dan la mano. Así los sentimientos son esenciales para el pensamiento; y el pensamiento es esencial para el sentimiento. Pero cuando aparecen las pasiones, la balanza se inclina: es la mente emocional la que domina y aplasta a la mente racional.
Se trata del doble sistema: el sistema límbico, por un lado; y por el otro, del sistema de la neocorteza o cerebro pensante. Pero el cerebro emocional (instintivo) existió mucho antes que el cerebro pensante. O sea, que básicamente somos animales instintivos y así reaccionamos inmediatamente. Son las fuerzas naturales instintivas de conservación como en el caso de los animales, no habiendo prácticamente diferencia con el ser humano, si no fuera por la neocorteza, que es la que permite la sutileza y complejidad de la vida emocional, como la capacidad de tener sentimientos con respecto a nuestros sentimientos[3]. Primariamente la referencia es al sistema límbico; es decir, instintivo, donde están todos los registros genéticos de comportamiento.
Por otra parte, gracias a la interconexión de circuitos evolucionados, el cerebro emocional juega un papel importante en la arquitectura nerviosa para poder pensar antes de actuar, porque el actuar es instintivo y de conservación (donde juegan un papel muy importante el aprendizaje y la memoria), y la tarea es saber ser conocedores de toda esa realidad para actuar emocionalmente con inteligencia. O dicho de otra forma, actuar con inteligencia sobre la reacción emocional que es instintiva, y que muchas veces se nos puede escapar de las manos.

Segundo:


Apliquemos todo esto frente a la noticia de tener cáncer. ¿Cuál sería la primera reacción (que sería fisiológica)?
La de abrir más los ojos y cerrar los puños o quedarse pasmado en la silla.
La de sorpresa y del no puede ser. O del pueda que se trate de un error de análisis.
Y, ¿cuál sería la emoción?
Dudo que de alegría.
Más bien de desencanto, de caída de brazos, de rabia, de miedo, de llorar, y de angustia. Y por mucho que tengamos mucha inteligencia emocional o racional nos dejamos invadir instintivamente por una reacción de conservación. Nos paralizamos. Se nos nubla el futuro; o mejor dicho, se nos niega el futuro y el día inmediato. No sabemos si llorar, o reír; no sabemos hacia dónde ir; si de regreso a la casa, o si deambular un buen rato por la calle como sin rumbo y destino fijo; o, como de déjenme solo.
Y eso es instintivo, es decir una reacción fisiológica ante una emoción. Y varía de persona a persona. Hay que ser muy respetuoso de esa situación desgarradora y terrible. Aquí no vale estudios o títulos personales, que serían racionales. Al contrario, estamos totalmente vulnerables a la emoción, y esa verdad sí que se nos escapa de nuestro control inmediato.
El control emocional vendrá mucho tiempo después, si es que vendrá.
Pero tiene que venir para poder hacer frente a la nueva realidad; porque si no viene, se puede asomar la catástrofe de manera inmediata, que es el derrumbamiento emocional y mental, y con ello la muerte.
Hay que darle la batalla. Para eso están lo grandes adelantos de la medicina. Por lo menos hay que abandonarse a ella para emprender la lucha. Pero es fácil decirlo. Otra cosa es vivirlo.
No se puede negar que instintivamente es una noticia y una realidad muy fuertes. Lo demás es cuento. Nos domina la emoción, O sea, el instinto. Después intervendrá la razón para hacer y convertir la realidad en una esperanza. Y eso nos ayuda a ubicar cada cosa en su lugar como titulamos este capítulo. Y el lugar de esta situación, así de primeras, es que es desgarradoramente terrible y desesperante. Somos instintivos y no podemos evitarlo. Somos primero animales instintivos, y después pensantes.
Sin embargo, se debe exigir el respeto. Sobre todo, que somos únicos y no merecemos ningún tipo de comparación con nadie. Déjennos sufrir y quedar como taciturnos, y con la mirada perdida, porque estamos en un proceso de recreación mental, fruto de la naturaleza que es realmente muy sabia. Por lo menos por algunos momentos, porque tampoco nos ayudaría la soledad y el abandono. Pero, la naturaleza tiene sus mecanismos, y esa tristeza es el momento para buscar nuevas fuerzas y poder continuar.

¡Y la tristeza hará también su trabajo! En todas las dimensiones del radio de acción: primero, en el que tiene el cáncer; después en la familia, porque también les espanta la realidad nueva; y, así, en todo el círculo en menor o mayor grado según sea la conexión con el centro o sujeto que padece. Pero en dimensiones muy relativas y sin ninguna comparación, por supuesto. Y ese es el primer puesto de las cosas en su lugar. Lo demás se le deja al tiempo y a la naturaleza que es por de más de sabia y tiene sus propios mecanismos de defensa, ya físicos ya mentales y/o cerebrales.

Tercero:


