viernes, 30 de diciembre de 2016

La fe y la realidad…




            Sin pretender ahondar en muchas profundidades sobre lo que es la fe y sobre lo que es la existencia, es necesario que estas alturas tengamos claras algunas cosas esenciales para nuestro caminar.
            Lamentablemente, muchos piensan que fe y ser realistas es una contradicción. Y hasta se llega a separar que si se afirma tener fe, ya es suficiente para alejarnos de nuestra realidad. O, por el contrario, si se insiste mucho en la realidad, sería como negar que se tiene fe. A este respecto recomiendo mi libro titulado Preguntas y respuestas de toda persona inquieta sobre la oración, en donde se trata de estos temas con un poquito más de profundidad. Pero, digamos para tener en qué atenernos, que fe no es opuesto a existencia o vida concreta, o a realidad existencial. Más bien, la fe confirma la existencia. Ya el hecho de vivir encontrándole sentido a la vida, ya eso, es una prueba contundente de una auténtica fe, así no haya alusión directa a los conceptos tipificados de divinidad, en sus múltiples y variadas formas. Fe y vivir no se oponen. Vivir, ya es una prueba de fe. Porque la vida sin sentido no tiene sentido. Y el sentido de la vida lo da justamente Dios. Porque Dios es el sentido de la vida. Aferrarse a la vida es aferrarse al sentido de la vida. En otras palabras es aferrarse a Dios, que es su sentido. Y si cree que es un juego de palabras, vuelva a leer con detenimiento lo que acaba de leer, y verá que lo entiende y lo valorará. Si no, no hay nada qué hacer… Tal vez, vuelva a leerlo…
            Pero como la idea inicial de este libro, según petición de la Dra., es para que pueda servir de ayuda, dejémonos de ponernos filósofos, justo ahora. No digamos que no nos vamos a poner teólogos, ya que lo hemos estado haciendo desde un comienzo de una manera muy sutil, sobre todo, en los tres primeros capítulos. Tal vez, ya se percató de eso. Pero sigamos como vamos y en lo que vamos, con el estilo que llevamos.
            Antes de pasar a lo que quiero reseñar, hagamos una referencia al contorno mundial de lo que estaba sucediendo en el mundo en los momentos en que se estaba escribiendo este libro, y recibiendo el tratamiento. No tiene nada que ver con el libro, pero dijimos en el prólogo que el libro se iría escribiendo en la medida como fuesen sucediendo las cosas, y eso justifica que se haga, porque es parte del mientras vayan sucediendo las cosas. Se estaba celebrando las Olimpiadas de Beijing, en China. Venezuela se sentía muy orgullosa de haber mandado un pocote de gente, como nunca antes a una Olimpiada. Muchos estaban pendientes de las actuaciones de los venezolanos y de las posibles medallas. La gran promesa era en softbol femenino. Pero, “naranjas chinas, limón francés”, O sea, que nanay nanay… A la hora de las medallas, la opción parecía ser las medallas de la Virgen del Carmen, si acaso las habían llevado, porque por lo que se evidenciaba, las propias ni para olerlas. Y se había gastado, entre otras cosas, un palabrerío desmesurado antes y en el momento del envío para China. Pero… Lo más triste de todo es que los comentaristas de uno de los canales de la televisión venezolana, mientras transmitían los eventos de manera directa vía satélite, decían que los tales deportistas venezolanos con todo y todo seguían siendo la esperanza y que prometían mucho para las próximas Olimpiadas. Y esto sí que despertaba las ganas de reír. Ya que el presente era lo que contaba justo en esos momentos. Y el presente era que no daban la talla en ese o en cualquiera de los eventos deportivos que presentaban y en donde participaba algún venezolano. “Esto les ayuda mucho, porque tienen roce internacional, y van adquiriendo experiencia” – era el comentario por lo general de los comentaristas de ese canal. Y estaban justificando que no reunían las condiciones deportivas con consuelos alucinantes y muy fuera de la realidad. Porque la realidad era que no ganaban y a eso era a lo que habían ido. No sigamos con lo del softbol femenino. Y no digamos del boleibol… Jugaban como nunca y perdían como siempre… Además, qué desconsuelo y tristeza para los venezolanos dentro de cuatro años, ya que si los deportistas venezolanos de esta Olimpiada de Beijing estaban ganando experiencia y roce para las próximas Olimpiadas, significaría, entonces, que menos chance se tendrá para el año 2012. Pues tendrán cuatro años más viejos, y, ahí, sí que menos. O sea, que “no me…jora el enfermo”. Las experiencias de estos tiene que ser y quedarse con ellos. Porque dentro de cuatro años será otra la circunstancia y no se puede pretender que sean los mismos para lo mismo. Aunque sí otros más de los mismos para lo mismo. Como que se empeora el enfermo… Bueno sea este comentario y repitamos lo que dijo la boba: “lo que jué, jué” (con “j”, no ve que es boba la boba, y por lo visto muy realista).
