viernes, 30 de diciembre de 2016

La última quimio



Vamos llegando a donde íbamos. La última cita. Todo perfecto, tanto en los valores de la sangre como al tacto en la zona del abdomen. Pero con cita para una semana después con el respectivo examen de sangre para verificar el comportamiento de los glóbulos blancos y ver las defensas naturales del cuerpo. ¡Qué fino! – comentó la doctora -. A este punto no contuve las ganas de llorar y así se los manifesté a la Dra. y a mi cuñada que estaban en la consulta. Tal vez porque veía que lo habíamos logrado, y porque parecía que fue ayer, como dice la canción. Y sí al comienzo al ver lo que venía y se suponía me generaba un mundo de mundos mentales (la loca de la casa), ahora, cuando se estaba a punto de caramelo, como se dice, me generaba, igualmente, un mundo de emociones que no sabía cómo explicar. Que era una tontada, sin duda, para un tercero; pero para mí no lo era. Era mi mundo mental todo él cargado de emociones. Parecía lo que era y era lo que parecía: lo habíamos logrado, por lo menos, había pasado las quimios, y eso, ya era mucho que decir.
Aplicaron las dos secciones de la última quimio. Todo perfecto. Esta vez un poco de dificultad para tomar las vías para colocar los tratamientos debido a que las venas ya están muy sensibles. Pero, todo bien. Ya estaba en el pueblo, ya había entrado a entregar los burros. Ahora faltaba encontrar la dirección del señor a quien le mandaron los burros, entregarlos y esperar mi paga por el trabajo de arriero. Aprovecharé para comprar con ese dinerito algunas cosas para llevar de regreso a la casa, como sal, espaguetis, algunas sardina de pote y algunas otras cositas más que hacen falta para la casa y lo que alcance con el dinerito, dejando algo para un pequeño ahorro, como es natural después de todo trabajo, ¿o no?. Carne me gustaría llevar pero se puede dañar en el camino porque es bastante largo, así que no compro carne. Tal vez pescado seco y salado. Gallina viva no compro porque allá en la finquita que no es muy grande pero es mi finquita crío gallinas; caraotas y café tampoco compraré, porque allá los cultivamos.
Al salir de la última quimio, como a las doce y media del día, y ver que todo iba bien, le dí la mano a mi hermano y a mi cuñada, dándoles las gracias y diciéndole: “Dios les pague, chamos”… Dios les pague… Lo logramos. Gracias a ustedes que estaban pendientes de ir a buscar los medicamentos todas las veces y por todas las cosas… por todas…
Al día siguiente era la Misa Exequial de Mons. Miguel Delgado Ávila, cuarto Obispo de Barcelona, en la Catedral de Barcelona, y había que asistir, en este caso yo como el cronista de la Diócesis de Barcelona (véase http://ordenaciones.blogspot.com/), cargo que desempeño “ad honorem” desde hace dos años. En esa misa estaba el alcalde de Barcelona y su personal de relaciones públicas y apenas vi a la persona encargada de esas relaciones le comenté que eran pura bulla, y ya ella sabía a qué me refería, porque enseguida me contestó que el alcalde siempre le recordaba lo de la ayuda para publicar este libro… Pero, “naranjas chinas; limón francés”, como se dice. O sea, “a llorar al valle…”
Por ahora falta hacer la entrega de la encomienda. No se puede negar que se ha encariñado con los burros, pero ya, lo que jué, jué, y ya casi estamos a lo que fuimos. Habrá que esperar que alguien de este pueblo se le ocurra mandar algún otro encargo para el pueblo de donde vengo; y, eso será bueno porque será otra entradita económica para la casa (sentido figurado ya que es un cuento y además ha sido nuestro código-lenguaje), pero eso sí que no sea otro encargo de más burros. Ya con eso fue bueno. Habrá que esperar por todos los exámenes de la tomografía y demás para verificar que el encargo está completo. Vienen las radioterapias, pero eso es otro encargo aparte. El de los burros eran las quimioterapias y están completas. A eso me enviaron al pueblo. Y estoy en el pueblo. Faltan unos detallitos para que la encomienda esté totalmente cumplida.
Algo que no puedo pasar por alto, ahora casi terminando las quimios y este libro, porque van a la par como se dijo en el prólogo, y es que el primer día de la última quimio me encontré al señor al que le habían suspendido el tratamiento por las reacciones que había presentado. Estaba en la sala de espera. Nos saludamos, pregunté por su situación y me dijo que iba a ver qué podían hacer por él ya que su cuerpo estaba rechazando los tratamientos. Y no pude evitar tragar grueso porque es de saberse que ya se está sentenciado a muerte de manera inminente y, sin embargo, no perdía las esperanzas y a eso iba a ver qué podían hacer por él. Tiene que ser una circunstancia bien… e iba a decir una grosería o una palabra mal sonante, pero ¿más mal podría ser esa grosería o palabrota a esa situación? ¡Imposible! Ay que estar en los zapatos de cada cual… Y hay que exigir y dar respeto, por lo menos con el silencio… y no pretender saber lo que no se sabe, menos en esos momentos. ¡Ay, Señor, danos la sabiduría suficientes para no perder el sentido del misterio de la vida, pero danos, también las luces para dejarnos iluminar de ese mismo misterio que nos fortalece, a pesar de los pesares! Creo que justo aquí, en este justo momento, es que tienen cabida las palabras reveladoras del profeta Job, para callar ante lo incomprensible de los misterios de la vida, y que no había querido colocar en este libro ex profeso antes, pero no ser tan tajante, sino hasta este momento, en sus finales, y que resumen todo nuestro existir:

(Job 38-40,6):

 Yahveh respondió a Job desde el seno de la tempestad y dijo:
 ¿Quién es éste que empaña el Consejo con razones sin sentido?
 Ciñe tus lomos como un bravo: voy a interrogarte, y tú me instruirás.
 ¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra? Indícalo, si sabes la verdad.
 ¿Quién fijó sus medidas? ¿lo sabrías? ¿quién tiró el cordel sobre ella?
 ¿Sobre qué se afirmaron sus bases? ¿quién asentó su piedra angular, entre el clamor a coro de las estrellas del alba y las aclamaciones de todos los Hijos de Dios?
 ¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía borbotando; cuando le puse una nube por vestido y del nubarrón hice sus pañales; cuando le tracé sus linderos y coloqué puertas y cerrojos?
 «¡Llegarás hasta aquí, no más allá - le dije -, aquí se romperá el orgullo de tus olas!»
 ¿Has mandado, una vez en tu vida, a la mañana, has asignado a la aurora su lugar, para que agarre a la tierra por los bordes y de ella sacuda a los malvados?
 Ella se trueca en arcilla de sello, se tiñe lo mismo que un vestido.
 Se quita entonces su luz a los malvados, y queda roto el brazo que se alzaba.
 ¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? ¿has circulado por el fondo del Abismo?
 ¿Se te han mostrado las puertas de la Muerte? ¿has visto las puertas del país de la Sombra?
 ¿Has calculado las anchuras de la tierra? Cuenta, si es que sabes, todo esto.
 ¿Por dónde se va a la morada de la luz? y las tinieblas, ¿dónde tienen su sitio?, para que puedas llevarlas a su término, guiarlas por los senderos de su casa.
 Si lo sabes, ¡es que ya habías nacido entonces, y bien larga es la cuenta de tus días!
 ¿Has llegado a los depósitos de nieve? ¿Has visto las reservas de granizo, que yo guardo para el tiempo de angustia, para el día de batalla y de combate?
 ¿Por qué camino se reparte la luz, o se despliega el solano por la tierra?
 ¿Quién abre un canal al aguacero, a los giros de los truenos un camino, para llover sobre tierra sin hombre, sobre el desierto donde no hay un alma, para abrevar a las soledades desoladas y hacer brotar en la estepa hierba verde?
 ¿Tiene padre la lluvia? ¿quién engendra las gotas de rocío?
 ¿De qué seno sale el hielo? ¿quién da a luz la escarcha del cielo, cuando las aguas se aglutinan como piedra y se congela la superficie del abismo?
 ¿Puedes tú anudar los lazos de las Pléyades o desatar las cuerdas de Orión?
 ¿Haces salir la Corona a su tiempo? ¿conduces a la Osa con sus crías?
 ¿Conoces las leyes de los Cielos? ¿aplicas su fuero en la tierra?
 ¿Levantas tu voz hasta las nubes?, la masa de las aguas, ¿te obedece?
 A tu orden, ¿los relámpagos parten, diciéndote: «Aquí estamos»?
 ¿Quién puso en el ibis la sabiduría? ¿quién dio al gallo inteligencia?
 ¿Quién tiene pericia para contar las nubes? ¿quién inclina los odres de los cielos, cuando se aglutina el polvo en una masa y los terrones se pegan entre sí?
 ¿Cazas tú acaso la presa a la leona? ¿calmas el hambre de los leoncillos, cuando en sus guaridas están acurrucados, o en los matorrales al acecho?
 ¿Quién prepara su provisión al cuervo, cuando sus crías gritan hacia Dios, cuando se estiran faltos de comida?
¿Sabes cuándo hacen las rebecas sus crías? ¿has observado el parto de las ciervas?
 ¿has contado los meses de su gestación? ¿sabes la época de su alumbramiento?
 Entonces se acurrucan y paren a sus crías, echan fuera su camada.
 Y cuando ya sus crías se hacen fuertes y grandes, salen al desierto y no vuelven más a ellas.
 ¿Quién dejó al onagro en libertad y soltó las amarras del asno salvaje?
 Yo le he dado la estepa por morada, por mansión la tierra salitrosa.
 Se ríe del tumulto de las ciudades, no oye los gritos del arriero; explora las montañas, pasto suyo, en busca de toda hierba verde.
 ¿Querrá acaso servirte el buey salvaje, pasar la noche junto a tu pesebre?
 ¿Atarás a su cuello la coyunda? ¿rastrillará los surcos tras de ti?
 ¿Puedes fiarte de él por su gran fuerza? ¿le confiarás tu menester?
 ¿Estás seguro de que vuelva, de que en tu era allegue el grano?
 El ala del avestruz, ¿se puede comparar al plumaje de la cigüeña y del halcón?
 Ella en tierra abandona sus huevos, en el suelo los deja calentarse; se olvida de que puede aplastarlos algún pie, o cascarlos una fiera salvaje.
 Dura para sus hijos cual si no fueran suyos, por un afán inútil no se inquieta.
 Es que Dios la privó de sabiduría, y no le dotó de inteligencia.
 Pero en cuanto se alza y se remonta, se ríe del caballo y su jinete.
 ¿Das tú al caballo la bravura? ¿revistes su cuello de tremolante crin?
 ¿Le haces brincar como langosta? ¡Terror infunde su relincho altanero!
 Piafa de júbilo en el valle, con brío se lanza al encuentro de las armas.
 Se ríe del miedo y de nada se asusta, no retrocede ante la espada.
 Va resonando sobre él la aljaba, la llama de la lanza y el dardo.
 Hirviendo de impaciencia la tierra devora, no se contiene cuando suena la trompeta.
 A cada toque de trompeta dice: «¡Aah!» olfatea de lejos el combate, las voces de mando y los clamores.
 ¿Acaso por tu acuerdo el halcón emprende el vuelo, despliega sus alas hacia el sur?
 ¿Por orden tuya se remonta el águila y coloca su nido en las alturas?
 Pone en la roca su mansión nocturna, su fortaleza en un picacho.
 Desde allí acecha a su presa, desde lejos la divisan sus ojos.
  Sus crías lamen sangre; donde hay muertos, allí está.