            ¿Por qué no todos actuamos de igual manera ante los mismos estímulos? ¿Por qué reaccionamos distinto, unos de otros, si las circunstancias, aparentemente, son iguales?
            La respuesta la encontramos en lo que los científicos (neurólogos) han llamado “la amígdala cerebral”, que es un racimo en forma de almendra de estructuras interconectadas que se asientan sobre el tronco cerebral, cerca de la base del anillo límbico. Existen dos amígdalas, una a cada costado del cerebro, apoyada hacia el costado de la cabeza. Su función es ser la especialista en asuntos emocionales. Si la amígdala queda separada del resto del cerebro nos llevaría a una “ceguera afectiva”, porque perderíamos toda capacidad de emociones frente a los acontecimientos. Y si eso sucede se pierde todo interés por la vida, porque nos llevaría a perder toda capacidad de reconocer los sentimientos, así como todo sentimiento por los sentimientos. La amígdala actúa como depósito de la memoria emocional y tiene mucha importancia por sí misma; la vida sin amígdala es una vida sin significados personales. Sería una total apatía e indiferencia.
            Sin la amígdala nos quedaríamos impasibles y sin respuestas al afecto, como a las mismas pasiones, como el miedo y la furia (como en el caso de los animales a los que por experimento se les ha extirpado o cortado la amígdala cerebral). Hasta se perdería la capacidad de derramar una lágrima, porque habría ausencia de emociones, y ni un abrazo tendría sentido y valor. La amígdala está en el centro de la acción de la emociones, incluso mucho antes que el cerebro pensante (la neocorteza) esté intentando tomar una decisión.
            En otras palabras, el sentimiento impulsivo supera lo racional. Es cuando se vuelve fundamental y de mucho interés para nuestro conocimiento de nuestros comportamientos aparentemente irracionales e ilógicos. Lo sentidos, empezando por el del olfato[4], mandan las señales a la amígdala en un lugar destacado en la vida mental, algo así como un guardia de entrada o vigía que se enfrenta a cada situación, cada cosa que percibe o recibe de los sentidos, y ante todas tiene una sola pregunta: ¿Esto me hace daño, le tengo miedo, lo detesto? Y si se responde que sí le hace daño, o lo detesta, o le tiene miedo, o cualquier prevención negativa, la amígdala reacciona instantáneamente, mandando un mensaje de peligro y de crisis a todas las partes del cerebro, despertando con ello inmediatamente un sistema de alarmas indicando que hay problemas. Y esas alarmas provocan la secreción de las hormonas que facilitan la reacción de ataque o de fuga, moviliza los centros del movimiento y activa el sistema cardiovascular, los músculos y los intestinos. El tronco cerebral recibe como consecuencia la predisposición de actuar, como el temor, el miedo u otras manifestaciones para reaccionar inmediatamente, según la emergencia del momento, haciendo así que los pensamientos queden en un segundo plano, por lo menos en esos momentos tan cruciales instintivos, en donde la mente racional queda sometida a la emergencia emocional que es exclusividad de la amígdala. O sea, que estamos sometidos a los instintos involuntarios como sistema de defensa y de auto-conservación. Después es que procede la razón o la mente pensante, pero después de la emergencia que despertó la alarma que se recibieron de los sentidos. En otras palabras, después es que vienen los arrepentimientos o los reclamos de conciencia de lo que hicimos de manera instintiva. Pero, se nos escapa de las manos. Ni que fuéramos sólo mente pensante. Somos, primariamente, emocionales y reaccionamos como tales.
El sistema emocional puede actuar con independencia de la neocorteza o cerebro pensante. La amígdala puede guardar recuerdos y muchas respuestas que efectuamos sin saber exactamente por qué lo hacemos, precisamente porque la especie de alcabala que existe entre el tálamo y la amígdala evita completamente la neocorteza. He ahí que la amígdala se convierta en un depósito de impresiones y recuerdos emocionales de los que nunca fuimos plenamente conscientes. Lo que quiere decir que nuestras emociones tienen mente propia, y que es independiente de nuestra mente racional. Eso explica todas nuestras impulsividades, muchas veces mal entendidas y no comprendidas.



[1]  Cfr. Daniel Goleman, Inteligencia Emocional, pp. 24-31.
[2] Cfr. José Antonio Marina, Anatomía del miedo, Un tratado sobre la valentina, Círculo de lectores,  España, 2006.
[3] Es el último cerebro, su nombre proviene de corteza nueva, siendo el cerebro más joven y de mayor evolución el cual permitió el desarrollo del Homo Sapiens, y está dividido en dos (02) hemisferios (izquierdo y derecho) y es el que nos permite pensar, hablar, percibir, imaginar, analizar y comportarnos como seres civilizados, se encuentra ubicado sobre el sistema límbico y según Mac Lean en él se desarrollan una serie de células nerviosas dedicadas a la producción del lenguaje simbólico, a la función asociada a la lectura, escritura y aritmética. De igual manera proporciona la procreación y preservación de las ideas que allí surgen, recibe las primeras señales de los ojos, oídos y piel ya que las del gusto y el olfato provienen del límbico.

[4] El sistema límbico está compuesto de una serie de estructuras cerebrales que rodean al complejo R, y lo compartimos con los demás mamíferos y en parte con los reptiles. Su evolución se ha situado en hace cerca de 150 millones de años Se ha podido establecer que el sistema límbico es el área del cerebro mas relacionada con las emociones como el miedo, sentimentalismo, ansiedad, y altruismo. Se le asocia también directamente con las funciones de formación de memoria, aprendizaje, y experiencias.
   Una parte importante del sistema límbico viejo es la corteza olfatoria, otra parte está dedicada a las funciones gustativas y orales, y otra a funciones sexuales. Aunque se ha observado que en la función sexual intervienen simultáneamente los tres componentes cerebrales. Otras estructuras importantes del sistema límbico son: el Tálamo, el Hipotálamo, la Amígdala, la Pituitaria, y el Hipocampo. El sistema límbico juega un papel primordial en la consolidación de la memoria declarativa o intencional, por medio de la cual recordamos hechos pasados, pedimos nombres, sabemos datos y fechas, etc.

La noticia, como tal,

una experiencia sin comparación



            La motivación inicial de este libro es, además, de una auto-sanación, de un aporte para quien se pueda hallar en situaciones difíciles como la de enfrentarse a la noticia desgarradora de tener cáncer. Nada fácil, ni lo uno, ni lo otro. ¿Cómo puede un ciego guiar a otro ciego? Pero, haciendo caso a la sugerencia de la Dra. de que pudiera ser de mucha utilidad para muchos pacientes, me hallo en medio de esta tarea por de más complicada, aceptando el reto, y buscando todos los medios para por lo menos hacer el intento. Ni siquiera sin tener la seguridad de tal vez terminarlo, no sea, que ni llegue a tiempo o el tiempo y su implacable no-perdón, se encargue del resto. Pero eso será cuando será. Y no adelantemos, pero tampoco ofrezcamos, para ser lo más justos posibles con esta realidad.
            Tampoco se pretende hacer un recetario o un formulario a seguir de quien lea este libro. Sería entrar en contradicciones con lo que tenemos dicho en los dos primeros capítulos y que son muy serios y para tomárselos como tal, con todo respeto. La cosa es más compleja pero también muy sencilla a la vez, porque se trata de nuestros mundos pasados acumulados en nuestros historiales emocionales y que están guardados para nuestra autodefensa y reacción frente al peligro inminente que supone saberse poseedor de una enfermedad que le está pisando los talones, y ni para saber si todavía muy lejos, no tan lejos, o más bien, pegadito. Esa impresión o sensación paraliza toda actividad mental y se pasa a ser presa exclusivamente de las emociones. Y es desgarradoramente inevitable. Habrá quien lo toma bien, cosa que dudo. Habría que preguntarle a un sentenciado a la silla eléctrica o a la horca lo que siente el saber que en dos días lo van a ejecutar. Sus respuestas serían pura adrenalina y todas esas producciones hormonales y secreciones renales y de todas las demás ramificaciones implicadas en la producción de emociones, por mucho que se le diga que se la tome con calma y que tenga sentido racional para ver las cosas con claridad.
            Las preguntas se aglomerarán en el sentimiento, es decir, en el corazón, de manera inmediata. Sale a relucir la familia, los hijos, los cercanos, los lejanos, los proyectos y tantas otras cosas que tenemos como propósito en la vida. ¿Y, ahora, qué? Y ese QUÉ resuena en grande y como en eco redoblante en la mente emocional, porque la mente racional se ha quedado paralizada. Y es, entonces, cuando estamos bajo el yugo total y absoluto de la amígdala y todo su contenido, por fracciones de segundos, o tal vez, por mucho más tiempo, si se sucumbe a la impresión. Terrible, sin duda. Puede ser una eternidad o un túnel sin salida... Pueda que no haya ni siquiera retorno. Es un shock, por lo menos, de manera inmediata y súbita. Tal vez exagere, pero la noticia no es para nada halagadora ni complaciente.
            ¿Qué hacer? Sufrir el momento en el momento. ¿Se está preparado? He ahí el problema. Nadie lo está, así digan lo que digan.
            Y las reacciones serán muy variadas. Ni siquiera un modelo se propondría a seguir. Absurdo fuera. Se está bajo el mundo de las emociones y somos sus víctimas.
            Enseguida aparecen todos los recuerdos de quienes hemos conocido que tienen o tuvieron cáncer. Sus imágenes nos invaden y nos turban confundiendo más la situación emocional. La muerte se nos presenta como ya más vecina que hace unos momentos atrás. No tanto la muerte, sino su proceso; es decir, el dolor, el sufrimiento, el tratamiento, la dieta y todo lo que esto supone. Más se nos complican las cosas a nivel emocional.
            Pero no todo está perdido, sin embargo, como veremos a continuación, ya que existen cinco esferas para aumentar las capacidades de nuestra inteligencia emocional y con ello buscar el nivel que la naturaleza ha programado para nuestra salud mental. Son ellas:

