La
última quimio
Vamos llegando a donde
íbamos. La última cita. Todo perfecto, tanto en los valores de la sangre como
al tacto en la zona del abdomen. Pero con cita para una semana después con el
respectivo examen de sangre para verificar el comportamiento de los glóbulos
blancos y ver las defensas naturales del cuerpo. ¡Qué fino! – comentó la
doctora -. A este punto no contuve las ganas de llorar y así se los manifesté a
la Dra. y a mi cuñada que estaban en la consulta. Tal vez porque veía que lo
habíamos logrado, y porque parecía que fue ayer, como dice la canción. Y sí al
comienzo al ver lo que venía y se suponía me generaba un mundo de mundos
mentales (la loca de la casa), ahora, cuando se estaba a punto de caramelo,
como se dice, me generaba, igualmente, un mundo de emociones que no sabía cómo
explicar. Que era una tontada, sin duda, para un tercero; pero para mí no lo
era. Era mi mundo mental todo él cargado de emociones. Parecía lo que era y era
lo que parecía: lo habíamos logrado, por lo menos, había pasado las quimios, y
eso, ya era mucho que decir.
Aplicaron las dos
secciones de la última quimio. Todo perfecto. Esta vez un poco de dificultad
para tomar las vías para colocar los tratamientos debido a que las venas ya
están muy sensibles. Pero, todo bien. Ya estaba en el pueblo, ya había entrado
a entregar los burros. Ahora faltaba encontrar la dirección del señor a quien
le mandaron los burros, entregarlos y esperar mi paga por el trabajo de
arriero. Aprovecharé para comprar con ese dinerito algunas cosas para llevar de
regreso a la casa, como sal, espaguetis, algunas sardina de pote y algunas
otras cositas más que hacen falta para la casa y lo que alcance con el
dinerito, dejando algo para un pequeño ahorro, como es natural después de todo
trabajo, ¿o no?. Carne me gustaría llevar pero se puede dañar en el camino
porque es bastante largo, así que no compro carne. Tal vez pescado seco y
salado. Gallina viva no compro porque allá en la finquita que no es muy grande
pero es mi finquita crío gallinas; caraotas y café tampoco compraré, porque
allá los cultivamos.
Al salir de la última
quimio, como a las doce y media del día, y ver que todo iba bien, le dí la mano
a mi hermano y a mi cuñada, dándoles las gracias y diciéndole: “Dios les pague, chamos”… Dios les pague…
Lo logramos. Gracias a ustedes que estaban pendientes de ir a buscar los medicamentos
todas las veces y por todas las cosas… por todas…
Al día siguiente era la
Misa Exequial de Mons. Miguel Delgado Ávila, cuarto Obispo de Barcelona, en la
Catedral de Barcelona, y había que asistir, en este caso yo como el cronista de
la Diócesis de Barcelona (véase http://ordenaciones.blogspot.com/), cargo que
desempeño “ad honorem” desde hace dos años. En esa misa estaba el alcalde de
Barcelona y su personal de relaciones públicas y apenas vi a la persona
encargada de esas relaciones le comenté que eran
pura bulla, y ya ella sabía a qué me refería, porque enseguida me contestó
que el alcalde siempre le recordaba lo de la ayuda para publicar este libro…
Pero, “naranjas chinas; limón francés”,
como se dice. O sea, “a llorar al valle…”
Por ahora falta hacer
la entrega de la encomienda. No se puede negar que se ha encariñado con los
burros, pero ya, lo que jué, jué, y ya casi estamos a lo que fuimos. Habrá que
esperar que alguien de este pueblo se le ocurra mandar algún otro encargo para
el pueblo de donde vengo; y, eso será bueno porque será otra entradita
económica para la casa (sentido figurado ya que es un cuento y además ha sido
nuestro código-lenguaje), pero eso sí que no sea otro encargo de más burros. Ya
con eso fue bueno. Habrá que esperar por todos los exámenes de la tomografía y
demás para verificar que el encargo está completo. Vienen las radioterapias,
pero eso es otro encargo aparte. El de los burros eran las quimioterapias y
están completas. A eso me enviaron al pueblo. Y estoy en el pueblo. Faltan unos
detallitos para que la encomienda esté totalmente cumplida.
Algo que no puedo pasar
por alto, ahora casi terminando las quimios y este libro, porque van a la par
como se dijo en el prólogo, y es que el primer día de la última quimio me
encontré al señor al que le habían suspendido el tratamiento por las reacciones
que había presentado. Estaba en la sala de espera. Nos saludamos, pregunté por
su situación y me dijo que iba a ver qué podían hacer por él ya que su cuerpo
estaba rechazando los tratamientos. Y no pude evitar tragar grueso porque es de
saberse que ya se está sentenciado a muerte de manera inminente y, sin embargo,
no perdía las esperanzas y a eso iba a ver qué podían hacer por él. Tiene que
ser una circunstancia bien… e iba a decir una grosería o una palabra mal
sonante, pero ¿más mal podría ser esa grosería o palabrota a esa situación?