Y Yahveh se dirigió a Job y le dijo:
 ¿Cederá el adversario de Sadday? ¿El censor de Dios va a replicar aún?
 Y Job respondió a Yahveh:
 ¡He hablado a la ligera: ¿qué voy a responder? Me taparé la boca con mi mano.
 Hablé una vez..., no he de repetir; dos veces..., ya no insistiré.

Y para terminar ya con esta solicitud de la Dra.,  doblemente beneficioso para mí, porque al escribir y leer y poder escribir y descubrir-descubriendo, me estaba sucediendo un proceso de sanación interior, primero en mí, y con algo de esperanzas de que también en los que puedan leer este libro. Por eso doble beneficio. Para terminar, es necesario hacer una observación final: me preguntarán algunos que lean este libro, el ¿por qué, a veces hablo en primera persona en singular, por ejemplo, “yo, “voy”; y, otras,  en primera persona en plural, por ejemplo, “vamos”, “íbamos”, “estamos llegando”, como en la parte inicial de este mismo capítulo? Y la respuesta es muy sencilla y simple: porque no estaba yo sólo en este camino. Ciertamente, el paciente era yo; pero también eran co-pacientes otros junto conmigo.
Así, por ejemplo, mi familia que me puso en sus hombros para caminar conmigo; a veces, cargándome literalmente en lo emocional cuando me decaía; la gente de la parroquia que hizo otro tanto, unos de una forma y otros de otra; los médicos y el equipo médico y de enfermeros que también me hombraron (cargar en hombros, en alto grado) en los suyos; los que venían a la parroquia a traer detalles, ya de palabra y de estímulo, ya con los tomates de palo o de árbol, ya con el agua de coco, ya con las guayabas, ya con el carato de maíz (el famoso saperoco de maíz) y otros muchos espaldarazos; la familia que estaba pendiente de mi comida balanceada y que no faltase nada para mantener todo en su justo equilibrio, y a la que le estoy eternamente agradecida, que Dios le pague; la gente de la parroquia que se reunía a rezar el vía crucis y el rosario cada semana que me tocaba las quimios para transmitirme energía positiva; los que encendían una vela en esas semanas a mi petición, ya por internet, ya al terminar la misa del domingo anterior; las personas que no dejaban que yo abriera y/o cerrara el portón para salir/entrar al estacionamiento para que no hiciera fuerza; la gente que estuvo pendiente de la parroquia para que nunca estuviera desasistida sobre todo en el servicio de exequias por estar la parroquia frente al cementerio, sobre todo en los dos días fuertes de las quimios, que eran dos días cada veintiún días… Los incondicionales de la parroquia, por sobre todo. También a los burros a los que tenía que llevar al pueblo… ¿Ven que no estuvimos solos? O  para encuadrar mejor lo que quiero decir: ¿Vemos que no estuve sólo? Y con ello hablo en plural y en singular, al mismo tiempo, y quedo justificado en la inquietud que pudiese presentarse en la gramática utilizada en este libro que no es ni era lo que más me importaba o nos importaba. No dejará de aparecer uno alegando, igualmente, que no nombro a Dios en este agradecimiento, y al respecto, le contestaré como Yahveh a Job: “Yahveh respondió a Job desde el seno de la tempestad y dijo: ¿Quién es éste que empaña el Consejo con razones sin sentido?”, pero con la pregunta mía: “¿No se ha dado cuenta que todo este libro es un canto a Dios en la maravillosa perfección de la naturaleza, ya física, ya como proceso mental inconsciente, reforzada por la inteligencia e inventiva humanas para hacer posible el cielo aquí en la tierra?”