  1. Conocer las propias emociones.
  2. Manejar las emociones.
  3. Ordenar nuestras emociones.
  4. Reconocer las emociones en los demás.
  5. Manejar las relaciones.

Estas esferas se pueden cultivar y se puede mejorar con nuestros esfuerzos conscientes, lo que significa que es un arte y un aprendizaje el mejorar porque todo está en función de que nuestras relaciones mejoren con los demás, que es, al fin y al cabo, la clave de todo[1]. Por ahora, y siguiendo el método del autor que tenemos como guía y consulta, vamos a diferenciar el CI (cociente intelectual) de la inteligencia emocional. Se puede tener, de hecho, un elevado CI, pero muy bajo, el control emocional y aquí es donde están los problemas. Tal vez, habría que citar la obra de Erasmo de Rótterdam, Elogio a la locura, en donde presenta de manera irónica estas dos verdades sociales como para ilustrar mejor este intento de magnificar un comportamiento en sacrificio del otro, cuando lo que prevalece es el buen desenvolvimiento en las relaciones interpersonales, de los que muchas veces los muy elevados en su CI son más bien torpes; y sí muy ágiles y prontos los que tienen la capacidad de conversar y hasta a veces aparentemente, perder el tiempo.
Pero, sigamos como vamos, para adelantar y conocer más sobre el tema. Sólo presentaremos las dos primeras, ya que las siguientes son una secuencia natural de estas dos fases iniciales.

PRIMER PASO: CONOCER LAS PROPIAS EMOCIONES:


Esa es la clave de todo.
Ya se ha enclichado esa verdad en la tan famosa y citada frase de Sócrates con el “conócete a ti mismo”. Sin embargo, esa es la primera fase y la más importante. Ya sabemos quiénes somos y dónde vivimos y todos esos detalles de ubicación, como a qué familias pertenecemos. Eso nos da un lugar y una ubicación. Pero, la cosa va un poquito más allá. Va al qué somos cuando somos, y cuándo (en la circunstancia concreta) nos toca serlo. Parece un enredo de palabras pero es una verdad que no podemos eludir, porque es la piedra angular de la inteligencia emocional que nos llevará a tener conciencia de nuestros propios sentimientos en el momento en que los experimentamos. Ahí quedamos al desnudo con nosotros mismos y frente a los demás, sin ningún tipo de adornos: somos los que en verdad somos. Quedamos en evidencia frente a todos y a todo, en situaciones concretas de reacción aparentemente involuntaria. Pero no se trata de avergonzarnos de ello, sino de tomar conciencia de que lo estamos sintiendo justo en ese momento, y en la medida de lo posible intentar calificar o nombrar eso mismo que estamos sintiendo, como rabia o ira, por ejemplo. Si esto último se da significa que los circuitos neocorticales están controlando activamente la emoción, que es el primer paso para alcanzar cierto control, y la podríamos llamar como la conciencia de las emociones. En otras palabras, que somos sabedores de que estamos sintiendo eso; justo, precisamente en ese momento; y ya, en cierta manera, tenemos un comienzo del comienzo, que es conocernos a nosotros mismos. La clave de todo. Estamos sintiendo “lo que” en “el momento que”; sin negarlo. Pero sin afianzarlo, porque, entonces, sería un retroceso y sería dar rienda suelta al contenido de los archivos de la amígdala que nos manda respuestas instintivas. O lo que sería igual a decir que sabemos lo que estamos sintiendo y tenemos idea de ese cambio que estamos sintiendo y experimentando. Eso mismo nos dará la posibilidad de actuar sobre esos mismos sentimientos y librarnos de ellos. O, por lo menos, controlarlos sin reacciones negativas inmediatas.
      Sentir que sentimos lo que sentimos en nuestros momentos determinados, sin duda, que reflejan un estado bueno de salud emocional. Darnos cuenta de ello es fundamental para empezar a ser dueños de las circunstancias, tal vez. Pero, puede suceder lo contrario. Sería no percatarse conscientemente de lo que sentimos y mucho menos expresarlo, como en el caso de los que los expertos llaman “los alexitímicos”, que no es que no sientan nada, sino que son incapaces de saber y de expresar con palabras cuáles son sus emociones. En estos casos las personas no tienen la habilidad fundamental de la inteligencia emocional, la conciencia de sí mismos, que no les permite saber lo que sienten mientras sus emociones se agitan en su interior. Y en muchos casos, como no relacionan emocionalmente, no saben diferenciar una dolencia física de un trastorno emocional, y se dan los casos de enfermedades psicosomáticas, en las que verdaderos problemas emocionales provocan verdaderos problemas médicos. Y ese desajuste, tal vez, se deba a la posibilidad de una desconexión entre el sistema límbico (también llamados “sentimientos viscerales”) y la neocorteza.
Es necesario tener en cuenta que para pensar bien tenemos que sentir; es decir, sentimos primero y después pensamos, precisamente porque sentimos y procesamos después para actuar o hablar. Por eso necesitamos todas las conexiones de las que nos ha dotado la naturaleza para estar en sintonía con nuestros sentimientos. Es decir, sentir y pensar, y no lo contrario.
            No negarlas las emociones. Ser conocedores de que estamos sintiendo y padeciendo, primero, por la noticia; y después por el mundo de mundos que nos está pasando justo en esos momentos por nuestros sentimientos. Suena fácil… Pero, es el primer paso. Es decir que lo primero que tenemos que hacer es reconocer que se tiene “cáncer”. Así, sin adornos. No esconder ni disimular esa verdad: “tengo cáncer”. Con nombre propio: CANCER.