¡Imposible! Ay que estar en los zapatos de cada cual… Y hay que exigir y dar
respeto, por lo menos con el silencio… y no pretender saber lo que no se sabe,
menos en esos momentos. ¡Ay, Señor, danos la sabiduría suficientes para no
perder el sentido del misterio de la vida, pero danos, también las luces para
dejarnos iluminar de ese mismo misterio que nos fortalece, a pesar de los
pesares! Creo que justo aquí, en este justo momento, es que tienen cabida las
palabras reveladoras del profeta Job, para callar ante lo incomprensible de los
misterios de la vida, y que no había querido colocar en este libro ex profeso
antes, pero no ser tan tajante, sino hasta este momento, en sus finales, y que
resumen todo nuestro existir:
(Job 38-40,6):
Yahveh respondió a Job desde el seno de la
tempestad y dijo:
¿Quién es éste que empaña el Consejo con
razones sin sentido?
Ciñe tus lomos como un bravo: voy a interrogarte,
y tú me instruirás.
¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra?
Indícalo, si sabes la verdad.
¿Quién fijó sus medidas? ¿lo sabrías? ¿quién
tiró el cordel sobre ella?
¿Sobre qué se afirmaron sus bases? ¿quién
asentó su piedra angular, entre el clamor a coro de las estrellas del alba y
las aclamaciones de todos los Hijos de Dios?
¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando
del seno materno salía borbotando; cuando le puse una nube por vestido y del
nubarrón hice sus pañales; cuando le tracé sus linderos y coloqué puertas y
cerrojos?
«¡Llegarás hasta aquí, no más allá - le dije
-, aquí se romperá el orgullo de tus olas!»
¿Has mandado, una vez en tu vida, a la mañana,
has asignado a la aurora su lugar, para que agarre a la tierra por los bordes y
de ella sacuda a los malvados?
Ella se trueca en arcilla de sello, se tiñe lo
mismo que un vestido.
Se quita entonces su luz a los malvados, y
queda roto el brazo que se alzaba.
¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? ¿has
circulado por el fondo del Abismo?
¿Se te han mostrado las puertas de la Muerte?
¿has visto las puertas del país de la Sombra?
¿Has calculado las anchuras de la tierra?
Cuenta, si es que sabes, todo esto.
¿Por dónde se va a la morada de la luz? y las
tinieblas, ¿dónde tienen su sitio?, para que puedas llevarlas a su término,
guiarlas por los senderos de su casa.
Si lo sabes, ¡es que ya habías nacido
entonces, y bien larga es la cuenta de tus días!
¿Has llegado a los depósitos de nieve? ¿Has
visto las reservas de granizo, que yo guardo para el tiempo de angustia, para
el día de batalla y de combate?
¿Por qué camino se reparte la luz, o se
despliega el solano por la tierra?
¿Quién abre un canal al aguacero, a los giros
de los truenos un camino, para llover sobre tierra sin hombre, sobre el
desierto donde no hay un alma, para abrevar a las soledades desoladas y hacer
brotar en la estepa hierba verde?
¿Tiene padre la lluvia? ¿quién engendra las
gotas de rocío?
¿De qué seno sale el hielo? ¿quién da a luz la
escarcha del cielo, cuando las aguas se aglutinan como piedra y se congela la
superficie del abismo?
¿Puedes tú anudar los lazos de las Pléyades o
desatar las cuerdas de Orión?
¿Haces salir la Corona a su tiempo? ¿conduces
a la Osa con sus crías?
¿Conoces las leyes de los Cielos? ¿aplicas su
fuero en la tierra?
¿Levantas tu voz hasta las nubes?, la masa de
las aguas, ¿te obedece?
A tu orden, ¿los relámpagos parten,
diciéndote: «Aquí estamos»?
¿Quién puso en el ibis la sabiduría? ¿quién
dio al gallo inteligencia?
¿Quién tiene pericia para contar las nubes?
¿quién inclina los odres de los cielos, cuando se aglutina el polvo en una masa
y los terrones se pegan entre sí?
¿Cazas tú acaso la presa a la leona? ¿calmas
el hambre de los leoncillos, cuando en sus guaridas están acurrucados, o en los
matorrales al acecho?
¿Quién prepara su provisión al cuervo, cuando
sus crías gritan hacia Dios, cuando se estiran faltos de comida?
¿Sabes cuándo hacen las
rebecas sus crías? ¿has observado el parto de las ciervas?
¿has contado los meses de su gestación? ¿sabes
la época de su alumbramiento?