Y termino este libro con un cuento de la cultura china, sobre el cielo y el infierno:

“El cielo – cuenta el cuento chino – es una taza grande de arroz. Todos los comensales están sentados en la orilla de la taza con uno palillos grandes para poder tomar cada uno su porción de arroz y poder comer. Cuando cada uno quiere comer toma en el extremo de los palillos un grano de arroz y como no puede llevárselo a la boca porque en el intento se le cae por los tamaños de los palillos, cosa que le dificulta cada intento, entonces, cada uno le da el arroz que tomó al que tiene al frente, y el del frente hace otro tanto con el otro. Y así todos comen y están alimentados.
Mientras que el infierno es la misma taza de arroz, con los mismos palillos y los mismos comensales y con la misma situación. Pero, con la diferencia de que el que quiere comer se empeña en llevarse el grano de arroz a su boca, y cada vez se le cae, porque los palillos por su tamaño se lo impiden. Nadie le da al que tiene al frente, sino sólo para sí mismo. Y así todos están pasando hambre, y están desnutridos. Y eso es el infierno”.
Se acabó.
No hay más nada qué decir (al estilo venezonalístico de hablar) o nada más qué decir (al estilo refinado español de hablar, véase la colección del filólogo Ángel Rosemblat, Buenas y malas palabras). ¿No le parece que todo este trabajo de los médicos, del equipo de enfermeros, de los que han estado y están en esta y en todas de las de todos, sin excepción, no es dar un arroz al que tienen enfrente, aún este mismo libro? Entonces, es el cielo… y aquí en la tierra, porque el cielo comienza aquí… Más allá, dejémoslo al misterio y a Dios, y digamos con Job: Y Job respondió a Yahveh: “¡He hablado a la ligera: ¿qué voy a responder? Me taparé la boca con mi mano. Hablé una vez..., no he de repetir; dos veces..., ya no insistiré”.
En otras palabras: ¡CHITO! Es decir: ¡SILENCIO RESPETUOSO POR LOS MISTERIOS QUE NOS SUPERAN Y NUNCA ENTEDEREMOS!, pero que asumimos con gallardía y elegancia (porque es la invitación de Jesús en el cada día), a pesar de los pesares, y en donde comprenderemos que no hay Sábado de Gloria o de Resurrección si no hay Viernes de Crucifixión.
Fácil decirlo…
Nota final: recordemos lo que habíamos (plural-singular implícitos) en el comienzo de este libro, en el prólogo, que no sabíamos si terminábamos este libro o el cáncer acababa primero con nosotros, aventura a la que nos dedicábamos desde un comienzo, pero tarea a las que nos dedicábamos (tanto al libro, como al cáncer). Así que todo ya está dicho y con ello el libro…
Vendrán las radioterapias, pero eso es ya harina de otro costal… Lo primero era lo primero… Y ya es.
Fui a la semana siguiente al examen de sangre para verificar el comportamiento de los glóbulos blancos. Todo perfecto respecto a esta encomienda.
Ahora; sí.
Entregados los burros…
Agradecidos de Poncho, Pancho, Puncho, Pincho y Pencho…

Pero, “una cosa piensa el burro; y otra, el que lo arrea”, como hemos venido diciendo desde un comienzo. Porque no todo terminó ahí; aunque sí en este libro. Ya se verá lo que pasó en otro libro, el siguiente de éste…

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