            Ahora volvamos a lo que íbamos. Y era lo de la fe y la realidad, que también tiene su aplicación con lo que se acaba de referir. Pero, en concreto a lo nuestro. Y quiero referir tres experiencias personales para ilustrar el tema que nos ocupa:
            Primera: Vino un día un señor portugués a solicitar que fuera a bautizar a su niña de ocho meses, que estaba muy grave y muriendo en una clínica cercana a la parroquia. Era 17 de diciembre. Cerca de las cinco y media de la tarde. El coro de la parroquia estaba cantando algunos temas decembrinos antes de la misa de ese día, que sería a las seis y media. Acompañé al señor portugués a la clínica. Nos fuimos en su carro. Llegamos a la clínica y entramos a la habitación donde se encontraba la niña y su madre ( de ella, de la niña). La niña estaba realmente muy mal. Le dije al padre de la niña, al señor portugués, que buscara un par de padrinos. Había que improvisar los padrinos porque era muy crítica la situación. Pedí un poco de agua en un envase para bendecirla y con ella bautizar a la niña, como manda el ritual del sacramento del bautismo, en el caso concreto de bautismo de niño en peligro de muerte. Trajeron el agua en un envase de vidrio. Bendije el agua. Aparecieron los padrinos, una enfermera sería la madrina. Yo había llevado la vela de la Candelaria y la encendí para iluminar con la luz de Cristo (es el sentido de la fe, por supuesto) y comenzamos la ceremonia del bautizo de la niña. Todo siguió su curso y terminó como comenzó, O sea, bien. Quedó bautizada la niña y el silencio era conmovedor por lo que se esperaba. Me despedí de la madre y de los padrinos, después de quitarme las vestimentas litúrgicas del caso, y el señor portugués y yo (ahora sí primero el burro y después la carga) nos dirigimos a la parroquia. Mientras íbamos por los pasillos de la clínica hice dos cosas que yo casi nunca hago porque no van en mi manera de pensar como sacerdote, pero, como no encontraba qué decir ni qué hacer, se me ocurrió, aún yendo en contra de mí mismo, porque no lo hago, pero esa vez lo hice, para seguir aprendiendo cada vez más. Mientras íbamos caminando le puse una mano en el hombro y le dije: -“tranquilo, señor, tenga fe”-. Enseguida, el portugués, se voltea y me dice: -“Fe, tengo, padre; pero, ni hija se está muriendo”. Y enseguida me dije: “toma lo tuyo… toma tu chocolate… quien te manda”. Y le quité la mano del hombro, un poco apenado por mi imprudencia. De hecho, el portugués había ido a pedir que le bautizara a la niña, justamente, porque tenía fe. No para que la niña se curara porque el cura la iba a bautizar. El bautizo no le iba a evitar ese trance. De hecho, se estaba muriendo.
            Segunda: Una vez sabida la noticia de mi cáncer mucha gente se me acercaba a manifestar de alguna o de otra manera su solidaridad y su manera de pensar. Los de la parroquia se manifestaban, además, con detalles materiales, como con algunas frutas, o jugos de distintos sabores, sobre todo, los llamados tres en uno. Hubo una familia que inclusive llegó con una sopa preparada un día, a media mañana. Yo les agradecía todos esos detalles. Algunos se ofrecían “a la orden para lo que sea”, pero no se manifestaban en nada más que en ofrecimiento, que en esos casos, están de sobra. Amor son obras, no buenas razones, se podría decir, que en este caso sería “no buenas intenciones”.
            Muchos venían y daban ánimo y valor a sus maneras.
            Un domingo, en esos días, vino una monjita. Muy misteriosa me dice que ya su comunidad estaba enterada de mi situación de salud y que estaba orando mucho por mí. Se agradece. Nos instalamos en la oficina para atenderle su visita. “Padre – me dice – es necesario que hablemos del cielo en estos momentos de su vida”. Le contesté de una que el cielo es un misterio y que de eso no sabemos sino por la fe. “Sí; padre, pero, hablemos del cielo” Le volví a contestar para recordarle que como misterio es misterio, y todo lo que nos toca saber es hasta el momento de la muerte, de ahí en adelante está en mano de Dios y su misericordia. “Sí; pero, Jesús nos prometió que nos va a preparar moradas en el cielo” – volvió a reponer ella, en la firme idea de que su visita estaba en esa línea y que venía para que habláramos de la muerte y de lo de después de la muerte, que por lo visto, era muy conocedora. De la muerte yo no quería hablar porque de la muerte estaba sabiendo yo en mi propio cuerpo al paso de los días. Le dí la vuelta para que comprendiera que ese tema por los momentos lo quería evitar y que lo del más allá corresponde al misterio. Aquí podríamos citar a Karl Rahner, uno de los grandes teólogos de nuestro tiempo. Dice:

Dios es el futuro absoluto del hombre. Y esto es lo propio de la antropología cristiana. El misterio imbarcable, que debe venerarse en silencio. Por eso nosotros, como cristianos, no hemos de hacer como si conociéramos familiarmente el cielo. Porque todo sigue siendo un misterio. Y un misterio que debemos venerar en silencio desprendiéndonos de toda imagen ante lo inefable[1].