Entonces se acurrucan y paren a sus crías,
echan fuera su camada.
Y cuando ya sus crías se hacen fuertes y
grandes, salen al desierto y no vuelven más a ellas.
¿Quién dejó al onagro en libertad y soltó las
amarras del asno salvaje?
Yo le he dado la estepa por morada, por
mansión la tierra salitrosa.
Se ríe del tumulto de las ciudades, no oye los
gritos del arriero; explora las montañas, pasto suyo, en busca de toda hierba
verde.
¿Querrá acaso servirte el buey salvaje, pasar
la noche junto a tu pesebre?
¿Atarás a su cuello la coyunda? ¿rastrillará
los surcos tras de ti?
¿Puedes fiarte de él por su gran fuerza? ¿le
confiarás tu menester?
¿Estás seguro de que vuelva, de que en tu era
allegue el grano?
El ala del avestruz, ¿se puede comparar al
plumaje de la cigüeña y del halcón?
Ella en tierra abandona sus huevos, en el
suelo los deja calentarse; se olvida de que puede aplastarlos algún pie, o
cascarlos una fiera salvaje.
Dura para sus hijos cual si no fueran suyos,
por un afán inútil no se inquieta.
Es que Dios la privó de sabiduría, y no le
dotó de inteligencia.
Pero en cuanto se alza y se remonta, se ríe
del caballo y su jinete.
¿Das tú al caballo la bravura? ¿revistes su
cuello de tremolante crin?
¿Le haces brincar como langosta? ¡Terror
infunde su relincho altanero!
Piafa de júbilo en el valle, con brío se lanza
al encuentro de las armas.
Se ríe del miedo y de nada se asusta, no
retrocede ante la espada.
Va resonando sobre él la aljaba, la llama de
la lanza y el dardo.
Hirviendo de impaciencia la tierra devora, no
se contiene cuando suena la trompeta.
A cada toque de trompeta dice: «¡Aah!» olfatea
de lejos el combate, las voces de mando y los clamores.
¿Acaso por tu acuerdo el halcón emprende el
vuelo, despliega sus alas hacia el sur?
¿Por orden tuya se remonta el águila y coloca
su nido en las alturas?
Pone en la roca su mansión nocturna, su
fortaleza en un picacho.
Desde allí acecha a su presa, desde lejos la
divisan sus ojos.
Sus crías lamen sangre; donde hay muertos,
allí está.
Y Yahveh se dirigió a Job y
le dijo:
¿Cederá el adversario de Sadday? ¿El censor de
Dios va a replicar aún?
Y Job respondió a Yahveh:
¡He hablado a la ligera: ¿qué voy a responder?
Me taparé la boca con mi mano.
Hablé una vez..., no he de repetir; dos
veces..., ya no insistiré.
Y para terminar ya
con esta solicitud de la Dra., doblemente beneficioso para mí, porque al
escribir y leer y poder escribir y descubrir-descubriendo, me estaba sucediendo
un proceso de sanación interior, primero en mí, y con algo de esperanzas de que
también en los que puedan leer este libro. Por eso doble beneficio. Para
terminar, es necesario hacer una observación final: me preguntarán algunos que
lean este libro, el ¿por qué, a veces hablo en primera persona en singular, por
ejemplo, “yo, “voy”; y, otras, en
primera persona en plural, por ejemplo, “vamos”, “íbamos”, “estamos llegando”,
como en la parte inicial de este mismo capítulo? Y la respuesta es muy sencilla
y simple: porque no estaba yo sólo en este camino. Ciertamente, el paciente era
yo; pero también eran co-pacientes otros junto conmigo.
Así, por ejemplo,
mi familia que me puso en sus hombros para caminar conmigo; a veces, cargándome
literalmente en lo emocional cuando me decaía; la gente de la parroquia que
hizo otro tanto, unos de una forma y otros de otra; los médicos y el equipo
médico y de enfermeros que también me hombraron (cargar en hombros, en alto
grado) en los suyos; los que venían a la parroquia a traer detalles, ya de
palabra y de estímulo, ya con los tomates de palo o de árbol, ya con el agua de
coco, ya con las guayabas, ya con el carato de maíz (el famoso saperoco de
maíz) y otros muchos espaldarazos; la familia que estaba pendiente de mi comida
balanceada y que no faltase nada para mantener todo en su justo equilibrio, y a
la que le estoy eternamente agradecida, que Dios le pague; la gente de la
parroquia que se reunía a rezar el vía crucis y el rosario cada semana que me
tocaba las quimios para transmitirme energía positiva; los que encendían una
vela en esas semanas a mi petición, ya por internet, ya al terminar la misa del
domingo anterior; las personas que no dejaban que yo abriera y/o cerrara el
portón para salir/entrar al estacionamiento para que no hiciera fuerza; la
gente que estuvo pendiente de la parroquia para que nunca estuviera desasistida
sobre todo en el servicio de exequias por estar la parroquia frente al
cementerio, sobre todo en los dos días fuertes de las quimios, que eran dos
días cada veintiún días… Los incondicionales de la parroquia, por sobre todo.