SEGUNDO PASO: MANEJAR LAS EMOCIONES:


      Ya sabemos lo que sabemos, y eso aplicado a cualquier situación, no sólo en el caso de la noticia del cáncer. La tristeza nos invade. Como que se caen los brazos y los hombros, y con ellos como las ganas de la vida. Nos invade una emoción muy fuerte: la tristeza. ¿Qué se podría esperar?
Pero la naturaleza es muy sabia. Ella tiene sus propios mecanismos de defensa y hay que dejarla actuar y darle tiempo al tiempo, que es la medida de la sabiduría. Por ahora, es el momento de saber y de sentir que sentimos tristeza. Ya se ha precisado en la parte anterior: sentimos y es función visceral, natural, instintiva. Significa que nuestros sensores naturales están activos y en funcionamiento, porque han dado todas las señales que les corresponden a las partes cerebrales, que también tienen su propio trabajo. Ahora hay que dejarlos que procesen lo que tienen que procesar, mientras se hacen todos los ajustes psicológicos y los nuevos planes que nos permitirán continuar con nuestra vida. Se tomará su tiempo y hay que saberlo y respetarlo.
Lo delicado de toda esta nueva emoción y sensación es que hay algunas manifestaciones que evidencian que estamos en un estado de tristeza, tales como, el odio por uno mismo, la sensación de que uno no vale nada, cierta melancolía, sensación de temor y una ansiedad creciente. Sin dejar de contar la confusión, lo difícil de la concentración mental y algunas fallas de la memoria, acompañados por una desgana por casi todo lo que se venía haciendo hasta el momento de la noticia. Comienza a aparecer el insomnio, y por consiguiente, el agotamiento durante el día; con mucha fragilidad emocional e inquietudes generales. La vida queda paralizada, nos invade la tristeza.
Pero, la naturaleza es sabia, con todo y todo ese proceso, ya que se está tomando su tiempo para comenzar otra vez. Y hay que darle tiempo al tiempo. Comprenderlo, primero, uno como paciente y víctima; y, después los inmediatos como familia también del mismo círculo. Ciertamente, no es una tarea fácil. Asimilarlo, es cuesta arriba. Es cuando, entonces, se recomienda quedarse uno solo por algunos momentos, mas no aislarse, porque nos entrampamos irremediablemente; y buscar, en la medida de lo posible socializar para abrir nuestros sentimientos y emociones, porque la clave es que seamos dueños y las manejemos, sino se puede pasar a ser presa. Y, esa, no es la idea.
Si esta segunda fase se logra, vendrá inmediatamente la esperanza, y se pondrá en ella todas las energías para luchar contra la adversidad, en este caso el cáncer. Todo se ilumina y comienza otra vez. No todo está perdido y se puede. No se trata de dar una receta o un formulario como ya lo dijimos antes, sino de comprender que nuestra naturaleza es muy sabia. Y, lo es. Hay que dejarla hacer en sus procesos de crecimiento.
Vendrá tiempos mejores. Y comenzamos a manejar nuestras emociones. Recordemos las fases que habíamos colocado como parte del proceso:

  1. Conocer las propias emociones.
  2. Manejar las emociones.
  3. Ordenar nuestras emociones.
  4. Reconocer las emociones en los demás.
  5. Manejar las relaciones.

Desde la tercera en adelante ya es un proceso de secuencia originado por las dos fundamentales: conocer las emociones y manejarlas.
Hasta aquí ya hemos dado los primeros pasos para empezar a mejorar. Aparece la esperanza, lo que significa que se puede y hay que colocar todos los medios para que así sea. A nivel médico hay que disponerse para que comience lo que hay que sanar porque ya a nivel emocional está comenzando la sanación. Y eso ya es mucho. Ahora, vamos a pasar a la fase práctica que es la de la esperanza, cómo y de qué forma. Y todo será válido.

Es muy importante comprender que en la naturaleza hay un orden establecido y todo vuelve a ese orden querido y logrado por muchos siglos de evolución. Todo tiende a un orden en medio del aparente desorden. Tal vez podamos citar el mismo inicio del libro del Génesis (1,1-2), tal como comienza la Biblia:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.”

            La tierra era caos y confusión… Y la creación, bíblicamente hablando, comienza con el orden que Dios quiso colocar en lo creado. De repente, esa verdad nos ilumina y nos revela parte del misterio…




[1] Esto nos llevará simultáneamente a hablar del libro del mismo autor, Daniel Goleman, La inteligencia social, porque es la clave y el resultado final de todo el engranaje de nuestra complejidad y sencillez humana, es decir, el paso obligatorio “del camino bajo” hacia “el camino alto”, de los que habla el autor, como proceso de saneamiento y purificación. 