            Tal vez, inspirado por esa verdad de teólogos no quería y no quiero hablar del más allá como si ya hubiese ido o lo conozco como mi patiadero, como se dice. Es un misterio. Respetando, por supuesto, la buena intención de la monjita, que si que era conocedora de esos mundos. Por lo visto, no le gustaba que no le permitiera el tema. “En todo caso – volvió al ataque la monjita – vea su enfermedad, padre, como una bendición de Dios”. Y ahí sí que tragué grueso y pensé: “para ella que no lo está viviendo en carne propia”. Y es cuando se siente que es mejor una visita de gente solidaria en la solidaridad y que no sepa mucho de mucho de lo que no se sabe. Y, sobre todo, que sepa respetar lo que hay que respetar, más en esas condiciones y situaciones. Era evidente, que la monjita se sentía incómoda. Al fin se despidió. La acompañé hasta la puerta hablando de generalidades. Al domingo siguiente se apareció con otra monjita más, cerca del mediodía, con algunas frutas para que buscara mantener bien las plaquetas y la hemoglobina. Se estuvieron el tiempo suficiente para entregar lo que traían. Tal vez, entendió que el cielo, por ahora, podía esperar y que lo mejor era mantener los valores de la sangre en su justa medida; además, tampoco yo es que tenga apuros porque el tiempo inmisericorde se encarga de todas esas cosas.
Aquí es muy oportuno colocar la maravillosa letra del cantante Juan Gabriel de su canción “abrázame fuerte amor”. Dice, la parte que me llama la atención justo para este momento, porque es desgarrador su contenido y muy real:

 “Abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona. Ha hecho estragos en mi gente como en mi persona. Abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo. Abrázame que el tiempo es oro si tú estás conmigo. Abrázame fuerte, muy fuerte, más fuerte que nunca. Siempre abrázame”.

Tercera: Ya se sabía la noticia del cáncer del párroco de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Barcelona; O sea, yo. Cada cual se manifestaba como podía, los que podían, porque les daba sentimiento acercarse a saludarme para no tener que llorar. Y, por más que yo no quisiera, también terminaba después de cada abrazo con los ojos húmedos, a pesar de hacer todo el esfuerzo para que no fuera así, pero era. Era domingo. Había terminando de dirigir y rezar el rosario y en esos diez minutos que nos quedaba para la seis de la tarde, que era la hora de la misa, me dispuse a saludar a algunas personas en el templo, como suelo hacer todos los domingos. Son saludos muy cordiales de parte y parte. Estando en esos saludos se me acercó una señora bastante joven y se me colgó del cuello y me dijo: “Padre, échele b…” (y pongámosle un pito como tipo censura, porque dijo una palabra que podría interpretarse como grosería, pero, no lo es, porque así hablamos los venezolanos; somos llanos y directos, bueno, algunos). Y, tengo que decir, que de entre todas las palabras de estímulo y de valor recibidos durante todo el tiempo, creo, que esas me parecieron muy sinceras y las recuerdo siempre. Y nos mantuvimos abrazados un buen rato, ella lloraba, y yo haciendo lo posible por no, pero, sí.
            Al domingo siguiente en la misa de la mañana referí las dos experiencias citadas aquí (la segunda y la tercera) y parece que nos permitió ubicarnos a todos, porque de eso se trata. Por un lado la fe, y por ese mismo lado la realidad. Sin separación.
            No quería ponerme serio, o por lo menos, muy serio en este libro, pero como a estas alturas de lo tratado se amerita, volvamos a citar a Rahner para repetir con él, que:

La escatología[2] no es algo adicional, sino que muestra una vez más al hombre tal como lo entiende el cristianismo: como el que alejándose de su presente actual existe hacia su futuro. En ese sentido, la esencia del hombre, la antropología cristiana es futurología cristiana, escatología cristiana. El problema está en que el cristiano está siempre tentado de leer e interpretar las afirmaciones escatológicas del cristianismo como reportajes anticipativos de un futuro que está por venir. Sabemos sobre la escatología cristiana lo que sabemos sobre el actual estado histórico-salvífico del hombre. No es que proyectemos algo en el presente desde un futuro, sino que proyectamos hacia su futuro nuestro presente cristiano en la experiencia del hombre consigo y con Dios en la gracia y en Cristo, pues el hombre no puede entender su presente sino como el nacimiento, el devenir y la dinámica de un futuro. Él entiende su presente en tanto lo comprende como arranque, como apertura de un futuro.
                Por "reino de Dios" y, más todavía, por "reino de los cielos", muchos entienden un mundo aparte, que está más allá de las nubes, y al que se llega después de la muerte. Pero se trata, todo lo contrario, de una realidad completamente de aquí, que actúa y se experimenta en esta vida terrena.
                En ninguna de las palabras de Jesús encontramos una definición de "reino de los cielos". Quizás, porque es una realidad que incluye de tal manera a los que creen en ella, que no se deja describir "objetivamente", desde fuera, sino que sólo puede ser vivida, experimentada y comprendida por aquellos que se aventuran en ella. Sin embargo, podemos decir que el reino de Dios significa:
                -- la proximidad de Dios mismo, una proximidad que acoge, perdona y endereza, el perdón de los pecados;
                -- la curación y liberación del hombre de todo aquello que le atormenta y le impide ser hombre...
                -- una nueva conducta de los hombres con sus semejantes: final de todo trato injusto con los otros, fraternidad en vez de dominio...
                -- plenitud de la vida: pan y vino en abundancia para todos;
                -- liberación del dominio de la muerte.
               
                Y en donde la imagen del reino de Dios es el convite: reino de Dios que significa alegría, comunidad, compartir, saciarse, unión con Dios.

En otras palabras, que el cielo comienza aquí en la tierra, como también su contrario, es decir, el infierno, en la medida en que hayamos optado por Cristo y su mensaje y hayamos optado por un estilo de vida moral, ya el bien, ya el mal. O, como dicen los teólogos al respecto, que el cielo es cercanía de Dios, e, infierno, alejamiento y distanciamiento de Dios. Y eso comienza aquí en el presente histórico concreto y real. ¿Y, después de la muerte, qué? Eso pertenece al misterio. La fe de la Iglesia que es pura y esencialmente en la resurrección nos dice que la vida continúa después de la muerte, ya tanto después de la muerte física y material, como en la muerte en las circunstancias del cargar la cruz de cada día, teniendo como modelo a Cristo, que es la Resurrección en excelencia, y el premio a los múltiples y de nunca acabar de los viernes de crucifixión que nos toca enfrentar cada día en nuestra historia. Siempre y cuando no sucumbamos bajo el peso de las circunstancias al perder el sentido de nuestra historia, sino, que a pesar de los pesares, seamos dueños de esas mismas circunstancias para cargar la cruz con dignidad y gallardía, a pesar de los pesares y los ayes de dolor y sufrimiento de nuestro acontecer en la vida. Ya se dice tan bellamente cuando rezamos la Salve y decimos, dirigiéndonos a la Virgen: “A Tí clamamos los desterrados hijos de Eva, a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Precisamente, para que la Virgen nos ayude a cargar nuestra cruz de cada día, evitando a toda costa la evasión de nuestra realidad, que es una de las tentaciones. Y como esa oración es tan bonita vamos a colocarla completa aquí para rezarla cuando podamos y nos hallemos en momentos duros y difíciles, como en el caso de tener cáncer:

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve.
A Tí clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora Abogada Nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

Pero para llegar a alcanzar esas promesas de Nuestro Señor Jesucristo, es preciso pasar por la cruz del cada día, o por el Viernes de Crucifixión. O sea, que no hay sábado de gloria sin viernes de crucifixión… Es así. Así lo ha querido Dios, incluso para su Hijo, muy amado. Y eso es lo que nos ha enseñado justamente el Hijo para ser sus discípulos. Que la Virgen nos ayude a mantener fieles en nuestra historia. Amén.
En otras palabras, que no perdamos el sentido de futuro y eso le da al presente, por muy duro y pesado que sea, un sentido de esperanza. Y eso es el cielo. La desesperanza es haber perdido justamente la dimensión de futuro o del día siguiente, y esto podría ser lo contrario de cielo. ¡Pero cómo mantenerse en esa justa línea y espacio de límites! ¡No es fácil! Y no vengan con cuentos porque es muy duro, sobre todo, teniendo cáncer u otra enfermedad terminal. Es, entonces, en donde juega un papel muy importante la fe, sin duda. Fe en Dios. Fe en futuro, que es lo mismo, porque Dios es futuro en Cristo para el hombre.



[1] RAHNER, KARL, Curso fundamental sobre la fe, Editorial Herder, Barcelona, 1979.
[2] La palabra escatología deriva del griego ‘éskhata’, que significa "cosas últimas".

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