También a los burros a los que tenía que llevar al pueblo… ¿Ven que no estuvimos solos? O
para encuadrar mejor lo que quiero decir: ¿Vemos que no estuve sólo? Y con ello hablo en plural y en
singular, al mismo tiempo, y quedo justificado en la inquietud que pudiese
presentarse en la gramática utilizada en este libro que no es ni era lo que más
me importaba o nos importaba. No dejará de aparecer uno alegando, igualmente, que
no nombro a Dios en este agradecimiento, y al respecto, le contestaré como
Yahveh a Job: “Yahveh respondió a Job
desde el seno de la tempestad y dijo: ¿Quién es éste que empaña el Consejo con
razones sin sentido?”, pero con la pregunta mía: “¿No se ha dado cuenta que todo este libro es un canto a Dios en la
maravillosa perfección de la naturaleza, ya física, ya como proceso mental
inconsciente, reforzada por la inteligencia e inventiva humanas para hacer
posible el cielo aquí en la tierra?”
Y termino este
libro con un cuento de la cultura china, sobre el cielo y el infierno:
“El
cielo – cuenta el cuento chino – es una taza grande de arroz. Todos los
comensales están sentados en la orilla de la taza con uno palillos grandes para
poder tomar cada uno su porción de arroz y poder comer. Cuando cada uno quiere
comer toma en el extremo de los palillos un grano de arroz y como no puede
llevárselo a la boca porque en el intento se le cae por los tamaños de los
palillos, cosa que le dificulta cada intento, entonces, cada uno le da el arroz
que tomó al que tiene al frente, y el del frente hace otro tanto con el otro. Y
así todos comen y están alimentados.
Mientras
que el infierno es la misma taza de arroz, con los mismos palillos y los mismos
comensales y con la misma situación. Pero, con la diferencia de que el que
quiere comer se empeña en llevarse el grano de arroz a su boca, y cada vez se
le cae, porque los palillos por su tamaño se lo impiden. Nadie le da al que
tiene al frente, sino sólo para sí mismo. Y así todos están pasando hambre, y
están desnutridos. Y eso es el infierno”.
Se acabó.
No hay más nada qué decir (al estilo
venezonalístico de hablar) o nada más qué
decir (al estilo refinado español de hablar, véase la colección del
filólogo Ángel Rosemblat, Buenas y malas palabras). ¿No le
parece que todo este trabajo de los médicos, del equipo de enfermeros, de los
que han estado y están en esta y en todas de las de todos, sin excepción, no es
dar un arroz al que tienen enfrente, aún este mismo libro? Entonces, es el
cielo… y aquí en la tierra, porque el cielo comienza aquí… Más allá, dejémoslo
al misterio y a Dios, y digamos con Job: Y Job respondió a Yahveh: “¡He
hablado a la ligera: ¿qué voy a responder? Me taparé la boca con mi mano. Hablé
una vez..., no he de repetir; dos veces..., ya no insistiré”.
En otras palabras:
¡CHITO! Es decir: ¡SILENCIO RESPETUOSO POR LOS MISTERIOS QUE NOS SUPERAN Y
NUNCA ENTEDEREMOS!, pero que asumimos con gallardía y elegancia (porque es la
invitación de Jesús en el cada día), a pesar de los pesares, y en donde
comprenderemos que no hay Sábado de Gloria o de Resurrección si no hay Viernes
de Crucifixión.
Fácil decirlo…
Nota final:
recordemos lo que habíamos (plural-singular implícitos) en el comienzo de este
libro, en el prólogo, que no sabíamos si terminábamos este libro o el cáncer
acababa primero con nosotros, aventura a la que nos dedicábamos desde un
comienzo, pero tarea a las que nos dedicábamos (tanto al libro, como al
cáncer). Así que todo ya está dicho y con ello el libro…
Vendrán las
radioterapias, pero eso es ya harina de
otro costal… Lo primero era lo primero… Y ya es.
Fui a la semana
siguiente al examen de sangre para verificar el comportamiento de los glóbulos
blancos. Todo perfecto respecto a esta encomienda.
Ahora; sí.
Entregados los
burros…
Agradecidos de
Poncho, Pancho, Puncho, Pincho y Pencho…
Pero, “una cosa piensa el burro; y otra, el que lo arrea”, como hemos
venido diciendo desde un comienzo. Porque no todo terminó ahí; aunque sí en
este libro. Ya se verá lo que pasó en otro libro, el siguiente de éste…
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