Sexta quimioterapia
Llegamos finalmente a la consulta con la nueva doctora para la sexta y
última quimioterapia. Todo bien. Los resultados de la urea y todo esa tipología
de los valores e igualmente la hemoglobina, las plaquetas y los glóbulos
blancos, que esta vez estaban en 5.575, según pude fisconear (aunque en el
diccionario aparece como fisgonear, pero coloquialmente utilizamos fisconear, y
sea válido como lo usamos en nuestra cotidianidad) en la carpeta que lleva la
doctora en su control. Y eso me daba alegría. Después de preguntarme que cómo
me estaba sintiendo y yo de decirle cómo, ella dijo que ahora ya no iban a ser
seis quimioterapias, sino ocho. Pero que no me preocupara, que esa era la nueva
modalidad para ir más seguros, según los nuevos congresos de Oncología, y que
era mejor ir “con cabeza fresca” y estar seguros. La expresión de “cabeza
fresca” la utilizó la doctora y le sonaba gracioso y bonito en ella, pero a mí,
creo que se me cayó la quijada y hasta las medias se me escondieron y no sé que
otras cosas más, que con toda seguridad, pero con que me diera cuenta de que
las quijadas, ya era más que suficiente, ya después me levantaría las medias, y
lo demás para otro momento distinto de ese. Todo mi estado emocional estaba
programado que eran para seis y me hacía ilusión todos los exámenes inmediatos
para verificar y cerciorarse del progreso. La idea de ya estar llegando al
pueblo a entregar los burros me daba alegría. De hecho ya había visto el pueblo
y se veía cerquita. Ahora resulta que el pueblo estaba más lejos de lo que yo
había visto. Tenía que estar muy agradecido de los burros que se estaban
portando muy bien, sobre todo Poncho, en el que voy montado, pero el pensar que
me faltaban dos cuadras llaneras (“ahí mismito”, dicen los llaneros, a dos
cuadras, y hay que caminar y rodar como tres horas más para llegar al “ahí
mismito”) me descontroló. La doctora tuvo que darse cuenta de mi silencio
expresivo sobre todo en algunos gestos de mi cara porque empezó a decir que
tomara las cosas con calma, que era mejor ir seguros. Yo movía la cabeza como
instinto pero tenía, entre otras cosas, las medias caídas. No había otra que
levantarlas a su debido tiempo. Siguió dando las instrucciones, menos mal que
estaba mi cuñada para que las fuera grabando porque yo me quedé como les vengo
diciendo. Subió la cantidad de algunas dosis del tratamiento y mandó una nueva
medicina como protector de las vías urinarias en caso de retención de líquido.
La doctora después de explicar algunos detalles recomendó de una vez hacer
todos los trámites para la aplicación de las radioterapias y que se fuera
adelantando, y eso me terminó de hacer caer las medias. Con toda seguridad
tendría que quitarme los zapatos porque ya estarían en la punta de los dedos y
había que subirlas a como diera lugar porque si no iban a quedar los tobillos
al aire, y entonces para qué medias ( jaja jaja jajaja, es un chiste y una
manera jocosa de tomarse las cosas que son serias, por si no se ha dado
cuenta). La doctora se puso a la orden y preguntó que si había alguna duda o
alguna pregunta. - -Nada - -Todo bien (tan
sólo las medias, que se me habían caído… es un decir…).
Nos despedimos tan efusivamente como nos saludamos. Nos volvimos a dar
un abrazo y esta vez un poquito más prolongado. Y salimos.
La noticia de las dos nuevas quimio no gustó mucho a quienes les
comentaba. Todos pensaban que las cosas se habían complicado pero les contaba
que se trataba de estar más seguros y que era la nueva metodología de esos
tratamientos y que era para “estar cabeza fresca”, cosa que ni yo tenía, ni
digamos qué cosas más, o hasta sí, estarían más que frescas, “heladas”. A
quienes les daba la noticia abrían más los ojos como de sorpresa, pero los
cerraban con naturalidad cuando oían las razones. A la gente de la parroquia le
había comentado y pedido el día anterior en la misa de las ocho de la mañana
que, por favor, durante toda la semana encendieran una vela como sintonía
positiva por mi salud porque ya estábamos llegando al pueblo a donde íbamos con
los burros encomendados porque era la última quimioterapia, y que todo parecía
que iba muy bien. Hasta en el blog de internet había colocado una nota al
respecto diciendo de manera jocosa y simpática la misma solicitud y petición.
Coloco al final de este capítulo lo que se había puesto en el internet, y lo
coloco en una página completa para que se pueda apreciar bien.
Por supuesto que había colocado inicialmente
que se trataba de la sexta y última quimioterapia, pero me tocó el lunes en la
tarde colocar que ya no eran seis, sino ocho. Las cosas son como son y qué le
vamos a hacer: las circunstancias: “¿Mala
suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?”.
Al día siguiente vino la aplicación de lo que iba a ser la sexta y
última quimio. Todo normal. Se aplicó todo bien. Ya está terminada la sexta.
Viene la ñapa: las otras dos que van a dar de más. No las pedí pero el pulpero
consideró que yo era un buen cliente y me regaló la ñapa. Espero que no haya
más ñapas al respecto. Y si las hay, pues, ya será cuando será y como será.
Esperemos que el arriero no pierda el sentido del camino y que lo importante es
llegar con los burros completos. Por cierto que había pensado llevar la cámara
digital para tomar fotografías a las enfermeras y enfermero y al personal que
con tanto cariño y dedicación atienden en el departamento de hematología y en
el oncológico del Razetti para colocarlas al final de este libro como un
detalle de agradecimiento y reconocimiento a su gran labor, en todos los casos
y en el mío (independientemente de los resultados). Les comenté a las
enfermeras y dijeron que les avisara para cuando las fuera a tomar para ir el
día anterior a la peluquería. Y eso va. Para la próxima tomaré algunas y las
restantes para la octava y así recopilaré las que se pueda para hacerles un
reconocimiento y enaltecer su labor. Que Dios les pague con salud y alegría en
su trabajo y en su familia. Amén. Este es un beneficiado de sus servicios,
independientemente de todo lo que resulte
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