Mientras tanto…



            Sumergido me encontraba tanto en la re-lectura del libro que tenemos citado para poder hacer algunos aportes (Inteligencia Emocional), a la vez que iba escribiendo para ir presentando las ideas que consideraba que eran de interés. Todo había transcurrido aparentemente bien hasta llegar el día lunes, día que siempre he tomado de descanso. Había pensado que ese lunes iba a hacer muy fructífero porque me dedicaría a tiempo completo tanto a tomar las notas y presentarlas aquí, y con ello avanzar en mi intento. Pero, apenas hice algunas pequeñas cosas y una sensación de inutilidad me invadió esa mañana, que perdí toda voluntad hasta de querer leer y de hacer nada. Tal vez, el encontrarme solo en la casa, y sin tener que ir a la parroquia me ayudó a ver la inutilidad incluso del libro que estaba escribiendo. Un mundo totalmente negativo me invadió y un pesimismo general era la expresión de mi rostro. Con toda seguridad hasta de mi andar.
            Ese día había amanecido lluvioso y el ambiente era todo de humedad y agua. Todos los recuerdos menos agradables se hicieron presentes. Hubiese parecido que nunca había tenido experiencias bonitas ya que ninguna hacía su aparición por mi mente, sino, sólo los que menos pensaba que estaban en mi memoria: todo era gris y quejumbroso. Sin querer me iba sumergiendo en un estado de una casi total negatividad. Nada parecía bien.
            Me dejé llenar de esa sensación de aniquilamiento, a pesar de que intentaba mandar mensajes de rechazo a esa invasión. Pero, de nada servía que lo intentara. Fue pasando el día y en la tarde todo seguía igual. Tal vez, peor, porque se amontonaban más recuerdos e ideas de cosas desagradables y nefastas. No sé si en algunos en situación parecida les suceda igual, pero a mí me había inundado un desgano por todo, hasta de ese mismo momento. No es igual pensar que la muerte está a muchos kilómetros de distancia a saber que le está pisando a uno los talones. Es mucha la diferencia a nivel emocional el saber y comprender esa verdad. Y eso me estaba martillando más de lo normal al punto de generar una apatía por todo, sobre todo en esa tarde.
            En la tarde recibí una llamada por teléfono. Aproveché para conversar con la persona, que era de bastante confianza, de mi estado de ánimo. Me escuchó. Y era lo que yo necesitaba justo en ese momento. Conversamos cerca de media hora. Me insistió en que no me auto-castigara en esa situación y dio sus razones. Resaltó muchas veces la idea de que hay que evitar estados negativos porque eso era lo que estaba necesitando la enfermedad, sobre todo, que me deprimiera. Que no le diera gusto a la enfermedad del cáncer. Que era necesario levantar el ánimo a como diera lugar. Era fácil decirlo y sonaba como un campaneo sin mucho efecto en el cambio de ánimo, pero era necesario, por lo menos, escucharlo.
            Llegó la noche y todo seguía igual de gris. Esperé que llegara mi hermano y su esposa para conversar un poco ante de ir a dormir.
            Al día siguiente estuve tentado de quedarme en la cama sin levantarme durante todo el día. Sin embargo, me levanté con mucha desgana de todo a mis cotidianidades. Fue transcurriendo el día y a quien podía le comentaba que estaba de un humor muy deprimible como buscando apoyo para que me ayudaran a salir de esa situación. Al contrario, aumentaba más, a pesar de que lo decía. Se suponía que al decirlo se mejoraría un poco; por lo menos, se oye decir que si se expresa lo que se está sintiendo se mejora, pero, no sucedía en mi caso. El estado de ánimo parecía empeñarse en quedarse gris. No dejaba mis actividades de todos los días en mi tarea como párroco. Vinieron a buscarme para ir a atender con la unción de los enfermos a dos personas muy mayores y en estado de salud terminal, en esos mismos días. Los atendí. Me coloqué un tapaboca para evitar cualquier posible contagio de gripe o cualquier virus porque se suponía que estaba en desventaja en cuanto a las defensas de mi cuerpo. A las seis de la tarde celebraba las misas como siempre. Nada había cambiado respecto a mis actividades como párroco.  A este punto, alguien me sugirió que colocara mis estados emocionales mientras celebraba las misas, y no se puede negar que se me atragantaba la garganta en algunos momentos de ella, sobre todo en la lectura del Evangelio, especialmente un día de esos días en donde el Evangelio decía, entre otras cosas, que: “¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro  Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos”. Esa misma persona me preguntó que si no se sentía como una especie de reclamo a Dios que de por qué a mí; y, tengo que decir que nunca sentí esa sensación. Simplemente porque así es la vida. No hay excepción.
            Ya habían aplicado la segunda sesión de la quimioterapia, y, en parte, eso me tenía un poco alterado. Algunos efectos físicos de la quimioterapia se evidenciaban en mi cuerpo. El dolor en la espalda se me despertó con la segunda terapia. Tal vez, eso me tenía como me tenía; es decir, el hecho de experimentar el dolor, que había desaparecido con la primera quimioterapia, y, que ahora, con la segunda, se había despertado, tal vez, eso era lo que me tenía preocupado. Ahora que lo estoy escribiendo es que me percato que esa podría ser la razón de mi estado de depresión. Pero en esos momentos no me daba cuenta sino del dolor de espalda, y es, ahora, cuando tomo conciencia de los temores que pudo haber desencadenado ese hecho. Ante la realidad del dolor se generaba una reacción inconsciente que se me escapaba de las manos.
            No se es dueño de los propios temores, sino su víctima. Creo que eso me estaba sucediendo. Y no se tiene control. No vale saberlo y a pesar de que estaba estudiando y escribiendo sobre esas reacciones (inconscientes) para intentar hacer algún aporte, comenzando para mí mismo, no tenía ningún tipo de dominio sobre esas esferas de la mente. Las estaba estudiando con la ayuda de los aportes de la psicología más no era un experto en manejar esas emociones. Y, ¿quién va a serlo en situaciones tan complicadas como esas? Lo mucho que se haya leído o estudiado o se sepa no nos hace ser dueños de esas verdades.
            Podría decírseme que me aplicara lo que estaba leyendo y que ya sabía. O sea, “médico cúrate a ti mismo”, en caso de que yo fuese mi propio médico, y lo era, en ese caso. Ciertamente, sabía que en esa situación el único que tenía la solución era yo mismo. Pero, una cosa es que se sepa, y otra, el que se aplique y dé resultados. No se niega que hay gente que no lo sepa en verdad y lo aplique mejor que quien lo sabe como teoría. Era evidente que yo tenía la teoría. Pero, en todo caso no dependía de mí, sino de mi inconsciente, o del mundo de cosas acumulados en la amígdala que me tenían como me tenían.
            Ahora que estoy escribiendo me pregunto, ¿si no es una excusa para justificar mis estados de demencia en situación normal, disfrazados de depresión por la noticia del cáncer? Y ¿no sea, más bien, sino situación más compleja todavía que esté indicando que hay un problema de debilidad emocional de por sí que requiriese asistencia profesional? La idea de ir a buscar asesoría profesional no se descarta para ninguna persona: todos en algún momento necesitamos de alguien que nos escuche y nos preste atención. A veces el trajín de la vida nos quita ese regalo de encontrar personas que sepan escuchar, o, a veces, nosotros mismos no tenemos suficiente tiempo para dedicarnos a escuchar. En todo caso, no se descarta la posibilidad de esta asesoría.
            Fue pasando la semana y fue hacia el jueves en que sentía que encontraba el cauce. Todo estaba volviendo a la normalidad. Algunas personas vinieron a visitarme en esos días, de entre ellos, tres sacerdotes y se estuvieron lo suficiente como para ayudar a encontrar el rumbo perdido. No paraba de hablar. Ese jueves se improvisó una tertulia en mi oficina antes de la misa con un grupito. Se conversó de todo un poco y eso ayudó bastante. Definitivamente, no se puede uno aislar en esas circunstancias: hay que buscar los medios de expandirse o conversar para evitar entramparse mentalmente.
            Es de admirar a los que no se enredan tanto en sus mundos mentales como lo estaba yo en esos días. Tomarse la vida como viene es la mejor solución. El problema está en que tengamos ese don de vivir con simplicidad como de hecho mucha gente la tiene.

            A los tres días siguientes teníamos las confirmaciones en la Parroquia y venía el Obispo de la Diócesis a administrar el sacramento, a las nueve y media de la mañana.

