La
motivación inicial de este libro es, además, de una auto-sanación, de un aporte
para quien se pueda hallar en situaciones difíciles como la de enfrentarse a la
noticia desgarradora de tener cáncer. Nada fácil, ni lo uno, ni lo otro. ¿Cómo
puede un ciego guiar a otro ciego? Pero, haciendo caso a la sugerencia de la
Dra. de que pudiera ser de mucha utilidad para muchos pacientes, me hallo en
medio de esta tarea por de más complicada, aceptando el reto, y buscando todos
los medios para por lo menos hacer el intento. Ni siquiera sin tener la
seguridad de tal vez terminarlo, no sea, que ni llegue a tiempo o el tiempo y
su implacable no-perdón, se encargue del resto. Pero eso será cuando será. Y no
adelantemos, pero tampoco ofrezcamos, para ser lo más justos posibles con esta
realidad.
Tampoco se pretende hacer un
recetario o un formulario a seguir de quien lea este libro. Sería entrar en
contradicciones con lo que tenemos dicho en los dos primeros capítulos y que
son muy serios y para tomárselos como tal, con todo respeto. La cosa es más
compleja pero también muy sencilla a la vez, porque se trata de nuestros mundos
pasados acumulados en nuestros historiales emocionales y que están guardados
para nuestra autodefensa y reacción frente al peligro inminente que supone
saberse poseedor de una enfermedad que le está pisando los talones, y ni para
saber si todavía muy lejos, no tan lejos, o más bien, pegadito. Esa impresión o
sensación paraliza toda actividad mental y se pasa a ser presa exclusivamente
de las emociones. Y es desgarradoramente inevitable. Habrá quien lo toma bien,
cosa que dudo. Habría que preguntarle a un sentenciado a la silla eléctrica o a
la horca lo que siente el saber que en dos días lo van a ejecutar. Sus
respuestas serían pura adrenalina y todas esas producciones hormonales y
secreciones renales y de todas las demás ramificaciones implicadas en la
producción de emociones, por mucho que se le diga que se la tome con calma y
que tenga sentido racional para ver las cosas con claridad.
Las preguntas se aglomerarán en el
sentimiento, es decir, en el corazón, de manera inmediata. Sale a relucir la
familia, los hijos, los cercanos, los lejanos, los proyectos y tantas otras
cosas que tenemos como propósito en la vida. ¿Y, ahora, qué? Y ese QUÉ resuena en grande y como en eco
redoblante en la mente emocional, porque la mente racional se ha quedado
paralizada. Y es, entonces, cuando estamos bajo el yugo total y absoluto de la
amígdala y todo su contenido, por fracciones de segundos, o tal vez, por mucho
más tiempo, si se sucumbe a la impresión. Terrible, sin duda. Puede ser una
eternidad o un túnel sin salida... Pueda que no haya ni siquiera retorno. Es un
shock, por lo menos, de manera inmediata y súbita. Tal vez exagere, pero la
noticia no es para nada halagadora ni complaciente.
¿Qué hacer? Sufrir el momento en el
momento. ¿Se está preparado? He ahí el problema. Nadie lo está, así digan lo
que digan.
Y las reacciones serán muy variadas.
Ni siquiera un modelo se propondría a seguir. Absurdo fuera. Se está bajo el
mundo de las emociones y somos sus víctimas.
Enseguida aparecen todos los
recuerdos de quienes hemos conocido que tienen o tuvieron cáncer. Sus imágenes
nos invaden y nos turban confundiendo más la situación emocional. La muerte se
nos presenta como ya más vecina que hace unos momentos atrás. No tanto la
muerte, sino su proceso; es decir, el dolor, el sufrimiento, el tratamiento, la
dieta y todo lo que esto supone. Más se nos complican las cosas a nivel
emocional.
Pero no todo está perdido, sin
embargo, como veremos a continuación, ya que existen cinco esferas para
aumentar las capacidades de nuestra inteligencia emocional y con ello buscar el
nivel que la naturaleza ha programado para nuestra salud mental. Son ellas:
- Conocer las propias emociones.
- Manejar las emociones.
- Ordenar nuestras emociones.
- Reconocer las emociones en los
demás.
- Manejar las relaciones.
Estas esferas se pueden cultivar y se puede mejorar con nuestros
esfuerzos conscientes, lo que significa que es un arte y un aprendizaje el
mejorar porque todo está en función de que nuestras relaciones mejoren con los
demás, que es, al fin y al cabo, la clave de todo
[1].
Por ahora, y siguiendo el método del autor que tenemos como guía y consulta,
vamos a diferenciar el CI (cociente intelectual) de la inteligencia emocional.
