viernes, 30 de diciembre de 2016

Noticias no muy buenas



            En esa misma semana tenía cita con el médico en el hospital, que por lo general era cuatro o cinco días antes de la aplicación de la quimioterapia respectiva. En esa cita el médico decidía la cantidad de los químicos a colocar para la siguiente aplicación, que por lo general era siempre el lunes y martes siguientes, con la respectiva cadena de pastillas durante toda la semana. En esa cita el médico miraba los exámenes de sangre y dependiendo de que cómo estuviera todo, la siguiente sesión de la quimio, se aplicaba o no. También dependía de algunos muchos otros elementos la continuación o un stop de la siguiente sesión. A estas alturas correspondería ya la cuarta quimioterapia.
            En mi caso todo iba bien, a nivel de la sangre. La hemoglobina y las plaquetas estaban muy bien. Los glóbulos blancos habían aumentado en cantidad, y eso, era muy prometedor. Pero, “una cosa piensa el burro y otro el que lo arrea”, dice nuestro refrán, ya que tenía algunas complicaciones que llevaban a suspender, por esa sesión, la siguiente aplicación de la quimio. Eso me descontroló emocionalmente porque significaba retrasar el tratamiento, que en todo parecía que iba muy bien. Pero, tenía que pensar distinto el burro del que lo arreaba… Es la vida… Toda llena de sus sorpresas…Y, estaba más que comprobado que el burro y yo no nos las estábamos llevando tan bien que digamos, porque las cosas iban saliendo como iban saliendo, pero con todo y todo, así íbamos bien; porque, podríamos ir peor, sin ninguna duda. Recordemos aquí aquel cuento del hombre a quien le encomiendan llevar de un pueblo a otro, cinco burros. El hombre cuenta los burros encomendados antes de partir, y comprueba, de hecho, que eran cinco los burros a su encargo. Los prepara a todos y se monta en uno de ellos e inicia el camino con los cinco burros, los cuatro que iban sin carga, y el quinto, en el que él iba montado. Más adelante, como a la media hora del camino, da una orden de arriero a los burros para que se detengan y éstos se detienen. Y entonces comienza a contar los burros: uno, dos… y en su suma le da cuatro. Sí; cuatro burros. Vuelve a contar: cuatro. Le falta uno. Había contado cinco burros antes de salir y ahora lleva cuatro. ¿Qué se habrá hecho el otro burro? Entonces se baja del burro en el que iba montado, y que no había entrado en su cuenta, y vuelve a contar. Esta vez le da cinco. Estaban completos los cinco burros. El hombre se quita el sombrero y se rasca la cabeza sin entender, pero, lo importante es que los burros están completos: cinco salieron y cinco van, aunque se asustó porque de repente faltó uno. Pero, son cinco y están los cinco. Y se vuelve a montar en el burro que había escogido como transporte, y vuelve a dar la orden de continuar a los burros, que iniciaron otra vez la marcha. Como a la media hora después el hombre vuelve a repetir su conteo, y evidencia, que le falta un burro. No puede ser. Repite el conteo: cuatro. Se vuelve a bajar y vuelve a contar y evidencia que están los cinco. El hombre no entiende… Y, así, unas cuatro o cinco veces más hasta llegar al pueblo donde iban. Al llegar el hombre se bajó del burro en donde iba cabalgando… aunque lo correcto sería decir burralgando, ya que si cabalgar es de montar un caballo, pero si se monta un burro, lo lógico sería burralgar, ¿o, no?. Pues, sí… En este sentido la palabra “burralgar” aparece en el libro de Manuel Derqui, titulado Todos los cuentos, publicado en España en el año 2008… Pero volviendo a lo nuestro y a los burros

 y entregó un poco asustado los cinco burros encomendados. Sin entender lo que había pasado por el camino, pero aliviado porque al llegar había llegado con los cinco burros, que era la encomienda. Por supuesto, que el hombre no dio detalles de lo que le había pasado por el camino. Lo importante era que los cinco burros estaban completos. Y se regresó el hombre al pueblo de donde había salido con los cinco burros, que unas veces eran cuatro y otras cinco, pero que había entregado completos, para alivio suyo.
            El caso es que según la lógica para el lunes y martes siguientes se tendría que aplicar la cuarta quimioterapia. Pero, por complicaciones con un virus que tenía hubo que suspender el tratamiento: era cuando faltaba un burro. ¿Dónde se habría metido el otro burro? No me daba la suma completa. Estaba faltando un elemento de la encomienda. Por más que me rascaba la cabeza para entender no comprendía dónde se había quedado o perdido el otro burro. Pero, de que faltaba un burro, faltaba. Eso sí que era evidente.
            En los últimos días había tenido unas erupciones en los labios y en la nariz. Las de la nariz me estaban haciendo los días un poquito más complicados. El domingo anterior había tenido fiebre y algunas manifestaciones de gripe. Pero, era fiebre ocasionada por el virus que tenía. Yo pensaba que las erupciones de los labios habían sido ocasionadas por la fiebre que me había dado y no le había prestado mucha atención a esos detalles. Era cuando el burro se me había escondido, y por más que contaba y volvía a contar me faltaba un burro, y resulta que era en el que estaba montado. Como iba sobre él no lo podía ver. Tenía que bajarme del burro para que me diera completa la cuenta de los cinco burros encomendados.
            El médico decidió suspender el tratamiento de la quimioterapia para tratar primero el virus. Ya que si se aplicaba la quimio con ese virus presente las cosas se hubiesen complicado, pues se daba campo abierto para que el virus tomara más fuerza, precisamente por la aplicación de los químicos, y, entonces, se podría complicar la boca y la garganta, y así, sí se hubieran complicado todo. Porque, entonces, ni para comer. Y ahí se me hubieran perdido todos los burros. Pero, al bajarme y tomarme las cosas como van viniendo y yendo, me daba completa la suma: me encomendaron cinco y van los cinco, menos mal. Aunque con toda seguridad el médico estaría contando seis burros… Pero, mejor dejémoslo así, y volvamos a montarnos en el burro en el que vamos, que son cinco, por ahora…
            El tratamiento para combatir el virus será de una semana. Una vez terminado este tratamiento tengo cita otra vez con el médico y volverán a realizar todos los exámenes para ver si todo va bien, sólo entonces, se reanudará las sesiones de la quimioterapia. Ese día será de una parada y del reconteo. Espero que los burros estén completos… Y, no es que tenga algo contra los burros, pero es que a veces, me dan sumatorias distintas: a veces cuatro y a veces cinco.
            Por ahora, como que están completos…
            A este punto traigamos el cuento que cita y copia Carlos Vallés de Anthony di Mello, en el libro Ligero de Equipaje, Tony de Mello, Un Profeta para nuestro tiempo, porque puede ser muy oportuno:

Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaban para condolerse con él y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe? Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Este les respondió: ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe? Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe? Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe? Todo lo que a primera vista parece un contratiempo puede ser un disfraz del bien. Y lo que parece bueno a primera vista puede  ser realmente dañoso. Así pues, será postura sabia que dejemos a Dios decidir lo que es buena suerte y mala, y le agradezcamos que todas las cosas se conviertan en bien para los que le aman.
           
            Ya está dicho todo… ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!

            Antes de terminar este apartado vamos a darle nombres a los burros, porque es muy importante que tengamos identificadas nuestras circunstancias para procurar ser dueños de ellas, por lo menos de manera jocosa: Vamos a llamarlos de acuerdo con las cinco vocales: Pancho, Pencho, Poncho, Pincho y Puncho. Por el nombre me gusta Poncho, en el que voy montado.

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