Las quimioterapias



            Una vez que se supo la noticia del cáncer se hicieron todos los preparativos para comenzar la quimioterapia. Se contactó la cita con la Dra. del Hospital Razetti de Barcelona y ella dio todos los récipes y órdenes correspondientes para comenzar ya el tratamiento. Y a la semana siguiente ya estábamos recibiendo la primera sesión.
            Es importante decir, como información, que “el tigre no es como lo pintan”, como dice nuestro refranero popular. Porque, es un mundo de mundo lo que se puede uno imaginar de las cosas que no conoce e inventar de ellas cosas que en verdad en nada se acercan a la verdad, ni siquiera se asoman un poquito. Nada sabía yo en qué consistían las quimioterapias, pero no dejaba de pensar muchas cosas, que ahora ni me acuerdo, de lo qué y cómo podría ser. Llegado el lunes asignado para iniciar el tratamiento un susto inexplicable rondaba en mis emociones. Y conmigo los que me circundaban: familia y cercanos de la parroquia. Todos estábamos a la expectativa de cómo sería. Tal vez, no lo niego, ya me lo habían dicho cómo era, pero, no recuerdo que me hubieran dicho que era realmente muy sencillo. No era tan, ni siquiera un tantico.
            Llegada la hora y con ella la Dra. y la enfermera de turno, me hicieron pasar a una sala con dos sillas tipo sillón reclinable hasta con apoya pie. Muy cómodo. En una de ellas ya estaba instalado un señor, y por la manera de desenvolverse, era ya un experto en esos menesteres de quimio. La enfermera conversaba muy amenamente con él mientras manipulaba algunos instrumentos de enfermería como las inyectadotas y unas bandejas de acero inoxidable. Oí que lo llamaba “señor Pedro” en su conversación cada vez que decía o comentaba cualquier cosa en su intercambio enfermera-paciente. Me senté en la silla que estaba vacía al lado del señor Pedro y creo que comenzaba a estar más que cómodo. Saludé a la enfermera y también al señor Pedro, a quien, también lo llamé como lo llamaba la enfermera. O sea, que ya había entrado en confianza.
            El señor Pedro tenía un peluquín para disimular su cabeza rapada. Al principio daba como risa aquel peluquín, pero, una vez entrado en conversación con el señor Pedro, se sentía que el peluquín era parte de su personalidad y le sentaba muy bien. Le daba una cierta elegancia y un cierto porte de seguridad. Le sentaba el peluquín, sin duda.
            La enfermera trajo dos parales para colocar el tratamiento, uno para el señor Pedro, y, otro para mí. Los ubicó junto a cada sillón-poltrona de color morado. El del señor Pedro estaba a su derecha, y el mío, a mi izquierda. O sea, que estaban haciendo pareja los dos parales. La enfermera fue por una de las bandejas plateadas toda repleta de inyectadotas y algunas cosas más de su oficio. Sonaba la bandeja al movimiento de la enfermera. Colocó la bandeja en el apoya brazos derecho del sillón del señor Pedro y trajo hacia ella una silla tipo taburete para sentarse justo hacia el lado derecho del señor Pedro. O sea, casi de espaldas hacia mí, que no me perdía detalles de lo que estaba haciendo la enfermera porque, con toda seguridad eso mismo haría conmigo cuando me tocara el turno. Sacó una liga de color marrón y con ella apretó el brazo derecho del señor Pedro, a la altura del músculo, por encima del codo, dándole una vuelta a la liga. Frotó varias veces el brazo del señor Pedro y dio algunos golpecitos como para cerciorarse de las venas y decidir cuál escoger, mientras iba conversando con el señor Pedro, quien a su vez, intercambiaba en su diálogo, a la vez que comenzaba a apretar las quijadas, al punto de verse que apretaba los dientes, preparándose para el dolor del pinchazo de la inyectadora.
Por el gesto de la cara ya se suponía que la aguja de la inyectadora estaba entrando en el brazo del señor Pedro. Cerró los ojos y arrugó un poquito la cara. En eso se oyó un clack producido por el afloje de la liga del brazo. -Ya está- dijo la enfermera y se sintió que la cara del señor Pedro volvía a tener su expresión de antes. Ya había tomado la vía para colocar el tratamiento. Y enseguida le conectó a la manguera de paral el inicio de la hidratación, para en poco tiempo después, comenzar a colocar los medicamentos preventivos, como para evitar cualquier alergia y el protector gástrico. La enfermera previno al señor Pedro que ante cualquier cosa que sintiera que dijera inmediatamente, y se levantó de su taburete, porque ya estaba hecha una parte. Yo no me perdía detalles. Tal vez, sin saberlo, estaría aplicando y gesticulando fisiológicamente lo que decíamos en el número cinco del primer capítulo, cuando decíamos, que: El levantar las cejas en expresión de sorpresa permite un mayor alcance visual y también que llegue más luz a la retina, lo que permite tener mayor información de lo que está sucediendo y precisarlo para idear mejor lo que se va a hacer de inmediato (véase página 12 y siguientes). Aunque yo no tenía más que esperar cuando me tocara. Y, por lo que había visto, por lo menos esa parte era muy sencilla, o ya la conocía cuando lo de la hospitalización y toda aquella historia de la operación.
No fue de manera inmediata que me tocó el turno. Eso nos dio algún tiempecito para conversar entre el señor Pedro y yo. Sobre todo para cerciorarme que no era tan complicada la cosa. Como a los diez minutos apareció la enfermera y arrimó hacia el lado mío el taburete al igual que colocaba la respectiva bandeja de aluminio sobre el apoya brazo izquierdo del sillón. Conversamos como si fuésemos muy viejos conocidos. Tal vez, ella lo hacía como estrategia para que yo me la tomara con calma y no estuviera nervioso, y que a decir verdad, creo que no lo estaba. Ella tomó su liga y buscó mi brazo izquierdo, porque el derecho daba hacia la pared, y por ahí hubiera sido casi imposible. Le dio una vuelta con la liga al brazo, más abajo del codo, y apretó. Dio unos golpecitos al brazo y con un algodón untado de alcohol frotó la piel buscando la vena que más seguridad le diera. Y lo demás ya se sabe: el pinchazo, el arrugar la cara, como de rutina, y el respirar un poquito más fuerte, como para que no duela, pero, igual duele, hasta que la vía ya esté tomada para el tratamiento. Todo listo. Después la enfermera hizo todo el procedimiento de rutina para ella y se retiró unos diez o quince minutos, para dejar que el cuerpo se hidratara con la solución que colocan antes, y regresó a colocar los medicamentos preventivos para evitar cualquier reacción. Ella iba explicando con mucha paciencia qué cosa era esto y qué aquello, y, yo, tal vez, con los ojos más abiertos de lo normal iba asintiendo con la cabeza como dándome por enterado del procedimiento médico. Dentro de otro tiempo vino propiamente el tratamiento de la quimioterapia. La enfermera me informó que se comenzaba con los medicamentos propiamente dichos y que ante cualquier reacción que lo dijera de inmediato para actuar, en caso de haberlo. Pero, todo iba muy bien.
            Todo siguió su rumbo. No hubo novedades, ni para el señor Pedro ni para mí. Así estuvimos hasta cerca de las doce del mediodía cuando terminamos la primera sesión. Después de hacer los cambios de envases con sus respectivos medicamentos, la enfermera estaba pendiente de todo y venía con frecuencia a verificar y comprobar que todo iba bien, como iba, de hecho. En esa primera sesión, comenzando, fue que vino la Dra. a saludar y a conversar un ratico conmigo y fue cuando me preguntó si ya había comenzado a escribir el libro…
            Todo salió muy bien. Nada de especial.