Se puede tener, de hecho, un elevado CI, pero muy bajo, el control emocional y
aquí es donde están los problemas. Tal vez, habría que citar la obra de Erasmo
de Rótterdam,
Elogio a la locura, en donde presenta de manera irónica estas
dos verdades sociales como para ilustrar mejor este intento de magnificar un
comportamiento en sacrificio del otro, cuando lo que prevalece es el buen
desenvolvimiento en las relaciones interpersonales, de los que muchas veces los
muy elevados en su CI son más bien torpes; y sí muy ágiles y prontos los que
tienen la capacidad de conversar y hasta a veces aparentemente, perder el
tiempo.
Pero, sigamos como vamos, para adelantar y conocer más sobre el tema.
Sólo presentaremos las dos primeras, ya que las siguientes son una secuencia
natural de estas dos fases iniciales.
Esa es la clave de todo.
Ya se ha enclichado esa verdad en la tan famosa y citada frase de
Sócrates con el “conócete a ti mismo”.
Sin embargo, esa es la primera fase y la más importante. Ya sabemos quiénes
somos y dónde vivimos y todos esos detalles de ubicación, como a qué familias
pertenecemos. Eso nos da un lugar y una ubicación. Pero, la cosa va un poquito
más allá. Va al qué somos cuando somos, y cuándo (en la circunstancia concreta)
nos toca serlo. Parece un enredo de palabras pero es una verdad que no podemos
eludir, porque es la piedra angular de la inteligencia emocional que nos
llevará a tener conciencia de nuestros propios sentimientos en el momento en
que los experimentamos. Ahí quedamos al desnudo con nosotros mismos y frente a
los demás, sin ningún tipo de adornos: somos los que en verdad somos. Quedamos
en evidencia frente a todos y a todo, en situaciones concretas de reacción
aparentemente involuntaria. Pero no se trata de avergonzarnos de ello, sino de
tomar conciencia de que lo estamos sintiendo justo en ese momento, y en la
medida de lo posible intentar calificar o nombrar eso mismo que estamos
sintiendo, como rabia o ira, por ejemplo. Si esto último se da significa que
los circuitos neocorticales están controlando activamente la emoción, que es el
primer paso para alcanzar cierto control, y la podríamos llamar como la
conciencia de las emociones. En otras palabras, que somos sabedores de que
estamos sintiendo eso; justo, precisamente en ese momento; y ya, en cierta
manera, tenemos un comienzo del comienzo, que es conocernos a nosotros mismos.
La clave de todo. Estamos sintiendo “lo
que” en “el momento que”; sin
negarlo. Pero sin afianzarlo, porque, entonces, sería un retroceso y sería dar
rienda suelta al contenido de los archivos de la amígdala que nos manda
respuestas instintivas. O lo que sería igual a decir que sabemos lo que estamos
sintiendo y tenemos idea de ese cambio que estamos sintiendo y experimentando.
Eso mismo nos dará la posibilidad de actuar sobre esos mismos sentimientos y
librarnos de ellos. O, por lo menos, controlarlos sin reacciones negativas
inmediatas.
Sentir que sentimos lo que
sentimos en nuestros momentos determinados, sin duda, que reflejan un estado
bueno de salud emocional. Darnos cuenta de ello es fundamental para empezar a
ser dueños de las circunstancias, tal vez. Pero, puede suceder lo contrario. Sería
no percatarse conscientemente de lo que sentimos y mucho menos expresarlo, como
en el caso de los que los expertos llaman “los
alexitímicos”, que no es que no sientan nada, sino que son incapaces de
saber y de expresar con palabras cuáles son sus emociones. En estos casos las
personas no tienen la habilidad fundamental de la inteligencia emocional, la
conciencia de sí mismos, que no les permite saber lo que sienten mientras sus
emociones se agitan en su interior. Y en muchos casos, como no relacionan
emocionalmente, no saben diferenciar una dolencia física de un trastorno
emocional, y se dan los casos de enfermedades psicosomáticas, en las que
verdaderos problemas emocionales provocan verdaderos problemas médicos. Y ese
desajuste, tal vez, se deba a la posibilidad de una desconexión entre el
sistema límbico (también llamados “sentimientos viscerales”) y la neocorteza.
Es necesario tener en cuenta que para pensar bien tenemos que sentir; es
decir, sentimos primero y después pensamos, precisamente porque sentimos y
procesamos después para actuar o hablar. Por eso necesitamos todas las
conexiones de las que nos ha dotado la naturaleza para estar en sintonía con
nuestros sentimientos. Es decir, sentir y pensar, y no lo contrario.