            Nos fuimos a la casa. Al día siguiente correspondía el segundo día de la quimio, pero en el Oncológico del Hospital. Todos estaban como asustados de las posibles reacciones, pero no sucedía nada, menos mal. Todo iba como si nada. Fuimos al día siguiente al Oncológico para la segunda parte de la primera sesión. Muy parecida a la anterior. Nada de especial. Sólo cambiaba el lugar y algunos detalles de logística, no más. Igual que la anterior, salimos casi al mediodía. Como si nada. Nada de especial. Bueno, sí; el dolor de espaldas había ya desaparecido desde el mismo lunes en la tarde, y eso ya era mucho que decir.

Algunas reacciones

de la quimioterapia



            Una de las grandes preocupaciones de tener cáncer, que ya es más que suficiente, es, sin duda el día después de las quimioterapias. Todos, tanto pacientes como los familiares están pendientes de cómo se va a reaccionar, ya sea en la misma tarde de la aplicación del tratamiento, ya el día siguiente, ya los días posteriores. Y se genera, realmente, un mundo de preocupaciones anticipadas. Preocupaciones que se toman de las experiencias ajenas. No se niega que marcan.
            Lo bueno de todo es que somos una individualidad irrepetida, y somos únicos. Aún con las reacciones de la quimioterapia. No todos reaccionan de igual forma y manera. Por esta razón, no es preciso que nos coloquemos a dar toda una lista de posibles reacciones, ya que cada uno va a reaccionar de manera única. Ni siquiera parecida al del otro paciente (o lo que es lo mismo a decir que no hay parámetros homogéneos). En mi caso, se dieron unas reacciones muy particulares, que tampoco es necesario que las detalle, ya que fueron y son muy de las condiciones físicas y emocionales individuales. No vale la pena que se ponga uno a colocar manifestaciones porque sería como indisponer a quien tenga, o se esté preparando para cualquier tratamiento contra el cáncer. Y, no sería justo.
            Simplemente, seamos respetuosos.
            Somos únicos e irrepetibles. Y con eso es suficiente. Y cada cuerpo reacciona de manera particular y diferente de otro. No es necesario la comparación. Se es único, simplemente.
            Es necesario mantenernos en esa línea de dignidad en todos los sentidos para no incurrir en falsas expectativas. El problema es que la loca de la casa, es decir, la imaginación se nos adelanta y nos vuelve la casa todo un desorden. Hay que quitarle a la loca la escoba o el palo para que no haga desastres. Ahora bien, ¿quién le quitará la escoba o quien se enfrentará con la loca?
Sin embargo, puede ser útil que demos algunas notas generales que pueden ser de ayuda, como:

Técnicas que ayudan con las náuseas y vómitos:


  • Evite comidas abundantes para que su estómago no se llene demasiado. Ingiera varias comidas ligeras durante el día en lugar de una, dos o tres comidas fuertes.
  • Tome líquidos por lo menos una hora antes o después de las comidas, en lugar de tomar líquidos con las comidas.
  • Coma y tome líquidos despacio.
  • Evite alimentos dulces, fritos o grasosos.
  • Coma alimentos fríos o a temperatura ambiente con el objetivo de evitar que los olores fuertes le molesten.
  • Mastique bien los alimentos para una mejor digestión.
  • Si las náuseas son un problema por la mañana, trate de comer alimentos secos, como cereal, pan tostado o galletas, antes de levantarse (no haga esto si siente la boca o garganta irritada o siente la boca seca).
  • Tome líquidos fríos y claros, tales como jugo de manzana, té o refrescos de jengibre que hayan perdido ya su efervescencia.
  • Chupe cubos de hielo, mentas o caramelos (no coma caramelos si tiene llagas en la boca o en la garganta).
  • Trate de evitar olores que le molesten, tales como olores de comida, humo o perfume.
  • Descanse en una silla después de comer, pero no se acueste por completo hasta que hayan pasado por lo menos dos horas.
  • Use ropa suelta, no apretada.
  • Respire profundamente y despacio cuando sienta náuseas.
  • Distráigase hablando con amigos o familiares, escuchando música o viendo una película o programa de televisión.
  • Utilice técnicas de relajación.
  • Evite comer por lo menos unas cuantas horas antes del tratamiento si las náuseas generalmente ocurren durante la quimioterapia.
  • No corte ni rasgue la cutícula de sus uñas.
  • Tenga cuidado de no cortarse o pincharse al usar tijeras, agujas o cuchillos.
  • Use un cepillo de dientes extra suave para no lastimar sus encías.
  • No apriete ni rasque los barros en la piel.
  • Báñese con agua tibia (no caliente) en la bañera (tina), en la ducha (regadera) o con una esponja todos los días. Seque su piel suavemente, sin frotar.
  • Use loción o aceite para suavizar y sanar su piel si se torna seca y agrietada.
  • Use alguna crema humectante, que eso ayuda a disimular la piel áspera, además de humectar la piel.
  • Limpie inmediatamente las cortaduras y raspaduras con agua tibia, jabón y un antiséptico.
  • Use guantes protectores cuando trabaje en el jardín o para limpiar lo que ensucien los animales y otros, especialmente los niños pequeños.

Las técnicas para ayudar con el cansancio:


  • Descanse mucho y tome períodos de descanso durante el día.
  • Hable con su médico o enfermera sobre un programa regular de ejercicio.
  • Mantenga una alimentación balanceada y tome muchos líquidos.
  • Limite sus actividades: Solamente haga lo que sea más importante para usted.

Técnicas para prevenir las infecciones:


  • Lávese las manos con frecuencia durante el día, especialmente antes de comer y después de ir al baño.
  • Manténgase alejado de personas que padezcan enfermedades contagiosas tales como resfriados, influenza, sarampión o varicela.
  • Evite estar en lugares donde hay mucha gente.
  • No se vacune contra nada sin antes haber preguntado a su médico si no hay inconveniente.
  • No se acerque a personas que han sido vacunados recientemente contra varicela, viruela, o gripe. (Consulte con su médico sobre cuáles vacunas son importantes y por cuanto tiempo debe evitarlas).
  • Limpie suavemente, pero en su totalidad, el área rectal después de cada evacuación. Consulte a su médico o enfermera en caso de notar irritación en esa zona o si aparecen hemorroides. Además, consulte a su médico antes de usar enemas o supositorios.

Técnicas para ayudar a controlar la diarrea:


  • Coma pequeñas cantidades de alimento, pero más seguido.
  • Evite el café, el té, el alcohol y los dulces.
  • Evite los alimentos con un alto contenido de fibra, los cuales pueden producir diarrea y retortijón.
  • Entre los alimentos con un alto contenido de fibra se encuentran los panes y cereales de grano entero, los vegetales crudos, los frijoles, las nueces, las semillas, las palomitas de maíz (popcorn) y las frutas frescas o secas. En lugar de éstos, coma alimentos bajos en fibra, tales como pan blanco, arroz blanco o fideos, cereales cremosos, plátanos maduros, frutas cocidas o enlatadas sin cáscara, requesón (queso fresco), yogur, huevos, puré de papas o papa al horno sin cáscara, puré de verduras, pollo o pavo sin piel y pescado.
  • No coma alimentos fritos, grasosos o condimentados.
  • Evite la leche y los productos lácteos si éstos empeoran su diarrea.
  • A menos que su médico indique lo contrario, coma más alimentos ricos en potasio, tales como bananos (plátanos), naranjas, papas y néctar de durazno (melocotón) y chabacano (albaricoque).
  • Tome muchos líquidos para reemplazar los que ha perdido con la diarrea; los mejores son los líquidos ligeros, claros, tales como el jugo de manzana, el agua, el té ligero, los caldos claros o el refresco de jengibre. Tome los líquidos despacio y asegúrese de que los líquidos están a temperatura ambiente. Si son bebidas gaseosas, deje que pierdan el gas antes de tomarlas.


Las técnicas para lidiar con el estreñimiento:


  • Tome muchos líquidos para ayudar a suavizar sus evacuaciones. Los líquidos tibios y calientes funcionan especialmente bien.
  • Coma alimentos con un alto contenido de fibra. Entre éstos se encuentran el salvado, los panes y cereales de trigo integral, vegetales crudos o cocidos, frutas frescas y secas, nueces y palomitas de maíz.

¿Qué pasa si no se siente ganas de comer?


  • Ingiera comidas pequeñas o meriendas siempre que lo desee.
  • Trate de que la alimentación sea variada y pruebe nuevos alimentos y recetas.
  • Cuando pueda, camine un poco antes de las comidas; esto puede estimular su apetito.
  • Trate de cambiar su rutina a la hora de comer. Por ejemplo, tome sus alimentos a la luz de las velas o en un lugar diferente.
  • Coma con amigos o familiares. Si come usted solo, escuche el radio o vea televisión.

¿Qué se debe hacer si se presentan problemas en la boca, las encías y la garganta?


  • Visite a su dentista antes de empezar la quimioterapia, para hacerse una limpieza y arreglar cualquier carie, absceso, encías enfermas o dentaduras mal ajustadas que pudiera tener.
  • Pregúntele a su dentista sobre la mejor manera de cepillar y pasar el hilo dental entre sus dientes durante la quimioterapia.
  • Además, pregunte acerca de un enjuague de fluoruro o gel para prevenir las caries, ya que la quimioterapia puede ocasionar que usted tenga más caries.
  • Cepille suavemente sus dientes y encías después de cada comida, usando un cepillo de dientes extra suave y cepillando suavemente; si cepilla sus dientes con fuerza, se puede dañar el tejido blando de la boca.
  • Pídale a su dentista que le sugiera un tipo especial de cepillo, hilo dental y pasta de dientes si sus encías son muy sensibles.
  • Enjuague bien su cepillo de dientes después de usarlo y guárdelo en un lugar seco.
  • Evite el uso de enjuagues bucales de tipo comercial porque generalmente contienen una gran cantidad de sal o alcohol que causa irritación. En lugar de esto, pregúntele a su médico o enfermera acerca de un enjuague suave o un enjuague con antibióticos para ayudar a prevenir infecciones en la boca.
  • Coma alimentos fríos o a temperatura ambiente. Los alimentos calientes o tibios pueden irritar la boca y la garganta sensible.
  • Elija alimentos suaves y relajantes tales como helados, malteadas, alimentos para bebé, frutas suaves (bananos y puré de manzana), puré de papas, cereales cocidos, huevos tibios o revueltos, requesón (queso fresco), macarrones con queso, natillas (flanes), pudines y gelatinas. También puede poner alimentos cocidos en una licuadora para hacerlos puré, haciendo más fácil su ingestión.
  • Evite los alimentos irritantes y ácidos, tales como los tomates, las frutas y los jugos cítricos (naranja, toronja y limón); los alimentos salados o condimentados; y los alimentos ásperos o secos, tales como los vegetales crudos, la granola y el pan tostado.

En caso de sequedad de la boca o ésta le impide comer con comodidad:


  • Pregúntele a su médico si deberá usar un producto de saliva artificial para humedecer la boca.
  • Tome muchos líquidos.
  • Chupe trocitos de hielo, paletas heladas o caramelos duros sin azúcar.
  • Mastique chicle sin azúcar.
  • Humedezca los alimentos secos con mantequilla, margarina, salsas o caldo.
  • Moje los alimentos secos y crujientes en líquidos ligeros.
  • Coma alimentos suaves y en forma de puré.
  • Utilice bálsamo para los labios si éstos se tornan secos.

Técnicas para sobrellevar la vida diaria:


A continuación presentamos algunas sugerencias (tomadas de Internet, como todo lo anterior) para ayudarle durante su tratamiento de quimioterapia:


  • Trate de pensar en los objetivos de su tratamiento. Esto le ayudará a mantener una actitud positiva en los días cuando las cosas se tornen difíciles.
  • Recuerde que comer bien es muy importante. Su cuerpo necesita alimentos para reconstruir los tejidos y recobrar las fuerzas.
  • Infórmese de todo lo que desea saber acerca de su enfermedad y su tratamiento. Esto puede disminuir el miedo hacia lo desconocido y aumentar su sensación de control.
  • Lleve un diario mientras esté bajo tratamiento. Un registro de sus actividades y pensamientos puede ayudarle a entender sus sentimientos conforme avanza el tratamiento y resaltar las preguntas que necesita hacerle a su médico o enfermera. Usted también puede usar su diario para llevar registro de los efectos secundarios. Esto le ayudará a discutirlos con su médico o enfermera. También puede usar su diario para registrar las medidas que va tomando para sobrellevar los efectos secundarios y qué tan bien le funcionan. De esta manera usted sabrá cuáles métodos han funcionado mejor para usted, en caso de que se repitan los mismos efectos secundarios.
  • No sea demasiado exigente consigo mismo. Puede ser que usted no tenga la misma energía de siempre, así que trate de descansar lo más que pueda, deje los pequeños detalles a un lado y haga solamente lo que sea más importante para usted.
  • Pruebe nuevos pasatiempos y aprenda nuevas destrezas.
  • Si su médico lo aprueba, haga ejercicio si puede. Haciendo uso de su cuerpo puede sentirse mejor consigo mismo, y le ayuda a liberarse de la tensión o del enojo y a aumentar su apetito.