No negarlas las emociones. Ser
conocedores de que estamos sintiendo y padeciendo, primero, por la noticia; y
después por el mundo de mundos que nos está pasando justo en esos momentos por
nuestros sentimientos. Suena fácil… Pero, es el primer paso. Es decir que lo
primero que tenemos que hacer es reconocer que se tiene “cáncer”. Así, sin
adornos. No esconder ni disimular esa verdad: “tengo cáncer”. Con nombre propio: CANCER.
Ya
sabemos lo que sabemos, y eso aplicado a cualquier situación, no sólo en el
caso de la noticia del cáncer. La tristeza nos invade. Como que se caen los
brazos y los hombros, y con ellos como las ganas de la vida. Nos invade una
emoción muy fuerte: la tristeza. ¿Qué se podría esperar?
Pero la naturaleza es muy sabia. Ella tiene sus propios mecanismos de
defensa y hay que dejarla actuar y darle tiempo al tiempo, que es la medida de
la sabiduría. Por ahora, es el momento de saber y de sentir que sentimos
tristeza. Ya se ha precisado en la parte anterior: sentimos y es función
visceral, natural, instintiva. Significa que nuestros sensores naturales están
activos y en funcionamiento, porque han dado todas las señales que les
corresponden a las partes cerebrales, que también tienen su propio trabajo.
Ahora hay que dejarlos que procesen lo que tienen que procesar, mientras se
hacen todos los ajustes psicológicos y los nuevos planes que nos permitirán
continuar con nuestra vida. Se tomará su tiempo y hay que saberlo y respetarlo.
Lo delicado de toda esta nueva emoción y sensación es que hay algunas
manifestaciones que evidencian que estamos en un estado de tristeza, tales
como, el odio por uno mismo, la sensación de que uno no vale nada, cierta
melancolía, sensación de temor y una ansiedad creciente. Sin dejar de contar la
confusión, lo difícil de la concentración mental y algunas fallas de la
memoria, acompañados por una desgana por casi todo lo que se venía haciendo
hasta el momento de la noticia. Comienza a aparecer el insomnio, y por consiguiente,
el agotamiento durante el día; con mucha fragilidad emocional e inquietudes
generales. La vida queda paralizada, nos invade la tristeza.
Pero, la naturaleza es sabia, con todo y todo ese proceso, ya que se
está tomando su tiempo para comenzar otra vez. Y hay que darle tiempo al
tiempo. Comprenderlo, primero, uno como paciente y víctima; y, después los
inmediatos como familia también del mismo círculo. Ciertamente, no es una tarea
fácil. Asimilarlo, es cuesta arriba. Es cuando, entonces, se recomienda
quedarse uno solo por algunos momentos, mas no aislarse, porque nos entrampamos
irremediablemente; y buscar, en la medida de lo posible socializar para abrir
nuestros sentimientos y emociones, porque la clave es que seamos dueños y las
manejemos, sino se puede pasar a ser presa. Y, esa, no es la idea.
Si esta segunda fase se logra, vendrá inmediatamente la esperanza, y se
pondrá en ella todas las energías para luchar contra la adversidad, en este
caso el cáncer. Todo se ilumina y comienza otra vez. No todo está perdido y se
puede. No se trata de dar una receta o un formulario como ya lo dijimos antes,
sino de comprender que nuestra naturaleza es muy sabia. Y, lo es. Hay que
dejarla hacer en sus procesos de crecimiento.
Vendrá tiempos mejores. Y comenzamos a manejar nuestras emociones.
Recordemos las fases que habíamos colocado como parte del proceso:
- Conocer las propias emociones.
- Manejar las emociones.
- Ordenar nuestras emociones.
- Reconocer las emociones en los
demás.
- Manejar las relaciones.
Desde la tercera en adelante ya es un proceso de secuencia originado por
las dos fundamentales: conocer las emociones y manejarlas.
Hasta aquí ya hemos dado los primeros pasos para empezar a mejorar.
Aparece la esperanza, lo que significa que se puede y hay que colocar todos los
medios para que así sea. A nivel médico hay que disponerse para que comience lo
que hay que sanar porque ya a nivel emocional está comenzando la sanación. Y
eso ya es mucho. Ahora, vamos a pasar a la fase práctica que es la de la
esperanza, cómo y de qué forma. Y todo será válido.
Es muy importante comprender que en la naturaleza hay un orden
establecido y todo vuelve a ese orden querido y logrado por muchos siglos de
evolución. Todo tiende a un orden en medio del aparente desorden. Tal vez podamos
citar el mismo inicio del libro del Génesis (1,1-2), tal como comienza la
Biblia:
“En el principio creó Dios los cielos y
la tierra.
La tierra era caos y confusión y
oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las
aguas.”
La tierra era caos y confusión… Y la
creación, bíblicamente hablando, comienza con el orden que Dios quiso colocar
en lo creado. De repente, esa verdad nos ilumina y nos revela parte del
misterio…